La Mujer

6. febrero 2024 | Por | Categoria: Familia

Al querer hablar de la mujer no se sabe, en verdad, por dónde o por qué comenzar. ¡Cuidado que se dicen cosas sobre la mujer! La poesía y el arte han encontrado siempre en la mujer el manantial de mayor inspiración. La Naturaleza le ha concedido a la mujer el poder de la seducción, y la mujer atraerá siempre las miradas de los ojos y arrastrará en pos de sí los corazones. Además, el corazón profundiza en el ser de la mujer mucho más que la inteligencia. La mujer es un motor muchas veces callado y oculto, pero que remueve el mundo más de lo que el mundo mismo se imagina.

Porque la mujer es un plato exquisito que ha preparado la misma Naturaleza, como lo expresaba con humor aquel escritor inglés, cuando decía: La mujer es un manjar digno del paladar de los dioses cuando no la cocina el diablo. Y lo comentaba graciosamente la coplilla: No es la hiel lo más amargo, – ni lo más dulce es la miel; – lo más amargo y más dulce – de este mundo es la mujer. Son expresiones acertadas. Porque, si lo más bueno es la mujer, hay que tener cuidado con que no se eche a perder, ya que no hay cosa peor que lo mejor cuando se estropea…

Dejando aparte esas simpáticas humoradas, una cosa queda clara: la mujer es un regalo de la Naturaleza, que nos muestra el rostro femenino de Dios. Dios, que no tiene sexo, es a la vez el eterno masculino y es el eterno femenino.
En el varón ha manifestado su poder, su fuerza, la línea de su inteligencia soberana. En la mujer ha descubierto su amor tierno, su finura, su delicadeza, su solicitud, la bondad que derrocha con todos… Para encarnarse su Hijo, escogió el sexo varón. Y para ensalzar hasta lo sumo a la mujer, escogió a María, en la que hizo obras grandes el que es Todopoderoso…

La estampa de la mujer aflora y emerge a cada instante en la imaginación.
Niñita, es en el seno del hogar el ídolo más querido.
Adolescente, es la colegiala y la chica bullanguera que llena todo de simpatía.  
Joven novia, es la belleza y el encanto mayor.
Esposa y madre, es la encarnación del amor, la entrega, la generosidad y el heroísmo más grandes.

Así hemos pensado y hablado siempre de la mujer. Pero hoy empezamos a no ser tan románticos en el hablar, y sin quitar a la mujer nada de todos esos encantos, proclamamos más bien el derecho que la mujer tiene a ser tratada con el respeto, la dignidad y la misma distinción que el hombre. Queremos un trato de justicia con la mujer. Para lo cual no basta con darle el voto en unas elecciones o haberle abierto ya las aulas de la Universidad. Hay que hacer por ella mucho más. Hasta ahora, cuando se hablaba de la mujer, ha imperado siempre la distinción intocable entre hombre y mujer —varón y hembra—, dándole al hombre una superioridad incuestionable. Hoy van cambiando mucho las cosas, gracias a Dios, y se está imponiendo cada vez más en la mentalidad del mundo la igualdad fundamental entre los dos sexos.

Así debe ser. No es el uno mayor que el otro. No tiene el uno derechos que el otro no tenga. Habrá siempre funciones diferentes, impuestas por la misma Naturaleza. Cosas que el hombre no puede ejercer ni conviene que haga, y cosas que la mujer tampoco puede realizar ni le conviene ejercer. Pero, fuera de esos imperativos impuestos por la misma Naturaleza, hoy queremos una igualdad de derechos y deberes que no haga al uno superior al otro. Así es como va cambiando también nuestro lenguaje.

Por ejemplo, hoy no pasarían fácilmente unos versos de un poeta muy delicado, que quería a la mujer sencilla para pensar, – prudente para sentir, – recatada para amar, – discreta para callar –  y honesta para decir (Gabriel y Galán)
Por aceptados que fueran en su tiempo estos versos, hoy vemos retratada en ellos a la mujer en un plano inferior. Y por ahí no pasamos…

Nosotros tenemos razones muy subidas para pensar, exigir y actuar así. Nos remontamos hasta la misma Palabra de Dios, y sabemos bien a qué atenernos. A pesar de que la Biblia fue escrita en un ambiente cultural concreto, muy poco favorable a otorgar derechos a la mujer, el mensaje de Dios resulta sin embargo evidente.

En el paraíso es el hombre quien tiene la primacía: en aquella mentalidad de cuando fueron escritos los primeros libros de la Biblia, no cabía otra cosa. Pero, al decir inmediatamente que Dios le daba una compañera en todo semejante a él…, carne de su carne y hueso de sus huesos, la Biblia se mostraba muy superior a todo lo que entonces vivían aquellas culturas orientales.

En la época definitiva de la Humanidad, inaugurada por Jesucristo, y dejando aparte los signos manifiestos obrados en el Evangelio, el apóstol San Pablo indica la norma suprema, escribiendo a los de Galacia:
– Ya no existe más eso de varón y mujer, sino que los dos son lo mismo en Cristo Jesús.

María, la Mujer bendita entre las mujeres, dice más que todos los discursos nuestros. Ella es la apología y la exposición de todo lo que Dios piensa y quiere de la mujer. ¿Desciframos su mensaje?…

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