Una gracia muy especial
30. octubre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaEn nuestro lenguaje cristiano usamos continuamente la palabra gracia, aprendida de los Apóstoles, sobre todo de San Pablo, que la utiliza constantemente. La gracia de Dios es eso que significa la misma palabra: es un regalo, un don, una merced. Pero nos preguntamos: ¿cuántos regalos nos ha hecho Dios?…
El regalo de los regalos es la salvación que nos trajo Jesucristo: con su sangre, nos limpió del pecado y nos mereció la vida de Dios, la vida eterna.
Pero ese regalo tiene multitud de aspectos, según se le mire. Es como la luz del sol, que con el prisma la desdoblamos en todos los colores.
Nosotros ahora queremos hacer esto: queremos ver esa gracia de la salvación, pero en un momento especial, en un acto por el que Jesucristo vuelve a darnos la vida de Dios cuando nos hemos quedado sin esa vida, porque la hemos perdido voluntariamente y la queremos recobrar a todo trance.
Ya se ve que nos referimos al reconocimiento de la culpa y al acto que hacemos en la Iglesia, por disposición de Jesucristo, al confesar humildemente nuestras caídas.
Todas las religiones han sentido la necesidad de la purificación. En la Biblia tenemos, por ejemplo, el libro del Levítico, como el más representativo del ansia del hombre por quedar limpio después que se ha manchado ante Dios.
En la India misteriosa está la procesión enorme del río Ganges, de aquellas multitudes multicolores que acuden desde todos los rincones para bañarse en las aguas que limpian las almas.
Esas costumbres, tanto de la Biblia como de los pueblos que buscan sinceramente a Dios, responden a un ideal humano sentido por todas las civilizaciones: ante Dios, queremos aparecer puros para no ser condenados y ser dignos de su santidad divina.
Jesucristo, que entendía de sicología más que ningún maestro, respondió como nadie en su Iglesia a este anhelo del corazón. Sabemos lo que hizo nada más resucitado en aquella aparición del primer día, cuando sopló sobre los Apóstoles y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados. De este modo dejaba en su Iglesia el poder ministerial de perdonar.
Son muchos los no católicos que reconocen en este hecho del perdón por medio del Sacramento una gran bondad de Jesucristo, no suplida nunca por la convicción de que Dios otorgue el perdón con sólo pedirlo en oración privada.
Es conocido el caso de aquel célebre escritor, católico, pero que vivía muy alejado de Dios. Durante una velada social, celebrada en Berlín, se acerca a una joven protestante buscando desahogar con ella su alma atormentada. Y la amiga le responde con cariño, pero también fríamente:
– ¿Y usted, católico, viene a mí, cuando tiene la Confesión a su alcance? Diga usted a su confesor lo que le oprime.
El gran escritor quedó confundido. Al día siguiente paraba ante el sacerdote, se confesaba —¡después de diez años!—, y escribía esta nota: – ¡Y que esto tuviera que decírmelo la hija de un pastor luterano!… (Brentano con la Srta. Luisa Hensel)
Indudablemente, que ese acto de la Confesión —algo penoso, es cierto—―trae una paz del todo desconocida para quien nunca la ha experimentado. Otro escritor decía de sí mismo:
– Oh Jesús, me has devuelto la inocencia, la inocencia que es la alegría. ¡Dichosos los que tienen puro el corazón, porque ellos verán a Dios! He aquí mi corazón vestido completamente de blanco (Riviere)
Y ya que hablamos de escritores, traemos la comparación tan gráfica de aquel gran convertido inglés. Para él, las joyas más valiosas se guardan en estuches pequeños muy escogidos. ¿Y qué es —se preguntaba él— esa especie de cajón o armario que se ve en cualquier rincón de la iglesia? Sí; ese confesonario humilde es el estuche que guarda la joya de la bondad de Dios hecha perdón. Hasta es bueno —decía él— que desde fuera nadie pueda conocer la gigantesca generosidad y aun la dulzura que pueda encerrar una caja, como el estuche legendario encerraba el corazón del gigante. Es motivo de satisfacción y casi de broma que esta montaña de magnanimidad divina no pueda encontrarse sino en un rincón oscuro y en un espacio reducido (Chesterton)
Este Sacramento del perdón —instituido por Jesucristo para su Iglesia en forma de juicio— constituye ciertamente un tribunal y un juicio muy especial. El escritor que acabamos de citar dice, con su conocido buen humor, que parece casi de broma. ¿Tan sencilla ha hecho Dios una cosa tan grande?…
En efecto, el acusador es el mismo acusado, y dirá, por lo mismo, lo que él quiera, sin que nadie le obligue a decir una palabra más.
El testigo y fiscal es el mismo acusado también. ¿A quién va a tener miedo, si no es a sí mismo?
El juez, encargado de administrar la justicia, es un hombre que también necesita perdón, tiene la obligación de absolver y no puede condenar, porque es el representante de la misericordia divina.
¿Entonces?… Entonces, vamos a dar la razón a aquel escritor antiguo, cuando consideraba el castigo que Dios guarda para aquellos que no quisieron hacerle caso: Dios no amenazaría nunca al impenitente si no quisiera perdonar al penitente (Paciano)
Por eso, podemos acabar preguntando: El Sacramento del perdón, llamado popularmente la Confesión, ¿es o no es una gracia muy grande de Jesucristo?…