Un cirujano opera a Jesucristo
1. enero 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesCada vez van desapareciendo más de la Iglesia ciertas formas de piedad que hoy nos parecen pasadas de moda. Por el contrario, van aumentando otras maneras de manifestar a Dios nuestra piedad, de modo que ésta resulte mucho más profunda y más al gusto de hoy.
Por ejemplo, todo lo que se refiere al amor de Jesucristo lo manifestamos y probamos por el amor que tenemos al hermano. Si conocemos un poco la Historia de la Iglesia, vemos en seguida que la Iglesia siempre ha creído y ha vivido, desde el principio, las mismas verdades, sin quitar ni añadir nada.
Pero, vemos también cómo en cada época ha vivido con más intensidad algunos principios del cristianismo. Ha respondido así a las necesidades que la misma Iglesia o el mundo estaban necesitando en un momento preciso. Esos principios o verdades se convertían entonces en ideas-madre, de fecundidad inagotable. Nuestro mundo de hoy tiene también sus peculiaridades, sus necesidades más urgentes que remediar, su mentalidad especialísima. ¿Sabemos cuál es?…Podríamos señalar como una característica nuestra la solidaridad entre los hombres. Hemos vivido unas guerras espantosas. Vemos surgir muchas naciones jóvenes, que no acaban de cuajar en el concierto universal de los pueblos. Contemplamos unas desigualdades sociales entre ricos y pobres, que constituyen un problema gravísimo. Mientras muchos hombres viven en una sociedad de bienestar envidiable, otros muchísimos carecen de lo más elemental para sus vidas.
Y esto no puede seguir así. Queremos unas condiciones de vida que sean dignas para todos. Y vienen las soluciones, propuestas por tantos hombres de buena voluntad. Todas tienden a lo mismo: a crear conciencia de que todos los hombres somos iguales; que todos tenemos los mismos derechos; que la explotación de unos sobre otros es un crimen intolerable; que es necesaria la fraternidad entre todos los pueblos; que la ayuda mutua no debe cesar jamás.
Los Derechos Humanos deben mover hoy todas nuestras relaciones. Por otra parte, entre los grupos se cree cada vez más en el amor y se fomenta cada día más la amistad. Todo esto es un bien que está a la vista de todos. Y la Iglesia, ¿no tiene que decir nada la Iglesia sobre todo esto?… Sí; ella tiene la palabra como nadie. Ella, desde el apóstol San Pablo, ha enseñado siempre una verdad fundamentalísima del cristianismo, como es la realidad de Cuerpo Místico de Cristo. Esta verdad, que tenemos en la Palabra de Dios, se reduce a esto:
No hay más que un solo Cristo. Jesús es la Cabeza, y nosotros sus miembros. Y, entre Él y nosotros, no formamos más que un solo Cristo, el Cristo entero, el Cristo Total.
¿Qué se sigue de aquí? Que todo lo que hacemos por los demás, se lo hacemos al mismo Jesucristo. Bien metida esta verdad en todos nosotros, los cristianos somos los que más contribuimos a la formación de ese Mundo Nuevo, de ese Mundo Mejor por el que todos los pueblos suspiran.
Quiero expresar ahora esto con el ejemplo de un cirujano de nuestras tierras. Católico convencido, aquel Doctor, Decano de la Facultad de Medicina en la Universidad, vivía esta verdad de un modo admirable. Hombre de prestigio, las operaciones eran para él cosa de cada día. Y las hacía muy en cristiano… Nos lo contaba él mismo. Cuando tenía al paciente en el quirófano, bien ido ya del todo por la anestesia, tomaba el frasco de mertiolato, empapaba un algodón con él y trazaba en las carnes del paciente una gran cruz, roja como la sangre…
Comentaba después el cristianísimo Médico:
– Así sé cómo tratar a mis enfermos. Es el mismo Jesucristo crucificado a quien estoy curando yo.
Sin comentarios, vaya…
Los comentarios los sacamos nosotros para nuestras vidas propias.
¿Este mi compañero de trabajo, este peón de mis campos, es Cristo?…
¿Esta mi secretaria, es Cristo?…
¿Este cliente que llega a la tienda, es Cristo?…
¿Este que llevo en el bus, o ese policía en servicio, es Cristo?…
¿Este niño tan enredón en la clase, es Cristo?…
¿Este pobre que viene a mí, es Cristo?…
¿Esta empleada doméstica, esta obrera del taller, es Cristo?…
Son unas consecuencias incuestionables de esa doctrina inagotablemente rica de la realidad del Cuerpo Místico de Jesucristo, el cual ha extendido su propia vida a todos los miembros que formamos el Reino de Dios, la Familia de Dios, la Iglesia Santa. Vida que se ofrece a todos los hombres, y por eso hacemos a todos el bien sin distinción alguna, porque Dios quiere que todos reciban y acepten el don de la salvación.
¿Puedo hablar contigo, amigo cirujano, tan querido por todos los que tuvimos la dicha de conocerte y tratarte?… Ahora que estás en el Cielo, ya no tienes que practicar a Jesucristo más operaciones en sus miembros de la Tierra. Pero, con aquel tu mertiolato y con elocuencia inusitada, nos dices que mejoramos mucho al mundo cuando en cada vecino adivinamos al mismo Cristo en persona…