Con Cristo y su Iglesia

6. febrero 2020 | Por | Categoria: Iglesia

¿Se puede estar con Jesucristo sin estar con su Iglesia?… Podemos formularnos esta pregunta porque no es infrecuente hoy el oír expresiones como ésta:
– Yo creo en Dios y creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia.
Los que dicen esto no se dan cuenta de que es como si dijeran esta barbaridad:
– ¿Para qué quiero yo un Jesucristo entero? Me interesa su cabeza, ese cerebro maravilloso, esos ojos dulces, esa boca que destila miel… El resto del cuerpo, ¡pues, no me importa! Yo con su cabeza tengo bastante…
Un lenguaje así resultaría lo más ridículo que se puede pensar. Y, si lo oyéramos, más que percibir en él ribetes de blasfemia, nos pondríamos a reír con gusto. Porque eso no se le ocurre a nadie.

Sin embargo, esta sería la realidad. Ya que Jesucristo y su Iglesia —nos dice la Palabra de Dios por San Pablo— no forman más que un solo Cristo, el Cristo total, el Cristo entero. Y decir que se está con Cristo sin querer estar con su Iglesia, es eso: quedarse con la cabeza rechazando todos los miembros… (1Corintios 12,12-27. Efesios 5,23)
Cristo es como es, y Cristo es, individualmente, el Jesús de Nazaret. Y místicamente, es Él, su Persona, y la Iglesia que se ha unido a Sí como Cuerpo suyo.

Para contestar a esta objeción de los que dicen aceptar a Cristo, pero no a la Iglesia, me limito a leer una página impresa que tengo delante, y que dice así, con estilo algo fuertecito:

A quien dice que cree en Dios y en Jesucristo, pero no en la Iglesia, se le puede responder que sus palabras esconden una buena dosis de hipocresía, de cobardía y de mentira descarada.
Quien dice esas palabras confiesa su falta de asistencia a la Misa dominical, el abandono de los Sacramentos, su ningún compromiso cristiano, y, casi seguro, su conducta moral poco regular…
Como sus relaciones personales con Dios por la fe y la oración no las puede comprobar nadie, echa la culpa de sus fallos a la Iglesia que le ve, le manda y le exige.
Pero es un empeño vano. Quien cree en Jesucristo, cree necesariamente en la Iglesia, dejada por Cristo en el mundo para seguir su obra de salvación.
La Iglesia, como Jesús, predica el mismo Reino de Dios, y no otro.
La Iglesia, como Jesús, defiende la vida en todas sus formas, la del no nacido y la del terminal.
La Iglesia, como Jesús, no tolera la profanación del matrimonio y sale sin miedo por los derechos de la mujer, del niño y del joven.
La Iglesia, como Jesús, sigue predicando la ley del amor contra cualquier egoísmo o poder opresor.
La Iglesia, como Jesús, respeta y defiende toda autoridad civil y política, con tal que ésta no menoscabe los derechos de Dios y del hombre.
La Iglesia, como Jesús, dignifica a la mujer, porque ve cómo Jesús la ampara, la perdona y la ama, y de la cual recibe también complacido el amor.
La Iglesia, como Jesús, salva a ricos y pobres por igual, porque a todos ama, aunque opta preferentemente por los pobres y los más necesitados de amor, como lo hizo el mismo Jesús.
La Iglesia, como Jesús, y por medio de los Pastores que Él eligió y puso al frente de su rebaño, nos sigue enseñando, apacentando, gobernando y santificando con su doctrina y sus Sacramentos. Igual que continúan dando Jesús a los hombres por la Eucaristía, como se dio el mismo Jesús a los apóstoles.

Sigue todavía el artículo de la revista, que emplea a veces un lenguaje un poco desenfadado, pero que nos viene bien para nuestro propósito. Porque saca a la luz esa objeción de muchos de que en la Iglesia encuentran debilidades, con las cuales pretenden justificar su antipatía a la Iglesia e, incluso, su alejamiento y hasta el abandono de la misma Iglesia. Los que se apoyan en esas debilidades de miembros de la Iglesia para justificar sus dudas y su propia conducta, manifiestan desconocer la naturaleza más íntima de la Iglesia. Porque Jesucristo la hizo divina con elementos humanos, limitados y defectuosos. Por eso le dejó el Sacramento del Perdón. Únicamente al final, purificada en todos sus hijos, aparecerá la Iglesia radiante de hermosura y sin defecto alguno.

Con la Iglesia nos pasa a todos los creyentes lo mismo que ocurre en cualquier hogar con el ser más querido como es la madre. Una madre perfecta, sin tacha alguna, no ha existido. Mejor dicho, sí, ha existido una: la Virgen María, que, por estar destinada a ser la Madre de Dios, Dios la hizo Inmaculada, sin pecado ni falta ni defecto alguno. ¡Bien por nuestra Madre Inmaculada!…

Pero en todas las demás mamás, por perfectas que las pensemos, siempre se hallarán las limitaciones obligadas de la naturaleza humana, sujeta al pecado y a la imperfección… Sin embargo, ¿dejamos de amar cada uno a la propia madre aunque descubramos en ella defectos que no nos gustan?… ¿Y dejaremos de amar a la Madre Iglesia —Iglesia que somos todos nosotros— aunque aparezca de momento con limitaciones y defectos?…

En definitiva, no vale eso de: Con Dios y con Jesucristo, sí; pero con la Iglesia, no. Sabemos que quien eso dice, asegura no estar ni con la Iglesia, ni con Jesucristo, ni con Dios. El que está con la Iglesia, sabe que está con Dios y con Jesucristo, su Enviado…

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