Enclavados en lo eterno

24. octubre 2024 | Por | Categoria: Oración

Como una bendición de Dios para con los pobres y los marginados de la sociedad, nos hemos empeñado hoy en trabajar para que todos dispongan de unos medios de vida dignos de su condición humana y cristiana. Sí; este empeño nuestro es una bendición de Dios. Pero dentro de ese celo tan laudable, muchos se han empeñado, con muy poco acierto, en mirar al hombre como poseedor de un destino sólo terrenal, olvidando, o dejando de lado conscientemente, su destino final, que es eterno. Porque hay que tener presente, como una idea fija, que la vida del hombre trasciende y sobrepasa todo lo de aquí, y, aunque muera, vivirá para siempre.

Si olvidamos una verdad tan elemental, el hombre dejará de interesarnos. Empezando por nosotros mismos, pues nos preguntaremos muchas veces angustiados: ¿Yo, para qué estoy en este mundo? ¿Qué sentido tiene mi vida, llena de fatigas y de dolor muchas veces?… Y, mirando a los demás, los apreciaremos únicamente por el provecho que nos traigan y los querremos sólo como instrumentos útiles, que pueden rendirnos mucho a nosotros.

Y así, la tan traída cuestión social —que tanto nos preocupa— no se resolverá nunca, y se habrá puesto en contingencia el problema de la salvación, mucho más importante que todos los demás problemas juntos. La fórmula es sencilla: hay que trabajar por el hombre en la tierra mirando siempre al Cielo. O, lo que es igual: hay que trabajar por el hombre cara al Cielo teniendo los pies muy bien asentados en la tierra.

Hemos gastado mucha pólvora inútilmente en este planteamiento falso de la promoción humana.  Nadie niega que hemos de trabajar por el hombre, por su dignidad, por sus derechos, por su bienestar, por su salud, por su vivienda, por su trabajo, por todo lo que exigen unas condiciones de vida auténticamente humanas y cristianas.
Pero, todo esto, sin olvidar nunca lo primero de todo, el destino final. De lo contrario, se cae en la tesis marxista, que mira sólo la vida de acá, desatendiendo por completo la otra que nos espera en un más allá inacabable.

Este fue el caso de una nación grande, como Italia, al final de la Segunda Guerra Mundial.
Al borde del abismo económico, buscaba solución coqueteando mucho con el materialismo marxista y ateo. ¿Se inclinaba definitivamente por el Oeste o por el Este?…
Y uno de los hombres más famosos de la Iglesia por aquellos días, promotor del Movimiento por un Mundo Mejor, acepta la polémica pública con un senador comunista, muy célebre también, sobre el tema: ¿Comunismo o Cristianismo?
Habla primero el sacerdote, tranquilo, seguro, profundo.
El comunista contesta con oratoria trasnochada, sacando a relucir los argumentos tontos de Juana de Arco, la Inquisición, la leyenda negra de España en América y muchas tonterías más…
El sacerdote le indica al comunista las contradicciones en que ha caído, le deja sin palabra, y le corta la respiración cuando termina con un argumento irrebatible:
– Por no verle a usted en el Infierno, daría con gusto la vida (P. Lombardi con Spano)

A muchos les agradará o no les agradará esta última frase del sabio sacerdote jesuita. Pero el senador comunista, que la entendió, se calló muy prudentemente. ¿De qué servía solucionar la cuestión social en este mundo con sólo un bienestar material, si se pierde el mundo futuro?…

Este es el único apoyo que sostiene con firmeza al hombre: saber que tiene un destino eterno, tan interminable como Dios. Un pensamiento semejante, el destino eterno, vale lo mismo para solventar nuestra vida propia que para trabajar acertadamente por los demás. El destino definitivo es la vida y la felicidad en el seno de Dios, vida y felicidad que ya no acabarán nunca. Porque Dios nos ha destinado a esa vida y a ese gozo auténticamente divinos. Y el castigo, que no acabará tampoco, no es ningún destino, porque Dios no crea a nadie para que vaya al tormento. Es el mismo hombre rebelde con su Dios quien se autodestina a un castigo inimaginable.

Quien tiene esta fe en el destino final del hombre, quien cree en la vida eterna, es el que trabaja también más por el hombre en este mundo. Al saber que ese hombre pobre, esclavizado, marginado de mil maneras, es un hijo de Dios, un miembro de Jesucristo, un sujeto con un destino eterno en la Gloria, siente por fuerza la obligación de trabajar por el pobre, para sacarlo de la situación injusta en que se debate.

Solamente una persona de fe trabajará con desinterés y abnegación para ayudar a los demás. Porque, si todo ha de terminar en este mundo con la muerte, no vale la pena molestarse por quien ha de acabar en nada…
Todo trabajo que se desarrolla sin esta fe, cansa al fin, se deja de realizar, o se convierte inútilmente en revolucionario. En nuestras tierras hemos tenido demasiadas experiencias de todo esto…
El hombre, todo hombre, tiene una vida seria en la tierra. Pero se encamina hacia una vida mucho más seria después…

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