Frente a frente el bien y el mal
1. enero 2025 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: GraciaNos encontramos los cristianos en nuestros días ante un hecho muy significativo: por una parte, grandes masas de la sociedad se van alejando de Dios, pierden la noción de pecado, y quién sabe cuál será su paradero definitivo…; por otra parte, cada vez hay más conciencia del valor de nuestra fe, de lo que es la amistad de Dios, de lo que significa la Gracia. Con palabras del Apóstol —aunque a otro propósito— podemos decir que en nuestra sociedad, en la que abunda tanto el pecado, Dios hace sobreabundar la Gracia.
Los Movimientos apostólicos y de piedad —como Cursillos, Encuentros, Grupos de Oración—, nos han hecho tener a todos conciencia del valor de la Gracia.
Antes, en las iglesias se nos metía miedo al pecado y a la condenación: no estaba mal, pues siempre nos iba bien un poco de temor de Dios. Que nos perdonen nuestros curas, pero no era ése quizá el camino más acertado para remover nuestras vidas.
Hoy, merced a esos Movimientos, se nos ha hecho ver lo que significa la amistad de Jesucristo, el valor de la oración, la grandeza de los Sacramentos, la dicha de pertenecer a la Iglesia, la vivencia del Espíritu Santo en nuestras almas, como pregusto de la gloria que nos espera…, en una palabra, todo lo que entendemos por la palabra Gracia. Con esta conciencia, el triunfo, dentro de nosotros, se lo está llevando el hombre nuevo, el que está conforme con Jesucristo, y no el hombre viejo, el que heredamos del pobre Adán…
Y, a propósito de esos dos hombres que llevamos dentro, me viene el recuerdo de una anécdota graciosa entre un indio y el misionero. El indio, que era pagano, pero de conciencia muy recta, le pide al Padre:
– Blanco, ¿por qué no me das tabaco?
– ¿Cómo no te voy a dar? Toma todo lo que quieras, y fuma bien a gusto. Aquí tienes todo un saquito.
El indio se va feliz, pero al día siguiente se le presenta al misionero y le entrega una moneda que había hallado en dentro del tabaco. El Padre, sorprendido de esta nobleza, le pregunta:
– Pero, ¿por qué no te la has quedado?
Y el indio da una explicación formidable, como arrancada de las páginas de San Pablo. Se pone la mano sobre el corazón, y explica:
– Blanco, aquí en el corazón tengo a un hombre bueno y a otro malo. El bueno me dijo: Devuelve el dinero, porque no te pertenece. El malo me dijo: El Blanco te lo dio; te pertenece a ti. El bueno contestó: No es verdad. El malo seguía: No te preocupes, y compra aguardiente. Yo no sabía qué hacer. Quise dormir y no pude. Los dos hombres discutían en mi corazón. Yo he acabado la disputa, y aquí te traigo tu dinero.
Este indio, que no se había bautizado, era ya un excelente cristiano en ciernes. Estaba preparado mejor que nadie para cargar toda la armadura que el Apóstol San Pablo nos echa encima para enfrentarnos con el mal. Esa armadura que nosotros, cristianos y católicos convencidos, queremos usar con destreza en nuestros días para salir airosos en la lucha que forzosamente hemos de sostener.
Somos esclavos de la verdad, sin decantarnos nunca hacia las mentiras que nos susurran al oído tantos atrevidos que adulteran la Palabra de Dios.
Aceptamos toda la justicia de Dios, es decir, la rectitud moral frente a tanta disolución de las costumbres paganas que nos rodean.
No vacilamos en nuestra fe, ante tantos como dudan.
Nos mantenemos firmes en nuestra esperanza, sabiendo que nos espera otro mundo, a pesar de que hay muchos que lo niegan, y nos dicen que cielo e infierno están ya aquí.
Nos aprestamos a anunciar el Evangelio, a ser apóstoles en nuestros ambientes, a comunicar la verdad y la gracia de Jesucristo a los hermanos que la necesitan, sabiendo que no hay medio mejor para enfrentarnos al mal que propagar a todas horas el bien.
En la lucha por mantener la Gracia en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, lo que más se necesita hoy es valentía. Una valentía que sabe enfrentarse con energía al mal, al estilo del mismo Jesucristo, que al demonio tentador le respondía con decisión indomable:
– ¡No quiero convertir las piedras en pan, para pasarla bien! ¡No quiero tirarme abajo para que todos me aplaudan! ¡No me arrodillo ante ti, aunque me prometas —mentiroso—―todo el mundo que no me vas a dar!…
Es el estilo que empleó un escultor famoso, invitado por un príncipe italiano a hacer una obra contraria a la moral, por muy artística que apareciera. -¡Hágala, que los honorarios van a ser muy altos! Tendrá buena cantidad de dinero…
Y el escultor, católico muy serio: -¿Dinero? ¿Por dinero quiere usted que venda mi conciencia? Sepa usted que toda Italia no tiene dinero suficiente para doblegarme a hacer semejante obra.
Decimos muchas veces que hoy necesitamos más que nunca cristianos valientes. La valentía se ha necesitado siempre, lo mismo en las luchas sangrientas del Imperio Romano que en las apostasías en masa de los tiempos de la Reforma, igual en los campos de concentración nazis que en los gulags de la Rusia comunista.
Pero la lucha de hoy es mucho peor. No se nos pide apostasía de la fe ante los gatillos de las pistolas. Se nos pide mantenernos fieles a Jesucristo ante la seducción del placer, ante la indiferencia religiosa, ante unas costumbres que nuestra conciencia no puede aceptar.
Estamos frente a frente con el mal. Y el triunfo no queremos dárselo al mal, sino a la Gracia. Hemos de escoger…