Jesucristo, transfórmame

17. octubre 2024 | Por | Categoria: Oración

Al estudiar la creación vemos que todas las cosas evolucionan. Nada de lo que Dios creó desaparece ni se aniquila. Sencillamente, las cosas cambian, transforman sus elementos, toman formas nuevas. Son esas maravillas de la naturaleza que asombran a los sabios y que a veces nos desconciertan a todos. La sabiduría de Dios se manifiesta de modos sorprendentes.

¿Pasa lo mismo con el hombre? En el orden natural, ocurre exactamente igual. Pero, ¿y en el orden espiritual?… ¡Sí! La mano de Dios obra portentos inconcebibles en las almas. Esto ocurre con lo que llamamos conversión, es decir, un volver del revés al hombre o a la mujer de tal manera que viene a ser una persona distinta, a pesar de permanecer siempre la misma. Nos metemos ahora en los milagros obrados por la Gracia.

Todos los que nos hemos dedicado al apostolado seglar tenemos muchas experiencias de conversiones muy notables. El hecho de Pablo a las puertas de Damasco se repite hoy continuamente. En Retiros, Ejercicios Espirituales, Cursillos, Encuentros y demás convivencias católicas, es cosa de cada día ver cómo hombres y mujeres salen hechos unos cristianos nuevos, y cómo después transforman su hogar, su oficina o su empresa, haciendo de ellos un santuario de adoración.

Como aquel jefe. Mal encarado siempre, oye un día a su riente secretaria:
– Don Boby, ¿que ha cambiado usted de religión, o es que tal vez quiere hacerse cura?…
– ¿Yo cambiar de religión?… He sido, soy y seré siempre católico. ¿Y hacerme cura, con mi mujer y mis hijos?… ¿Por qué me pregunta eso?
– Porque ahora se puede hablar con usted.
Y aquellas oficinas, antes una calamidad completa, eran ahora, con un jefe de recio catolicismo, el lugar donde se daban cita la responsabilidad en el trabajo, la camaradería y la alegría más sanas.
¿Qué había pasado? Nada especial. El jefe había practicado un Cursillo de Cristiandad, se había entregado a Jesucristo, era muy fiel a la oración y a los Sacramentos, y las consecuencias en la empresa y en la vida social estaban a la vista de todos.

Y es que para el cambio radical en la vida, y tal como lo expresa la misma palabra radical, hay que ir a la raíz, a lo primero, a lo sustancial: hay que darse a Jesucristo, y lo demás vendrá por sí mismo como una secuela necesaria.

Será un imposible darse a Jesucristo y no amar a Dios y no ir a Dios, ya que Jesucristo es el camino y el mediador que nos lleva al Padre. Esta donación a Dios se manifestará, ante todo, por la oración. Labios que antes estaban cerrados, ahora se desatan en plegarias fervientes.

Será un imposible darse a Jesucristo y no vivir el amor en toda su intensidad y pureza. El hogar, que antes estaba muchas veces en quiebra, se verá restituido a aquel amor primero, que era un encanto. En el hogar se amará a Jesucristo. En el hogar se gozará con los hijos. En el hogar habrá honradez, fidelidad y armonía. El hogar se transformará en esa Iglesia doméstica soñada por el mismo Dios.

En una reunión de apostolado seglar, recibíamos el testimonio de dos hogares, antes casi deshechos. En uno de ellos, se oía con frecuencia la frase, ya hecha y siempre repetida con nuevo tono, de la hija mayor:
– ¡Ahora sí que te queremos, papá!
Antes se le temía, se le esquivaba, se callaba en su presencia…
Y en el otro hogar, cuando se cumplía el aniversario del Cursillo de Cristiandad, se brindaba y venía la invariable felicitación:
– Papá, un año más de darnos el testimonio de un padre cabal.
Era éste un brindis que valía por muchas botellas de champán.

Será un imposible también darse a Jesucristo y no cambiar en las relaciones sociales. No tendrá cabida la inmoralidad en el negocio, porque Jesucristo no se meterá ni lo meterán jamás en la bolsa de Judas…
La deshonestidad entre las personas no tendrá lugar alguno, pues se tendrá una conciencia muy viva de lo que es ser miembro de Cristo y templo del Espíritu…
Al hablar así del hogar o de la oficina o del club…,  admiramos, felicitamos y envidiamos a esos hombres y mujeres, a esos hogares y a oficinas semejantes.

Pero el pensamiento se va concretizando cada vez más en un YO muy personal, hasta decirse cada uno a sí mismo: ¿Por qué no meto yo a Jesucristo tan adentro de mi alma, que mi vida sea otra a partir de hoy mismo?…
Porque los creyentes, los que formamos la Iglesia, los que nos creemos y nos decimos buenos…, solemos padecer un mal, como es el de la fatal medianía. No somos malos, pero tampoco lo buenos que deberíamos ser. Nos falta chispa, nos falta energía, nos falta decisión. Rezamos flojamente. Nuestra apatía y nuestra tibieza no nos dejan ser cristianos a prueba de bomba. Recorremos la vida cristiana, pero nos arrumbamos con frecuencia en la cuneta. ¿Dónde encontraremos el carburante que nos lleve imparables por la carretera, hasta hacernos pasar felizmente la frontera del más allá?… ¡En Jesucristo! No hay que buscar otro ideal ni otra fuerza más que Jesucristo. Jesucristo conocido, Jesucristo amado apasionadamente, Jesucristo seguido con fidelidad…

¡Qué bien que decimos, cuando le decimos a Jesucristo: Jesucristo, transfórmame!…

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