¿Con Cristo o contra Cristo?

14. noviembre 2024 | Por | Categoria: Oración

San Ignacio de Loyola nos propone una meditación en sus Ejercicios Espirituales que tiene hoy una aplicación muy grande. El Santo le da el título de Las dos Banderas, porque, inspirado en oficio militar, mira al cristiano tomando partido: ¿Con Cristo o contra Cristo? ¿Bajo qué bandera quieres militar, bajo la de Cristo o la del enemigo? Es éste un planteamiento de la vida cristiana tan antiguo como el Evangelio, pues fue Jesús quien nos dijo: Quien no está conmigo está contra mí (Lucas 9,57)

Lo interesante es que Jesucristo no admite neutrales. No quiere los votos de los indecisos. En unas elecciones presidenciales, a las que estamos tan acostumbrados, tiene mucha importancia el ganarse esos votos de los neutrales, de los que no se acaban de decidir por uno u otro candidato. Pero esto no vale cuando se trata del seguimiento de Jesucristo. Porque el solo dudar ya denota que no se le tiene a Jesucristo como el máximo, como el primero, como el que no puede tener rival.

Igualmente, ante Jesucristo no cabe el abstencionismo, fenómeno tan corriente hoy en las elecciones. Cuando se nos dan los resultados, siempre empiezan por decirnos cuántos son los que no han votado, la masa de esos ciudadanos que se inhiben ante el deber de ayudar a la patria dando el voto al mejor. No decidirse por Jesucristo es confesar que Jesucristo no vale la pena, que se puede pasar sin El, que su causa no interesa, que su programa electoral es una mentira y no hay que hacer caso a un candidato semejante…

Ante Jesucristo, por lo tanto, nosotros nos decidimos con resolución, y le decimos como aquel del Evangelio: Te seguiré adondequiera que vayas, porque Tú, sí, Tú, Jesús, vales la pena. Por ti se puede uno jugar la vida (Mateo 12,30)
Y esto se lo decimos a Jesucristo porque nos convence, porque sabemos que no nos engaña, sino que tiene palabras de vida eterna.
Nuestra decisión de seguir a Jesucristo tiene hoy mucho valor —quizá mucho más que en otros tiempos—, porque vemos a nuestro alrededor cómo se le deja solo a Jesucristo al ser aceptadas por la sociedad tantas  doctrinas y tantas prácticas contrarias del todo a lo que Jesucristo nos propone.

Ir contra esa corriente social es toda una aventura y es propia sólo de valientes, y los valientes no abundan desgraciadamente demasiado. Pero siempre se dan casos aleccionadores. Como el de aquella jovencita muy bien educada en un colegio católico. Era de una familia muy pudiente en una de nuestras Repúblicas, y, en uno de tantos viajes de la abuelita a París, se la llevó para hacer las compras. Ya en el almacén de más lujo, la abuelita le dice muy ufana:
– ¡Este! ¡Mira este vestido para ti! Te cae precioso.
La jovencita mira sin pestañear, y a sabiendas de que da un disgusto serio, se planta decidida:
– ¡No lo quiero! ¡Y no insista! En nuestra tierra hay muchos pobres que necesitan ese dinero que usted quiere gastar por ese vestido. Yo no tengo conciencia para llevarlo.
Un rasgo como éste, y en una chica tan joven, solamente es capaz de realizarlo quien ha optado con decisión por Jesucristo contra costumbres sociales que se compaginan difícilmente con el Evangelio.

La primera carta del apóstol San Juan nos sitúa en esta perspectiva. Mirando al mundo —no al mundo bello que Dios creó, sino al mundo malo por el que Jesucristo ni quiso rogar en la Ultima Cena—, Juan nos dice: No améis el mundo ni las cosas del mundo, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Y esto no viene de Dios, sino del mundo. De ese mundo que pasa… El que hace la voluntad de Dios, ése permanece eternamente.  
Que es como decirnos hoy:
¡Cuidado! Tanta ansia de placer, ¿adónde os lleva?…
¡Cuidado! Tanto afán por poseer mucho dinero, ¿qué os aprovecha?…
¡Cuidado! Tanto orgullo nacido del afán de poder, ¿en qué va a parar?…

Porque éstos son los criterios que hoy mueven las grandes potencias económicas, que halagan la vida y seducen a muchos.
Mientras que los criterios de Jesucristo van en dirección muy opuesta, pues nos dice:

¡Valientes! ¿Quién es el que toma su cruz cada día y me sigue?…
¡Valientes! Contra tanto culto al placer, ¿quién es capaz de no ofender a una mujer ni con el pensamiento?…
¡Valientes! Frente a tantos que se postran ante el becerro del oro, ¿quién se contenta con mirar al Padre que alimenta los pajaritos y viste las flores, y quién deja todo por mí y por el Evangelio?…
¡Valientes! Ante los que odian y llenan de sangre el mundo, ¿quién es el héroe que perdona como perdoné yo en la cruz?…
¡Valientes! Ante tantos impíos que se olvidan de Dios, ¿quién me hace caso cuando digo: es necesario orar siempre sin desfallecer?…

Hay mucha diferencia entre los criterios de nuestra sociedad paganizada y las proclamas que nos lanza Jesucristo. Son banderas de partidos muy antagónicos. Son eslogans de candidatos eternamente rivales. Y nosotros optamos sin discusión por Jesucristo. No nos equivocamos, desde luego. Y nuestro sueño cristiano es que el dueño del mundo sea Jesucristo, porque su rival ya fue juzgado y debe ser echado fuera definitivamente…

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