El Salvador del niño
18. noviembre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoEs cierto que Jesús es el Salvador del mundo, que vino a salvar a todos y no excluyó a nadie de la salvación. Pero nosotros afirmamos al leer el Evangelio: Sí, es cierto. Jesús es el Salvador de todos. Pero lo es, y de un modo muy especial, de los niños. Los niños fueron los primeros beneficiarios de la salvación.
¿Es ésta una afirmación gratuita? ¿Hablamos de esta manera sólo porque sí, hablar por hablar? No.
Al mirar a María en su Concepción, la vemos ya Inmaculada, la primera redimida. Vendrá al mundo niña chiquitina, como la primera agraciada con la salvación de Jesucristo. ¡Una niña!…
Viene después Jesucristo y no aparece —como se esperaban muchos judíos— un Mesías triunfador, guerrero invencible, avasallador por su gloria. Al contrario, se presenta en Belén como un recién nacido cualquiera, incapaz de ayudarse en nada. ¡Suerte tuvo de María, la mamá!… Hasta que se desarrolle y alcance la adolescencia, será un niño como todos los demás.
Es la Palabra de Dios, y se hace infante, el que no puede hablar.
Es el Fuerte que sostiene el Universo, y se hace débil a más no poder.
Es el Señor de todas las cosas, y obedece a María y José con sencillez infantil.
Es el pasmo de los ángeles en el Cielo, y necesita de los cuidados de José y de la ternura de María su Madre, mientras depende enteramente de ellos.
¿Qué le ocurre con todo esto a Jesús? Pues, esto: que al ser niño perfecto, sin decirnos una palabra, ya nos ha enseñado lo que es el niño. Ya se ha solidarizado Él mismo con el niño. Ya tiene experiencia propia de las necesidades y valores del niño. En adelante, todo lo que se haga con el niño —lo bueno como lo malo— se hará como hecho con el mismo Jesucristo.
Y como Jesucristo —hijo de María e Hijo de Dios— se hizo niño, podrá decir: Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y quien me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. ¡Hacer el bien a un niño es hacérselo al mismo Jesucristo!
Pero se puede volver la estampa al revés, y entonces vemos lo que es hacer el mal a un niño, pues dice Jesús: Al que escandaliza a uno de estos pequeños, mejor es que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar.
Jesús, que fue niño y entiende a los niños como nadie, puede decir: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Marcos 9,33-37. 9,42)
Esa solidaridad de Jesús con los niños la expresó con un gesto precioso aquella buena madre. Era una familia de nobles, y el hijo, un muchacho de gran corazón, cae gravemente enfermo. Hay que cuidarlo por las noches, pero el chico se resiste en absoluto. La madre le dice acongojada:
– Pero, ¿no ves que no puedes quedarte solo? ¿No te das cuenta de que te puede pasar la cosa peor?
– Lo sé, mamá. Pero, no quiero que me cuides.
– ¿Pero por qué, hijo mío? ¿Por qué? Dime la verdad.
Y el chico, tan formidable:
– Porque necesitas tú descansar, y no quiero que te sacrifiques tanto por mí.
La madre se siente orgullosa de hijo semejante. Pero sabe salirse con la suya, y le dice amorosa:
– No me lo niegues, hijo mío. Quiero seguir viendo en ti al Niño Jesús. Cuando te cuido, tengo la dicha de ser como María ante la cuna de su hijito. Vas a dar esta alegría a tu madre, ¿verdad que sí?… (Pius des Enfants d’Avernas)
Si así es el Evangelio, un Jesucristo que se ha solidarizado con los niños, tenemos una norma segura para medir las actitudes modernas respecto del niño en nuestra sociedad.
No desear egoístamente al niño, es no desear la entrada de Jesucristo en el hogar.
Matar al niño en el seno de la madre, es querer asesinar a Jesucristo en la cuna, como Herodes.
Dejar al niño rodar por las calles y sin instrucción alguna, es crear un ladronzuelo en vez de formar un Jesucristo.
Enseñar el mal a un niño, es borrar a Jesucristo del lienzo de su alma y pintar la imagen de Satanás…
Estas son las cosas horribles que se pueden hacer con Jesucristo, cuando se hacen con los niños. ¡Mientras que se hacen tantas cosas buenas a Jesucristo, cuando se ve a Jesucristo en el niño!…
Amar al niño, es amar a Jesucristo. Guardar la inocencia del niño, es conservar intactas las imágenes más bellas de Jesucristo. Instruir al niño, es formar a Jesucristo como lo hicieran María y José en Nazaret. Ayudar al niño en su pobreza, es alimentar y vestir a Jesucristo, que sigue necesitado en el mundo. Y hacerse niño con los niños, es hacerse igual que Jesucristo, y es asegurarse el Reino de los Cielos, que Jesucristo promete a quienes se hacen como los niños.
Jesucristo se presentó en el mundo como el mayor reformador social que ha existido: sin armas, sin revoluciones, sin venganzas. Empezó por el niño: haciéndose niño, defendiendo después al niño, y enseñándonos lo que significa y es para Dios el niño, a la vez que demostraba un amor excepcional a los pequeños.
Los niños han tenido en Jesús a su mejor amigo, y la Iglesia, continuadora de la obra de Jesús, mira a los niños como a las niñas de sus ojos. Un escritor pagano de la antigua Roma dijo una frase que se ha hecho inmortal: Al niño se le debe un gran respeto (Juvenal)
Jesús está acorde totalmente con este juicio, pero va mucho más allá, y nos dice y nos repite: Dejad que los niños vengan a mí… De los niños es el Reino de los Cielos… Quien a coge a un niño, me acoge a mí, acoge a Dios mi Padre.