El niño, ese tesoro
2. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaEntre las preocupaciones más grandes que centran la atención del mundo de hoy, el niño ocupa un lugar muy destacado. Esto es muy natural. Porque el niño, aparte de sus encantos que nos hechizan, es el futuro de la familia, de la sociedad, de la Iglesia, del mundo entero. Todo lo que hacemos por el bien del niño está más que justificado. Lo entendía muy bien la Directora de un colegio prestigioso. Era una católica y una educadora de primer orden, obsesionada siempre por la formación de los niños y niñas de su plantel. Y le decía a cada nueva profesora al comenzar el año escolar:– En su mano está el dar a Jesucristo un gusto enorme o un disgusto terrible. ¿Qué escoge?… ¿Quiere tener a Jesucristo enojado y cargar usted con las consecuencias? Pues, descuide usted la buena formación de los niños… Por el contrario, ¿quiere que Jesucristo le sonría y le pague con un sueldo que yo no le puedo dar? Entonces, lleve los niños a Jesús, que los está esperando.
Ahora, nos preguntamos: ¿cómo va a juzgar la Historia el día de mañana nuestra civilización, cuando se estudie y se conozca lo que se está haciendo hoy con el niño?… Porque nos encontramos con dos hechos que parecen una contradicción.
Por una parte, el niño es un rey sin corona. Cómo se le mima…, cómo se le da todo…, cómo se le instruye… Al niño no le falta nada.
Por otra parte, el niño es víctima de unos atropellos hasta ahora desconocidos, como ocurre con el tráfico de los niños para fines inconfesables.
El niño, muchas veces, no es deseado, cuando se calcula su venida sólo por egoísmo.
Se le asesina descaradamente antes de que vea la luz del mundo, si es que los cálculos no salieron conforme a lo previsto.
Se le corrompe su tierno corazón con una propaganda pornográfica intolerable.
Se le deforma dándole una libertad que todavía no es capaz de asumir con responsabilidad.
No se le forma en el espíritu de sacrificio, de austeridad, de valentía.
Y, sobre todo, se descuida en muchos hogares el orientar su vida hacia Dios, y hasta se le niega expresamente este derecho en la escuela pública de muchos Estados.
Según cómo miramos la cosa, decimos con tonos de voz muy diferentes: ¡Qué felices los niños de hoy, que lo tienen todo! ¡Pobres niños de hoy, a dónde irán a parar!…
Sin embargo, no nos quedamos en lamentaciones estériles. Queremos hacer algo por el niño. Y es mucho lo que podemos hacer. Empezando por mentalizarnos sobre el valor del niño. Miramos en esa criaturita al hombre y a la mujer del mañana. Una persona es lo más grande que existe, dotada como está de derechos que le dan una dignidad sin par. Pues bien, el niño, por pequeñín que sea, es ya ahora una persona, la misma persona del día de mañana.
El niño es la materia prima que Dios pone en nuestras manos para que formemos al ciudadano futuro. Más que todo, miramos en el niño a un hijo de Dios. Y Dios da un destino eterno a ese niñito juguetón que estrechan nuestros brazos y nos comemos a besos. Dios lo llama a poseer una gloria inimaginable, a disfrutar una felicidad insospechada. En nuestras manos está el orientar la vida tierna del niño hacia Dios o el empujarlo hacia una perdición sin remedio.
Desde que Dios se hizo Hombre en Jesucristo, y Jesucristo vino al mundo no como un hombre mayor, en plenitud de facultades y fuerzas, sino como un infante, un chiquitín en Belén, el niño ha adquirido en la familia y en la sociedad una categoría especial. El niño, con sus encantos y todas sus limitaciones, es el retrato más acabado de ese Dios que quiso ser eso: un dechado de inocencia y humildad. Haciéndose niño el mismo Dios, elevó a todo niño a una categoría tan alta, precisamente para hacernos comprender la dignidad de que está revestido y el crimen que supone el hacer un mal, cualquier mal, a un ser del todo indefenso, pero que es una imagen inigualable de la inocencia de Dios. Honrar al niño es tributar un homenaje a la inocencia inmaculada del Dios Creador.
Había que ver la emoción con que un sacerdote nos contaba lo que le pasó con una adolescente. La muchacha había nacido y vivía en un barrio algo problemático de la ciudad. Y el Padre, bromeando, le pregunta:
– ¿Qué tal? ¿Ya te portas bien en ese barrio tan divertido?
El Padre —nos decía— hubo de disimular las lágrimas cuando oyó la respuesta de la jovencita, hija de unos papás metidos muy activamente en El Camino del Catecumenado. Poniéndose ella muy seriecita, responde humilde:
– Padre, desde el vientre estoy en El Camino…
Cuando se le forma al niño en el hogar y en la escuela, como a esta criatura angelical, ¡qué poco miedo nos dará en su vida!
Jesucristo dijo:
Dejad que los niños vengan a mí. ¡Traedme todos los niños a mí! ¡Cuidado con impedírselo! Al que me eche a perder un niño, yo lo precipito en el fondo del mar con una rueda de molino atada al cuello…
Eso, lo que dijo Jesucristo. A mí me vienen ganas de preguntarle ahora a Él:
– Y al que ame al niño, al que lo forme, al que lo lleve a ti, ¿qué premio le guardas, Señor?…