Salvadores con el Salvador
17. marzo 2025 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: JesucristoLos hombres de hoy soñamos en un mundo mejor sobre el que construir la justicia, la paz, el bienestar, la honestidad, y nos encontramos con un terreno en pésimas condiciones. No hay manera de allanarlo para una nueva construcción. Utilizamos mil medios y fracasamos con todos, o al menos nos sirven para muy poco. Dicen que deberíamos acudir a Jesucristo… ¿Es esto verdad?…
Uno de los pensadores más profundos de la Iglesia en nuestros días nos lo dijo muy autorizadamente:
“Hemos hecho todas las experiencias. Hemos agotado todas las negaciones. Y no hay otro nombre que pueda ser pronunciado para dar al hombre moderno la esperanza y la alegría sino el nombre de Cristo” (Jean Guitton)
Unas palabras como éstas vienen a dar razón hoy, como ayer y como siempre, al apóstol San Pablo, que en la carta a los Romanos describe la horrible visión del mundo pagano de su tiempo (Romanos 1,21-32). ¿Quién lo podía salvar? Dios le dio el último remedio que tenía a mano: Jesucristo, su Hijo hecho hombre y metido entre los hombres. Y Dios no ha cambiado de método. O acudimos a Jesucristo, o nos equivocamos de medio a medio…
Y aquí está nuestro error cuando queremos hacer algo por el mundo, por aliviarlo de los males que le aquejan alrededor nuestro. Excogitamos mil medios y dejamos de lado el primero de todos: Jesucristo.
Al hablar de los males modernos, lo primero que nos viene a la mente es la amenaza de las armas y la tremenda injusticia social que tiene dividido al mundo en dos: el de la riqueza enorme de unos y la miseria espantosa de otros. Cierto. Pero no nos vamos a fijar ahora en este punto, que lo tratamos mil veces. Miramos otros aspectos muy dolorosos que percibimos a nuestro alrededor. En un mundo muy rico pueden abundar los problemas y hacer muy desgraciadas a muchas personas. Miramos ahora la salvación de éstas.
Traemos un testimonio muy autorizado, del confundador de los Misioneros de la Caridad con la Madre Teresa. Se decidió a ir a un país socialmente modelo. ¿Y con qué se encontró? Oímos sus palabras:
“La organización de la Sociedad y del Estado en Suecia es poco menos que perfecta. Si en algún país tiene sentido la expresión Estado-Providencia, ése es Suecia. Pero esto no resuelve todos los problemas, sino que más bien agudiza algunos: el de la incomunicación, el de la indigencia afectiva, el de la radical soledad de las personas, de la infidelidad, de la ruptura de las familias, del alcoholismo, del alarmante incremento de los suicidios”.
Y no sólo en Suecia, pues el testigo nos traslada a las ciudades más envidiables para hallar a los más miserables también:
“Por las calles de Tokio, Los Angeles o París los encontramos en los alcohólicos, drogadictos, perturbados mentales y niños abandonados”.
¿No son éstos los males que nosotros palpamos en todos nuestros países? Quizá en menor proporción, pues, aunque seamos más pobres, tenemos los valores espirituales mucho más acentuados. Pero es cierto que todos esos males nos aquejan también a nosotros.
¡Claro que sí! Y como somos personas de corazón, y queremos poner algún remedio, empezamos a discurrir: ¿Qué vamos a hacer ⎯qué voy a hacer yo concretamente⎯ a mi alrededor?
Al trabajar ⎯poco o mucho según nuestras posibilidades, y guiados por la fe⎯, pensamos ante todo en Jesucristo. Nosotros podemos poco, pero entre Jesucristo y nosotros podemos mucho. Nos lo dice el mismo Misionero de la Caridad:
“El secreto consiste en la presencia viva de Cristo en nosotros y con nosotros. Es importante que lo reconozcamos y que lo confesemos. Cuando lo olvidamos al pensar que todo depende de nuestra habilidad, de la técnica y de los recursos humanos, entonces perdemos toda nuestra fuerza. Entonces lo perdemos todo y nos quedamos con las manos vacías. Es la presencia viva, amorosa y vivificante de Cristo en nosotros la que nos capacita, a pesar de nuestra flaqueza, de nuestra condición pecadora y de nuestros fallos en el amor. Éste es nuestro secreto”.
Hoy hemos querido hablar de Jesucristo como Salvador. Pero Jesucristo ⎯lo tenemos que tener en cuenta siempre⎯ no es Salvador únicamente de las almas, o sea, del hombre en la vida futura. No; Jesucristo es el Salvador del hombre ¡desde ya!, como decimos enfáticamente, desde ahora. Jesucristo es el gran remediador de los males actuales que padece el mundo.
Si nosotros nos ponemos en sus manos para ayudarle a salvar al mundo, sabemos que no somos más que esto: instrumentos en sus manos. Por eso, en nuestro trabajo personal cuando queremos ayudar a los demás en sus necesidades, contamos ante todo y sobre todo con Jesucristo.
Le rezamos, y Jesucristo nos ilumina, nos inspira, nos empuja y nos dirige.
Le prestamos nuestras manos, para que trabaje Él. Nuestros labios, para que sonría Él. Nuestra billetera, si es preciso, para que el dinero lo dé expresamente Él…
El éxito será de Jesucristo. Un éxito suyo que, a lo mejor, está amasado con un fracaso nuestro. Porque Jesucristo tiene buena experiencia personal sobre lo que es triunfar con el fracaso. Lo aprendió con el fracaso estrepitoso de la Cruz, el cual se convirtió ⎯¡qué cosas de Dios!⎯ en el máximo de los triunfos…
El mundo nuevo busca salvación, y Dios le ofrece a Jesucristo. Los medios nuestros son azadones, picos y palas, mientras que el medio que Dios utiliza es un poderoso tractor ⎯bastante mejor que los de la Caterpillar⎯ que deja el terreno preparado para todo lo bueno que se quiera construir después…