¡Qué fácil para salvarse!…
20. marzo 2025 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: OraciónMe encuentro por casualidad con esta proposición genial de Santo Tomás de Aquino: “Tres cosas son necesarias para la salvación del hombre: la ciencia de lo que ha de creer; la ciencia de lo que ha de desear, y la ciencia de lo que ha de hacer. Lo primero se enseña en el Credo; lo segundo en el Padrenuestro; lo tercero, en la ley”. Digo “genial” porque no se puede expresar la solución del gran problema de la salvación con menos palabras, con más exactitud y con mayor claridad.
Hoy nos han venido muchos predicadores de fuera diciéndonos cosas muy extrañas y hasta divertidas sobre la salvación. ¡Cómo si la Iglesia Católica no nos lo hubiera enseñado nunca!…
Puedo dar fe del siguiente caso. Se hospedó en un hotel de categoría un famoso telepredicador venido de Estados Unidos. Un buen amigo mío, periodista, fue a entrevistarlo, y, nada más visto por el predicador, éste le soltó a gritos desde el sillón donde estaba repantingado: -¡Usted está perdido! ¡Usted no está salvado! Porque usted todavía no se ha convertido. ¡A convertirse, como dice Jesucristo!…
Mi amigo el periodista hizo muy bien en dar media vuelta y marcharse sin más por donde había venido, dejándole al otro con sus teorías algo cómicas…
El Credo ⎯¡Yo creo!⎯ es el fundamento de todo, porque sin fe es imposible agradar a Dios, nos dice el mismo Dios (Hebreos 11,6). ¿Y qué es lo que creemos? ¿Lo que a cada uno se nos ocurre? ¿Lo que se han inventado los hombres? ¿Lo que proponen algunos, que se dicen inspirados por Dios? Sectas venidas de Oriente o del Norte han hecho sus enormes fortunas a base de engaños descarados, atrapando a muchos incautos junto con su dinero.
No; nosotros no creemos nada de eso inventado por los hombres, sino lo revelado por Jesucristo, transmitido por los Apóstoles y enseñado por la Iglesia Católica. En un principio, la Iglesia enseñaba al catecúmeno toda la doctrina, encerrada en el llamado Símbolo de los Apóstoles, es decir, el Credo, y la gran recomendación que le hacía era sólo ésta de Pablo a Timoteo: Guarda el depósito que se te ha confiado, evitando las falsas verdades (1Timoteo 6,20).
Un escritor antiguo se lo decía al cristiano de esta manera tan bella: Has recibido oro, oro has de dar. No quiero sustitutivo. No cambies el oro por plomo. No quiero oro falso, sino oro verdadero”. (Vicente de Lerins). El Credo era el distintivo del cristiano en sus labios. Había de recitarlo tal como lo había aprendido. Eso era puro oro. Cualquier diferencia que metiese era plomo y algo peor. Era enseñanza diabólica, aprendida de Satanás, el padre de la mentira…
Y el conocido escritor inglés decía: Claridad y firmeza en las más importantes cuestiones de la vida moderna solamente las encuentro en la Iglesia Católica. Por eso me hice católico (Chesterton). El Credo es la suprema garantía de la fe.
El Padrenuestro, enseñado por el mismo Señor Jesús ⎯por eso se le llama la oración dominical, o del Señor⎯, contiene todas nuestras esperanzas.
Si le llamamos Padre a Dios, ¿qué fin nos espera si no el ir a la casa del Padre para estar con Él?…
Si esta casa del Padre es el Cielo, ¿qué otro lugar puede ser el de nuestro descanso eterno?…
Si santificamos o glorificamos su nombre, ¿qué otra faena nos espera en la eternidad?…
Si le pedimos que venga su Reino, ¿cuál será el reino nuestro, el de Dios o el de su enemigo?…
Si le decimos que se haga su voluntad, que es nuestra salvación, ¿cómo nos vamos a perder?…
Si le pedimos el pan de cada día, ¿nos lo iba a dar para nuestra perdición?…
Si le pedimos el perdón y Él nos lo da, ¿es acaso porque nos quiere condenar?…
Si no nos deja caer en la tentación y nos libra del mal y del Maligno, ¿qué miedo nos va a dar el problema de la salvación? Porque ⎯y voy a tomar palabras de Pablo⎯ el que nos ha dado a su propio Hijo entregándolo hasta la muerte por nosotros, ¿cómo no nos va a dar con él todas las cosas? (Romanos 8, 32)
Cuando el Padrenuestro no se nos cae de los labios, señal de que el Espíritu Santo mora en nosotros. Lo adivinó así un gran político, caído bajo las balas asesinas por su fe católica. Le va a visitar un antiguo y descreído amigo suyo, y le dice: Mire, mientras usted crea que los que rezamos el Padre nuestro somos unos idiotas, yo no tengo nada que decirle (Ramiro de Maeztu a Pérez de Ayala)
La Ley, finalmente. Creer y rezar no resulta a muchos tan difícil. El problema lo tienen en los Diez Mandamientos. Sin embargo, su observancia es la piedra de toque para distinguir a los que quieren en serio su salvación o la toman sencillamente a broma. Un agudo escritor describe a Dios escuchando la fe y la oración, y ve cómo Dios responde en verso español a un creyente devoto: Guárdame mis mandamientos, buen cristiano, por tu fe. Si mis mandamientos guardas, yo mi cielo te daré (Francisco de Velasco)
El genial y bueno de Santo Tomás de Aquino ha resuelto el problema inquietante de la salvación con estas palabras, puestas ahora en labios de Jesús:
¿Salvarse? Si es la cosa más fácil. Yo pagué ya por ti. Ahora a ti te toca tener presentes los tres miembros de esta proposición tan simple:
– con el Credo de mi Iglesia, cree lo que yo te enseñé;
– con la Oración que yo mismo te dicté, espera lo que yo te prometí;
– y con los Diez Mandamientos que yo ratifiqué,
tienes cumplido todo lo que yo te mando. No te falta nada. Tu salvación es un hecho. Aunque el telepredicador te diga lo contrario…