Ante Jesucristo el Redentor
30. diciembre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoJesús, al ver realizadas en Sí mismo las promesas de salvación hechas por Dios a lo largo de todo Antiguo Testamento, les dice no sin emoción a los discípulos: ¡Dichosos vosotros, que veis lo que muchos patriarcas y reyes quisieron ver y no pudieron!… (Lucas 10,24). Sí. Nosotros tenemos la gran suerte de haber recibido a Jesucristo, de gozar de su amistad, de vivir plenamente la Era Mesiánica. ¿Pero, es cierto que nosotros vivimos lo que nos exige la presencia del Redentor entre nosotros?…
Empezamos por preguntar: ¿Qué tenía que hacer Dios en el paraíso ante el pecado de Adán? Y la respuesta se la pudo dar el mismo Dios: ¿El hombre ha pecado? Pues…, él se las arregle. ¿Se ha vendido a Satanás? Pues…, con Satanás se vaya a su misma condenación.
Este lenguaje parece fuerte, pero esta es la realidad. No teníamos los hombres otro remedio. Dios, sin embargo, movido a compasión, se pudo preguntar también: ¿Y qué saco yo con que todos se pierdan? ¿No será mejor que les dé lo que no merecen, que los salve a pesar de su enorme culpa?…
Y las divinas Personas trazan un plan en el seno de su Trinidad. El Padre: Hijo mío, ¿quieres pagar por ellos?… El Espíritu Santo empuja la decisión del Hijo: ¡Venga, hazlo! Y el Hijo de Dios responde: ¡Sí, quiero!…
Dios se empeña entonces —como nos dice San Pablo— en que sobreabunde la gracia allí donde abundó el pecado. Y maldice a Satanás de nuevo en el mismo paraíso: ¡Maldita seas, serpiente, entre todos los animales de la tierra! Un hijo de mujer te machacará algún día la cabeza.
Viene por fin Jesús, el hijo de Dios nacido hombre de María Virgen, y nos manifiesta todo el amor del Padre. Niño chiquitín, es proclamado por los Angeles en los cielos de Belén: ¡Gloria a Dios, y paz a los hombres amados de Dios!… Trabajador en Nazaret, se encallece las manos para ganarse el pan como el último de los obreros… Suda por los caminos de Galilea buscando las almas de sus hermanos los pecadores… Ante el espectro del Calvario, no se tira para atrás, sino que le dice al Padre más generoso que nunca: ¡Padre, aunque me cueste beber este cáliz tan amargo, que no se haga mi voluntad! Y si tu voluntad es que muera por los hombres mis hermanos, ¡aquí estoy!
Al poner estas palabras en boca de Jesús, me viene a la mente aquel caso tan conmovedor.
A mitades del siglo diecinueve hubo en los pueblos del Sur de Rusia un príncipe real muy enérgico. Ante tantos casos de corrupción que empobrecían al pueblo, quiso dar escarmientos fuertes. El ladrón había de sufrir públicamente cincuenta azotes en una flagelación despiadada.
La primera sorprendida fue la madre del príncipe, el cual se mantuvo firme: ¡Debe cumplirse la sentencia! Pero el amor a su madre le hizo debatirse durante tres días en una lucha feroz consigo mismo. Atada la madre al poste, y cuando ya iban a soltar sobre ella los terribles azotes, se desnuda el hijo, se interpone entre la madre y los verdugos, y manda descargar sobre sí la lluvia de los golpes, que le dejan sangrando, y exclama ante todo el pueblo: Se ha cumplido la sentencia. La sangre de vuestro príncipe ha sido derramada en expiación del delito. El pueblo quedó vivamente impresionado, y desde aquel día ya no hubo más casos de soborno (Schamyl, en los pueblos de Causcasia, entre 1840 y 1860)
Este fue el caso de Jesús con su Padre por nosotros. Después de su grito triunfal: ¡Todo se ha cumplido!, entrega su espíritu al Padre, que, complacido con la obediencia del Hijo, nos envía el Espíritu Santo, merecido por la Sangre de Jesús, y con el Espíritu Divino su perdón y su gracia.
Ahora, ya no le queda sino meternos en el Cielo para gozar de su misma gloria, ¡nosotros, los que estábamos destinados a una condenación irremediable! El amor y la misericordia de Dios han podido mucho más que nuestra culpa.
¡Vaya plan de redención que se trazó Dios sobre nosotros! La Iglesia en la Vigilia Pascual lo canta emocionada:
-¡Oh admirable dignación de tu bondad para con nosotros! ¡Para salvar al esclavo, entregas y condenas a tu propio Hijo!…
Ahora reflexionamos sobre nuestra responsabilidad al haber recibido el don de la salvación. ¿Puede la Sangre de Cristo quedar infecunda? ¿Puede el cristiano, lavado con esa Sangre de Cristo, renegar de la Gracia recibida de Dios?…
Los dones de Dios, precisamente porque nacen del amor, son muy exigentes. Si se ofende a la justicia, se puede recurrir al amor. Pero, si se ofende al amor, ¿a qué y a quién se va a recurrir?… La Redención de Jesucristo es capaz de excitar hasta lo sumo nuestra confianza y nuestra generosidad.
Nuestra confianza, ante todo. Hacemos nuestro el pensamiento de San Agustín, inspirado en San Pablo: Te buscó Jesucristo cuando eras impío para redimirte; ¿puede abandonarte a la perdición después de haberte redimido? Pueden ser grandes nuestras culpas, pero es mucho más grande el amor de Dios manifestado en Jesucristo.
Y, después, nuestra generosidad. Por Jesucristo se puede hacer todo. Como lo hizo aquella muchacha rica, de alta sociedad, que se quiso meter en un convento de clausura para orar y hacer penitencia por la salvación de las almas. La Superiora le va llevando por todas las dependencias de la casa y le explica la vida tan austera que le espera. Acabado el recorrido, le pregunta: Y después de todo esto, ¿sigue todavía usted, Señorita, en querer abrazar esta vida tan dura? La joven no se inmuta, y responde: Madre, en cada habitación he visto un Crucifijo colgado en la pared. Donde quiera que yo esté, me encontraré con la cruz que Jesús llevó por mí. ¿Por qué no podré yo llevar la mía por Él?…
Es cierto. Cuando Cristo hizo tanto por nosotros, ¡qué poco cuesta hacer alguna cosa por el que tanto nos amó!…