Escuela para el Matrimonio
16. enero 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaUna de las quejas más frecuentes que se oían en nuestra Iglesia Católica era ésta: tenemos cristianos sacramentalizados, pero no están evangelizados. Es decir: nuestros fieles recibían los Sacramentos, pero sin la debida preparación. Y nos hemos preguntado mil veces: ¿Sabían tantos en la Iglesia lo que hacían al pedir el Bautismo para los niños? ¿Sabían lo que era en realidad hacer la primera Comunión? Y así de todos los demás Sacramentos. Pero preocupaba sobre todo el Matrimonio.
Porque podía ser su celebración únicamente un requisito social, más que cristiano. Hoy la Iglesia pide y exige la preparación debida para todos los Sacramentos. Pero la requiere especialmente para al Matrimonio.
Visitaba el Papa Juan Pablo II una iglesia parroquial de Roma, y dijo festivamente, hablando del matrimonio:
– Para llegar a ser sacerdotes hay que pasar por el seminario, una escuela que dura varios años. Pero, faltan todavía los seminarios para llegar a este gran sacramento que es el matrimonio. Ahora veo con satisfacción que vosotros abrís una escuela para las familias, para los esposos. Esto es un gran bien. Si no hubo una escuela de este tipo para antes de recibir este sacramento, está magnífico que la haya después, para los que están ya metidos dentro del matrimonio (Parroquia de Santa Lucía, 18-I-1987)
Y señalaba el Papa el programa de las lecciones que habría de impartir una escuela semejante: desde la más alta mística sacramental del matrimonio hasta la formación integral de los hijos.
Partimos del apóstol San Pablo, cuando nos enseña que el matrimonio es un gran misterio, porque representa la unión de Cristo con su Iglesia. ¡Como quien no dice nada!
El esposo ha de mirar a Jesucristo, contemplar cómo ama a su esposa la Iglesia, ver todo lo que hace por ella, y hacer él mismo por su mujer lo que ha visto hacer a Jesucristo por la Iglesia.
La esposa en el hogar mira de continuo a la Iglesia, la ve cómo suspira por Jesucristo, cómo lo ama, cómo tantos dan por Cristo hasta la vida, y entonces hace ella por su marido lo que ha visto hacer a la Iglesia por Jesucristo.
De aquí arrancará toda la vida cristiana del matrimonio. Su amor no será pagano y no se centrará en el placer pasajero, sino que nacerá del corazón mismo del Dios que lo ha santificado. Juntos harán de su hogar una Iglesia doméstica, como la que contemplan cada semana en la Misa dominical. Y los dos manifestarán al mundo, con una vida transparente, la gracia de Dios que los inunda.
Al vivir así su matrimonio —diríamos que de una manera casi celestial—, lo viven también de la manera más humana. No hay matrimonio que funcione tan bellamente como aquél en que Jesucristo está tan metido. Jesucristo, que vino a hacer nuevas todas las cosas, ha hecho también nueva la manera de vivir el matrimonio, devolviéndole todo el esplendor que tuvo en el paraíso.
El matrimonio cristiano, fuente de la felicidad más pura, es también una verdadera manifestación de la ética o de la moral que debe imperar en las relaciones conyugales y familiares. La honestidad de costumbres, la fidelidad rigurosa, la sobriedad, el ahorro, y todas las virtudes humanas, tienen su asiento más natural en el recinto del hogar.
Entonces, con esta moral sana, no es extraño que la paternidad y la maternidad se hayan ejercido de la manera más responsable. Los hijos elegidos con amor y sin egoísmos, y formados después con esmero hasta que llegan a su plena madurez humana y espiritual, han hecho que el amor de los esposos haya fructificado de una manera espléndida.
Todo esto les decía el Papa en aquella iglesia parroquial de Roma, como puntos claves de una escuela matrimonial.
¿Adivinamos todo el alcance de un programa tan pensado y tan selecto?… No lo presentaría mejor la facultad de sociología o pedagogía de una brillante universidad… Si este programa del Papa es tan notable y acertado, es porque está calcado en el ideal que sobre el matrimonio se trazó el mismo Dios en el paraíso, renovado después por Jesucristo con pinceladas maestras.
Una pareja se había renovado en una de estas escuelas benditas del Encuentro Matrimonial. Se fueron de paseo, y uno que les había observado por mucho rato les pregunta curioso y con toda naturalidad:
– Se acaban de casar y están de lunita de miel, ¿no es así?
– No. No somos recién casados.
– Entonces, ¿aún son novios?
– No, tampoco somos novios.
– ¡Ah, ya! Amigos…
– No, no somos amigos.
– ¿Entonces?…
– Somos esposos. Hace ya once años que nos casamos, y tenemos tres hijos….
Y lo contaban ellos con emoción, como un testimonio de lo que hace la renovación cristiana del matrimonio cuando se toma con seriedad y constancia.
Si los novios se meten en un seminario prematrimonial de la Parroquia, a lo mejor los casados les pueden hablar de muchas experiencias…, y hasta les pueden enseñar a vivir en una luna de miel siempre en cuarto creciente…