Las cinco “ces” de los esposos

13. febrero 2024 | Por | Categoria: Familia

No creo que se haya hablado nunca tanto como hoy sobre el matrimonio. Y con toda razón. Porque el matrimonio, la familia, los hijos…, célula primera de la sociedad, nos preocupa a todos grandemente. En nuestros mismos mensajes, ¡cuántas alusiones no hacemos a este tema primordialísimo!

Supongamos que preguntamos ahora a cualquiera:
– ¿Cómo quisiera usted que fuera su propio matrimonio y el de sus seres más queridos?
No dudamos un momento de que la respuesta sería indefectiblemente ésta:
– ¡Oh, esa pregunta ni se pregunta! Para mí, y para todos los míos, quiero que el matrimonio sea un nido de amor, un paraíso de delicias y el colmo de la felicidad.

Y estaríamos todos plenamente de acuerdo. Dios está en todo de acuerdo también. Porque así lo quiso el mismo Dios, así lo soñó y así lo hizo, pero los hombres nos hemos empeñado en echar a perder la obra de Dios. ¿Cómo, entonces, volveremos a rehacer el plan de Dios?…

Hoy en la Iglesia —y debemos mirar esto como un signo muy positivo y que nos trae grandes esperanzas— se ha revalorizado mucho la doctrina del Sacramento del Matrimonio. Por eso se imparten conferencias, se organizan cursos, se pone esmerada atención a los novios, se les prepara bien para la recepción del Sacramento.
Se les anima a esos novios queridos a ser después testigos del amor de Cristo en el mundo con el amor a su pareja, puesto que van a ser la imagen viviente del amor de Jesucristo a su Esposa la Iglesia.
Este ministerio de la preparación de los novios para el matrimonio lo desempeñan lo mismo sacerdotes que seglares celosos y preparados, delegados expresamente para ello.

Ante tanto matrimonio destruido o con problemas muy graves, un doctor abogado convirtió su bufete en un despacho de Consejero Matrimonial. Se dio de lleno a dirigir conferencias a jóvenes y a parejas de novios —para prevenir los males antes que poner después remedios tardíos—, y les daba su mejor consejo con los versos de una redondilla:
Al querer buscar esposa,
búscala con cinco “ces”:
cuerda, callada, celosa,
caritativa y cortés.
Conformes todos. Pero una muchacha del grupo saltó como una chispa:
–  Con cinco “CES” quiero también yo a mi futuro esposo:
Comprensivo con mis defectos, que sé que los tengo, y él los tendrá que aguantar como yo aguantaré los suyos.
Condescendiente con mis caprichos de mujer, que procuraré sean inocentes y baratos.
Constante con el amor jurado ante el altar, con la misma fidelidad que yo le prometo guardarle a él.
Caballero en todo, igual que yo quiero ser toda una dama, delicada, elegante y generosa.
Cristiano, sobre todo, porque si me ama y me quiere en Cristo, yo sé que nuestra felicidad durará siempre y traspasará las fronteras de la tumba.

El Consejero miraba a la muchacha fijamente y de hito en hito, a la que dijo al final:
– Sabía las cinco “ces” de la esposa. ¿Me quiere dictar de nuevo las cinco “ces” del esposo, para repetirlas yo a todos los que vengan a mi consultorio?…

Cuando así se vive el matrimonio, con esas cualidades en el esposo y en la esposa, se restablece el plan de Dios en su ideal primero.
Tertuliano, uno de los primeros escritores de la Iglesia, nos trazó una estampa incomparablemente bella del matrimonio cristiano, en una página inmortal, que dice así:

* “La Iglesia establece vuestra unión, que el sacrificio del Altar viene a robustecer, cuando por vosotros se inmola el mismo Hijo de Dios. Los ángeles lo anuncian gozosos, y Dios Padre desde el Cielo lo confirma. Desde ahora, juntos rezaréis, juntos suspiraréis, juntos os acercaréis a la mesa del Señor, juntos viviréis en todo: para enseñarse, para exhortarse, para animarse y consolarse mutuamente, para pasar juntos vuestras tribulaciones y vuestros días felices. Ambos a dos podréis provocaros, en deliciosa contienda, a ver quién ora, y quién canta y quién sirve mejor al Señor… Y Cristo, viendo semejante armonía entre dos seguidores suyos, se alegrará y les enviará su paz… Donde estén ellos, estará Él para bendecirlos, para santificarlos, para amarlos”…

¿Demasiado bello todo esto?… Es lo que hizo Dios, y Dios hizo el matrimonio como la obra más bella de sus manos al principio de la creación. No digamos que eso que nos ha dicho el escritor cristiano resulta un imposible, pues la vida ordinaria —la prosa de la vida, como decimos familiarmente— es muy diferente de la realidad de las cosas, que no tienen tanta poesía como la inspirada por nuestra imaginación. Si Dios hizo bello el matrimonio, no vengamos nosotros a decir que es feo. Y si es bello, a poco esfuerzo que nosotros pongamos, ¿por qué no vivirlo con toda ilusión?…

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