El televisor, amigo

1. octubre 2024 | Por | Categoria: Familia

Al hablar de la familia, no es la primera vez —ni será seguramente la última—, que fijamos nuestra atención en la pantalla para ocuparnos del cine, del televisor, del videocasete… Porque todos nos damos cuenta de la influencia que están ejerciendo en nuestros hogares. Llamados estos medios de comunicación a hacer tanto bien, vemos sin embargo la influencia negativa que tienen en la vida familiar cuando no son controlados con la prudencia debida.

Si nos salimos un día de casa para ir al cine y distraernos y divertirnos sanamente, hacemos muy bien.
Si nos reunimos ante el televisor para descansar del trabajo del día, hacemos muy bien.
Si ponemos un vídeo para instruirnos de una manera fácil y agradable, hacemos muy bien.

La ciencia y la técnica del hombre, con la ayuda de Dios, nos han dado unos medios de distracción maravillosos, a la vez que de información y de formación. Pero, ¿qué decir cuando esos medios se meten en el hogar con honores de invitados de honor, influyendo perniciosamente en el rendimiento del trabajo o desviando nuestros criterios, hasta convertir la vida en una frivolidad?…

Me contaron un caso —no sé si llamarlo divertido o enojoso—  que confirma eso de la influencia negativa del televisor si no se vigila con decisión. Se trataba de una telenovela que se hizo famosa, cuyo nombre no vale la pena ni recordar.
En un pueblo seguían la película en todas las casas con pasión desbordada, hasta suspenderse el trabajo para no perderse ni una sola escena. La gente estaba entusiasmada. Se hablaba, se discutía, se hacían mil apuestas a ver si la protagonista se casaría o no se casaría. Al fin se descubrió el misterio, y la chica se casó, como es natural. Pues, bien; hubo tal alborozo en el pueblo que se lanzaron cohetes voladores para celebrar el histórico acontecimiento…
¿Cómico? ¿Desesperante? Como ustedes quieran. Pero una cosa es cierta: que este hecho indica una ligereza tal que hace perder a la vida familiar todo su valor.

Nos quejamos de la pobreza que aqueja tan seriamente a muchos hogares, y vemos cómo por una telenovela sin ningún valor formativo llegaba toda la gente a perder al menos una hora diaria de trabajo. ¿Cómo se puede soñar en prosperidad si no se sabe valorar el tiempo?…

Nos lamentamos de los males que acechan la estabilidad del amor, y un hecho como éste nos demuestra cómo se deforma el criterio de nuestras gentes, pues hace ver como la cosa más natural del mundo la infidelidad matrimonial, las nuevas uniones, el desamparo de los niños, el deshacerse sin más la familia…

Tratamos de moralizar nuestros pueblos, y quizá no damos la importancia debida a la ausencia de Dios que crean estos programas irresponsables. Porque nunca sacan a relucir eso que molestaría a muchos, como es la contradicción de esas conductas con la ley de Dios. Nos podríamos figurar que solamente son inmorales las películas porno o las que crean violencia, y son mucho peores las que desvían nuestras ideas y deforman nuestro criterio.

Está bien que demos el toque de alarma ante el peligro. Pero no está de más tampoco el que miremos la cuestión en forma positiva. El Concilio nos advirtió que debemos estar prevenidos para no caer bajo el poder de unos medios de comunicación, acerca de los cuales nos dice:
– Son muy fuertes, y su poder es tal, que, si no se está prevenidos y muy formados, no se puede detectar el mal, dominarlo y, si fuera necesario, rechazarlo con energía (IM 4, del Vaticano II)
Estas palabras nos dicen dónde está el secreto para que la televisión sobre todo sea fuente de bienes y no de males.

¡Al tanto!, antes que nada. La vigilancia se convierte en una obligación estricta. Ante la irresponsabilidad de las empresas que no miran más que el negocio y no tienen más objetivo que el ganar —para lo cual ofrecen lo que más produce—, nosotros miramos el bien de la familia y no otros fines inconfesables. Al televisor lo queremos amigo del hogar, y no enemigo solapado. Los programas escogidos serán siempre aptos, sin más censura que nuestra propia conciencia.  

Se impone la buena formación. Nosotros tenemos criterio para distinguir el bien y el mal, teniendo como guía la Ley de Dios, que no cambia de piel como el camaleón según el capricho de las circunstancias, sino que se mantiene eterna en todos los tiempos, lugares y culturas. Llegado el caso, contamos con suficiente fuerza de voluntad —y los papás con autoridad— para negar la entrada en la casa al huésped inoportuno…

Ante la influencia de los medios de comunicación social, estamos todos convencidos de que se impone la formación de los niños y jóvenes en orden a que sepan discernir y los aprovechen para su bien y no para su mal. Y la tarea de esta formación corresponde más bien al hogar, aunque también se imparte en conferencias dentro de la Iglesia, de escuelas responsables y la proporcionan revistas selectas.  

Todos queremos lo mejor para nuestras familias. Por eso queremos el televisor y el video que nos informan, nos instruyen, nos distraen agradablemente y nos forman. Y a los programas que no son ni instructivos ni formativos sabemos decirles con gracia: By, by…¡Adiós! Que ahora no podemos…

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