Jesucristo, el Único y el Todo
24. marzo 2025 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoEs muy posible que todos ustedes, queridos lectore, hayan escuchado o leído más de una vez ⎯y hasta lo pueden recordar los no tan jóvenes⎯ lo que ocurrió en la ciudad de Chicago allá por el año 1970. En Estados Unidos prendió la revolución de los jóvenes con una violencia ⎯en este caso digamos: con un entusiasmo⎯ sin igual.
Estaban los jóvenes hartos de tantos líderes, políticos o religiosos, que no significaban nada para sus vidas ni para el mundo. Se fijaron, muy acertadamente, en Jesucristo, y llamaron a su movimiento la “Revolución de Jesús”.
Tuvieron iniciativas sorprendentes. Eran los días en que, al marcar el teléfono, la secretaria, o el gerente, o el ama de casa, o cualquier aburrido, preocupado, amargado o descreído oía al otro lado del hilo unas palabras desconcertantes que traían paz y esperanza: “Jesús te ama”, “Jesús es mi Señor”. ”Si tu Dios está muerto, acepta el mío: Jesús está vivo”.
Las emisoras lanzaban canciones como ésta: “Buscaba mi alma, y no la encontraba; – buscaba a mi Dios, y yo no lo hallaba. – Y al ver a Jesús, que tú me enseñabas, – encontré a mi Dios, y encontré a mi alma”.
Pero aquellos estudiantes de Chicago lo hicieron mejor. La cosa empezó con un grupito en el campus de la Universidad. Cantan, gritan, vociferan… El grupo se va engrosando por las calles, y pasan de mil cuando llegan al Cuartel General de la Policía.
– ¡Policías, policías, Jesús os ama! ¡Policías, policías, nosotros os queremos!
Y después de predicar con estos gritos desaforados al Cuerpo de Seguridad, pasan las bolsas de mano en mano para recoger la imponente colecta, en la que no cayó… ¡ni un dólar! Pero las bolsas quedaron llenas de marihuana, heroína, anticonceptivos, y de todo lo que destroza a la juventud:
– ¡Policías, policías, tomad! Lo que no descubrís con todas vuestras pesquisas ni podéis arrebatarnos con vuestras pistolas, os lo damos porque queremos, porque se lo damos a Jesús (Martín Descalzo, en el Prologo a JESUCRISTO)
Esto no se le ocurre, desde luego, más que a la muchachada yanqui… Aunque nosotros vamos a aprender la lección y a sacar las consecuencias.
En los mismos años setenta arrancó la costumbre de llevar los muchachos el Crucifijo pendiente sobre el pecho. Y no lo llevaban únicamente los católicos y creyentes de otras confesiones cristianas, sino que blasonaban de él hasta los no creyentes, que si no aceptaban a Jesucristo como Dios, ni tan siquiera como el Mesías esperado por Israel, pero sí lo tenían como el hombre más grande, más bueno, más generoso, más entregado, y el único que, sin empuñar un arma, ha revolucionado todo con la sola predicación y el ejemplo del amor.
Para nosotros, desde luego, Jesucristo es más, mucho más. Es no sólo el Hombre tipo, el Hombre perfecto: porque Jesucristo es Dios y es El Señor, centro y eje de la Historia y el Rey inmortal de lo siglos.
Teniendo muy presente esto, damos la razón a aquellos jóvenes simpáticamente revoltosos.
Todo lo que sea fundar el mundo en Jesucristo, será estable.
Todo lo que sea construir un mundo sin Jesucristo, está desde el comienzo condenado al fracaso.
Lo mismo que nuestras vidas. Con Cristo tienen sentido e ideal; sin Cristo, carecen de ilusión y esperanza.
Por eso los jóvenes estaban hartos de tantos líderes que no les satisfacían, y optaron finalmente por Jesucristo. Porque Jesucristo nos da la clave de toda inteligencia, ya que Jesucristo es el que revela el hombre al hombre.
Sin embargo, aquellos jóvenes no eran del todo originales. Sin ellos saberlo, ya hacía muchos siglos que nos lo había dejado escrito San Pablo: Nadie puede poner otro fundamento sino el que ya está puesto, Cristo Jesús (1Corintios 3,11). Cualquier proyecto humano ⎯desde uno de las Naciones Unidas hasta uno personal nuestro⎯, o se cimienta en Jesucristo, el fundamento que ha puesto Dios, o va inexorablemente a la ruina.
El Papa Pablo VI, tan clarividente, sabía esto muy bien, y pocos años después de aquel incidente de Chicago, se dirigió por radio a más de cuarenta mil jóvenes congregados en Nueva Orleans, y les dijo a ellos, pero para que lo oyéramos bien todos nosotros, jóvenes o grandes:
Vivir en Cristo Jesús ha de ser vuestra mayor contribución a la sociedad, la más completa medida de vuestra personalidad, vuestro mayor servicio a la humanidad y vuestro mayor impacto en el mundo.
El verdadero objetivo de vuestra existencia es: vivir en Cristo, conocer a Jesús, creer en su amor, escuchar sus palabras en el Evangelio, seguir sus enseñanzas, aceptar sus mandatos de amor y de oración, abrir vuestros corazones en fraternal servicio a las necesidades de vuestros hermanos, y ser testigos del Señor por medio de la autenticidad de vuestras obras.
¡Jesucristo! Sólo su nombre ya nos llena a nosotros el alma. Pero, claro está, no queremos tomar a Jesucristo únicamente como un eslogan vacío de sentido, ni aceptamos que los entusiasmos por Él sean llamarada de un incendio que presto se apaga.
Jesucristo es la Persona con quien intimamos, el amigo a quien recibimos en el Sacramento, el compañero de nuestras fatigas, el líder a quien seguimos. Jesucristo para nosotros es todo, y a quien nosotros nos damos del todo también.