La clave de la salvación
17. febrero 2025 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoAl acercarse el Tercer Milenio, y ante el requerimiento del Papa Juan Pablo II, los responsables de la catequesis sobre Jesucristo, se preguntaron: ¿Cuál debe ser nuestro plan? Y se respondieron muy acertadamente: Desarrollar, promover y nutrir cada día, en el ámbito de la conciencia y de la vida, la comprensión y la experiencia del misterio de Jesucristo.
En otras palabras: A trabajar todos para que Jesucristo sea más conocido, penetre en la conciencia de todos, y sea vivido su misterio en las realidades de cada día.
Esto es todo un programa de vida. O hacemos de Jesucristo el centro de toda nuestra existencia, lo mismo individual que social, o vamos a perder el tiempo lastimosamente. Porque Jesucristo es el único fundamento puesto por Dios para conseguir la salvación, tanto personal como colectiva.
La solución del mundo está en Jesucristo.
La realización de cada persona está en Jesucristo.
Con Jesucristo se nos solucionarán todos nuestros problemas y alcanzaremos la realización de todas nuestras aspiraciones. Con Jesucristo se realizará el cambio que la Iglesia se ha propuesto promover en el Tercer Milenio para bien de toda la humanidad, y, sobre todo, para la salvación de los hombres que Jesucristo vino a rescatar del poder del enemigo.
Si queremos anunciar a Jesucristo como Salvador, lo presentamos de manera que lo rechazará el mundo, y nosotros mismos seremos ridiculizados. Cuando se empezaron a descubrir las catacumbas y los tesoros de la Roma del Imperio, apareció en el Palatino una cruz de burla. Clavado en ella, el condenado con la cabeza de un asno. Y algo alejado, un pobre cristiano, que rezaba hincado a ese su Dios. La inscripción decía: Alex es fiel.
Mientras adoramos a Cristo y lo proclamamos al mundo, es posible que el mundo se nos ría, pero sabemos que le estamos dando al mundo su salvación.
Jesucristo es la gran Buena Noticia que siempre se escucha con magníficos resultados en orden a la salvación. Porque Jesucristo es el Evangelio. Hablar de Jesucristo es hablar de la misma salvación que Él nos trajo.
Jesucristo es el gran anunciador de la Palabra de Dios. Todos los demás que han venido o vendrán después apropiándose la misión de enseñar, son, en expresión del mismo Jesús, ladrones y salteadores, falsos pastores a los que nunca seguirán los elegidos. Porque Jesucristo es el Evangelizador. Jesucristo es el único al que debemos escuchar.
Jesucristo es la última Palabra que Dios ha dicho a la humanidad para su salvación. En Jesucristo encontramos toda la verdad. Y anunciar a Jesucristo es hacerse con toda esa verdad de Dios en toda su pureza. Porque Jesucristo es el Evangelizado. Cuando habla la Iglesia y expone su doctrina, en realidad no hace otra cosa que anunciar al mismo Jesucristo en Persona.
Esta es la predicación de la Iglesia, la nuestra, como la de Pablo: Nosotros no predicamos otra cosa sino a Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Lo rechaza el mundo, pero Jesucristo en la Cruz es la fuerza de Dios. Y lo hacemos como un deber imperioso, tal como lo proclamaba un San Justino en los principios de la Iglesia: Quien se halla en la condición de dar este testimonio de la verdad y no lo hace, será condenado por Dios. Así de valiente…
Al predicar o hablar de Jesucristo, lo hacemos con la fe, el amor y la convicción de un Ignacio de Loyola. Convertido, anuncia Jesucristo a sus compañeros de la Universidad de Alcalá. Es calumniado, perseguido y encarcelado por la Inquisición. Ignacio, orgulloso de sufrir por Cristo, pero decepcionado también, comentaba dolorido: Jamás hubiera pensado que pudiese uno ser causa de escándalo a los cristianos por hablarles de Jesucristo.
La Persona de Jesucristo, así anunciada y así predicada, no se quedará sin más en palabras bonitas, en pensamientos muy subidos, en normas morales muy prudentes. Jesucristo se convertirá en exigencia de vida. Los que reciben el mensaje se dan cuenta muy pronto de que Jesucristo debe ser vivido. De que hay que conformar la propia con la vida de Jesucristo. Si no somos iguales que Jesucristo en toda la manera de proceder, no somos de Jesucristo. Porque Jesucristo se convierte en vida, y la vida nos obliga a hacer lo que llevamos y somos por dentro.
Es necesario, por lo tanto, para salvar al mundo y ser nosotros mismos cristianos de verdad, aceptar a Jesucristo como el Enviado de Dios. Como el Salvador. Aceptamos al Jesús que vivió en Nazaret, y predicó, y murió, y resucitó, y ahora es Señor, el Rey del Cielo y Soberano del universo.
Es necesario también que ese Jesucristo sea vivido por la gracia suya que llevamos dentro desde nuestro Bautismo. Y que sea también manifestado por los que somos y nos confesamos suyos.
Al anunciar y al vivir así a Jesucristo, aunque no nos demos cuenta de nuestra propia labor, vamos los cristianos transformando al mundo, lo vamos haciendo más digno de Dios y, lo que es más importante, le vamos haciendo hallar el camino de su salvación.
El nombre de Jesús no se nos cae de los labios, porque llena nuestra mente y es el amor más grande de nuestro corazón. Hablamos de lo que la cabeza y el corazón rebosan. En este momento grandioso de la Historia, con el abrirse del Tercer Milenio, regalamos al mundo nuestro mensaje de salvación, cifrado en una sola palabra: ¡Jesucristo!