Ante el Dios que se nos da
20. noviembre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaCorrían aquellos años en los que hacían irrupción dentro de la Iglesia algunos movimientos apostólicos con ímpetu arrollador. No todos estaban conformes con aquellas novedades, como es natural, y un Obispo se vio muy acosado por porque había admitido y promovía en su diócesis los Cursillos de Cristiandad, el método de acción más controvertido. Y le reclamaron:
– ¿No le preocupa semejante revolución en su diócesis? ¿Sabe a dónde va a ir a parar con todo esto?
Y el Obispo, santo y sabio, respondió resuelto:
– ¡Bienvenida revolución! No me preocupa en absoluto. Lo que me preocupa es que tantos cristianos vivan sin la Gracia de Dios. Y los cursillistas están apasionados por la Gracia, la viven con gozo y con su apostolado arrastran a muchos hacia Jesucristo. ¡Bendita revolución!…
Estas palabras eran un acertado diagnóstico de lo que ocurría entonces en la Iglesia, y hoy conservan aún todo su valor. ¿Es cierto que todos los cristianos vivimos la gracia bautismal? Si miramos el mundo del espíritu, ¿no son muchos, lamentablemente, los que caminan muertos por nuestras calles, verdaderos cadáveres ambulantes? ¡Y no queremos que sea así! Queremos que la vida de Dios discurra por doquier como río desbordado.
Si los hombres no vivimos la Gracia de Dios, ¿para qué Jesucristo murió por nosotros?… Si los cristianos somos descuidados en guardar, defender y propagar la Gracia de Dios, ¿para qué nos la regaló Dios tan generosamente en el Bautismo?…
La clave para apreciar y mantenernos en la gracia de Dios la encontramos en las palabras de Jesús a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!…
El regalo de Dios, que es Dios mismo que se nos ha dado.
El regalo de Dios, que de pecadores nos ha hecho santos.
El regalo de Dios, que de unos muertos ha hecho de nosotros unos seres vivientes.
El regalo de Dios, que nos ha hecho hijos suyos a los que nos habíamos entregado a Satanás como esclavos miserables.
El regalo de Dios, que es su mismo Espíritu derramado en nuestros corazones.
El regalo de Dios, que nos hace vivir su misma vida y nos tiene preparada su misma gloria.
Conocer este regalo, este don que Dios nos brinda, es la base imprescindible para apreciar en todo su valor lo que Dios nos da, lo que hemos llamado en el lenguaje cristiano la Gracia santificante. No conocerla, es exponerse, como Esaú, a vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas…
Los hijos de la Iglesia necesitamos ser conscientes de lo ricos que somos cuando estamos en la amistad de Dios. Nadie nos gana en felicidad cuando sentimos dentro de nosotros la presencia del Dios que nos ama.
Dos judíos, un hombre y una mujer, nos cuentan su experiencia de su lucha con Dios que les ofrecía la Gracia —mientras ellos se resistían a aceptar el Don de Dios— y de la felicidad que experimentaban una vez se vieron con la Gracia en sus corazones.
Aquel judío era un músico notable y fue a la ciudad para dar un concierto. Pero una música divina —¡tan diferente de la que él dirigía!— estaba sonando en sus oídos: Sí, entra en la iglesia católica el domingo. ¡Sé valiente!… Hace caso a la voz que le susurra al oído, como nos cuenta él mismo:
– Era domingo, y pisoteando todo respeto humano ante los amigos que se me reían, asistí a la Misa. Poco a poco el canto, las plegarias, la presencia sobrehumana de algo que sentía en mí, comenzaron a conturbarme, a hacerme temblar. Era la Gracia divina, que se dignó descender sobre mí copiosamente. Al alzarse la santa Hostia, rompí sin más a llorar con abundantes lágrimas. ¡Oh momento feliz! Pido a Dios que su unción y hermosura perduren para siempre en mi alma, con caracteres imborrables de una fe sólida y a toda prueba, de una gratitud igual al beneficio recibido (Herman Cohen)
El judío recibía después el Bautismo y la Comunión, y la felicidad que llevaba dentro no la perdió ya nunca, al revés, siempre fue en aumento creciente.
Y le pasó lo mismo a aquella otra judía, que nos cuenta de sí misma:
– Es imposible describir cómo Dios ha doblegado mi voluntad rebelde, que se oponía al bautismo. Me hallaba dispuesta a todo menos a hacerme católica. Me retraían no solo mis prejuicios de hebrea, sino también y sobre todo mi desconocimiento total de o que es la Gracia. Hasta que vi que la conclusión última del Evangelio es el Bautismo, porque Jesús es Dios. Las palabras humanas no pueden describir la luz que de improviso iluminó mi alma errante y sedienta, y que la Iglesia llama “Gracia” (Francisca van der Leer)
Esto pasaba a esos dos queridos hijos del Israel llamados por Dios al don de la Gracia. La lucha contra Dios se parecía a la entablada entre el mismo Dios y el patriarca Jacob… A nosotros, llamados a la Gracia desde niños, no nos ha costado eso, ni mucho menos. Pero la sabemos apreciar como la apreciaron ellos una vez conocieron el don de Dios…
El día en que los católicos vivamos la Gracia de Dios con ilusión, y su reflejo lo vean todos los hombres en nuestros rostros, habremos hecho estallar en la Iglesia la nueva revolución que atemorizaba a muchos e ilusionaba a un obispo… Esa revolución no producirá fragor y fuego de armas, sino, todo lo contrario, renovará el terremoto y las llamas de Pentecostés, que conmovieron a Jerusalén e iniciaron la transformación de la tierra…