Cuarto Domingo Adviento (C)

20. diciembre 2024 | Por | Categoria: Charla Dominical

El Evangelio de este Domingo está lleno de unos encantos, de un idilio, de una ternura inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños.
Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia. ¡Cómo se saludan las dos primas!…
– ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?…
– Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?…
María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:
– Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible.

Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos —¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!—, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea.
Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo:
– ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!
María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio: “¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!”.

¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano.
María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito.
Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.
El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.

Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro.  
¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce, aunque de una manera imperfecta y misteriosa: -¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?…
Y El Señor, para un judío, era solamente Dios.

¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. “Nacido de mujer”, dirá San Pablo.
Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé.
Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño.
Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios.
Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros.

¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? La cosa es tan evidente, que no necesita comentarios.
Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios.
Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos.
No va a ninguna parte María sin su Jesús.
No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter a la vez bien dentro de ella al mismo Jesús.
Venir  a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros.
De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana. ¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?…

Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación.
Por la fe de María —“¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!”— se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios.

¡María, Señora y Madre!
¡Gracias por tu fe!
¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo!
¡Gracias, porque visitas nuestras almas!
¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel!
¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!…

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