Hasta el Domingo final

31. marzo 2020 | Por | Categoria: Nuestra Fe

No es la primera vez, ni será seguramente la última, que en nuestros mensajes hablamos del Domingo, del Día del Señor. Y lo hacemos, naturalmente, con una gran convicción a la vez que con un gran gusto. Todo lo que es el domingo podríamos verlo plasmado en esa canción con que muchas veces iniciamos la celebración de la Misa:
– Vienen con alegría, Señor, cantando vienen con alegría, Señor, los que caminan por la vida, Señor, sembrando tu paz y amor.
Porque el domingo se resume en esto: en ser el día de la alegría. Alegría en Dios y ante Dios. Alegría en el seno del hogar. Alegría en nuestro círculo social. Alegría en la esperanza de nuestra fe. Alegría en todo lo que el domingo nos ofrece y nos brinda.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume lo que es el Domingo con estas palabras:
– El domingo es el día del descanso de la mente y del cuerpo; el día para gozar de la alegría del Señor; el día para cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa (2193-2194)
Sabemos muy bien que la medicina y la sociología modernas han dado plenamente la razón a la Biblia en relación al Sábado, que para nosotros es el Domingo, en memoria de la Resurrección del Señor. El Sábado era una institución dada por Dios a Israel, y el pueblo mantuvo su salud espiritual, su vigor corporal, su sentido familiar, su compenetración social, gracias en gran parte al Sábado fielmente observado.

El Domingo es para nosotros lo mismo que fue el Sábado para los judíos. Una fuente de salud física, mental y espiritual. Dios, el Autor de la naturaleza y dador del don de la Fe, sabía muy bien lo que nos prescribía con la observancia del Domingo. ¿Queremos mantener la Fe, y con la Fe la Esperanza de la Vida Eterna? Guardemos el Domingo, y en el Domingo no dejemos por nada el culto que Dios nos impone. Abandonar la Misa es ir alejándose poco a poco de Dios, hasta que se le pierde de vista definitivamente.

Quitarle a Dios el único día que se reserva para sí es perder al mismo tiempo los seis días que nos da a nosotros.

Es aleccionador el cuento del señor que se paseaba al sol placenteramente. Se le acerca un pobre hombre, le expone su necesidad, y el señor elegante, con gran corazón, se echa la mano al bolsillo y saca las siete monedas de oro que lleva.
– Tenga, quédese estas seis. Yo me reservo una por si la necesito.
El hombre que se ve con esas seis relucientes monedas en la mano —y en las que nunca había podido ni soñar— no aguanta con su felicidad. Pero el demonio, al acecho siempre, le mete en la cabeza:
– ¡Tonto! ¿Por qué no te haces con las siete?  Mira la que se ha quedado él…
Cae el infeliz en la tentación, se presenta a su bienhechor y lo sujeta. Pero el señor elegante es también un hombre muy fuerte, agarra al agresor, lo estruja casi, le arrebata las seis monedas que antes le había dado, y lo despide tranquilo:
– ¡Vete, bobo! A ver si encuentras a alguien que te dé una moneda de oro y se guarde él las otras seis…

Conforme a lo que nos ha dicho el Catecismo, adivinamos toda la riqueza que entraña el Domingo.
Porque no solamente nos mantiene incólume la Fe con el culto de la Eucaristía, donde recibimos en tanta abundancia el pan de la Palabra de Dios y el Cuerpo del Señor.

La salud física encuentra en el descanso dominical un reconstituyente que no le proporciona ninguna medicina. La mente y los músculos se renuevan y se entonan con ese no hacer nada el domingo. No hacemos ningún esfuerzo físico en este día, pues el esfuerzo lo dejamos para los seis días restantes de la semana…

La vida familiar estrecha poderosamente sus lazos en el Domingo, porque en ese día no se viene fatigados a casa, no se está con nervios por lo que falta por hacer ni de mal humor porque ha sido dura la jornada. El domingo se habla y se disfruta a placer, sin prisas ni agitaciones. La familia entera en todos sus miembros es la gran beneficiada con el descanso dominical.

La vida cultural, social y religiosa se incrementan grandemente el Domingo. Es el día en que se hace comunidad, grupo, amistad, oración, apostolado… Guardar fielmente el Domingo es asegurar la fe para toda la vida. Hoy nos quejamos de que se va perdiendo la fe en muchos sectores de la sociedad, algo que repetimos continuamente. Si en el Fin de Semana se le reserva a Dios el lugar que le corresponde, ese Week end famoso dejará de ser un peligro para la piedad y la fe. Porque Dios, que no es nada avaro de sus dones, nos dará las dos cosas: la fe muy arraigada en nuestras almas, a la vez que el descanso y la expansión tan buscada en esos días de fructuosa vagancia…

Y el Domingo es el día de la Esperanza cristiana. Dios descansó de sus obras el séptimo día, con expresión bella de la Biblia. El hombre descansa el día séptimo también. Y todo no es más que el símbolo del descanso que nos espera en el Sábado o el Domingo sin fin, que iniciaremos un día y que ya no retornará a los seis días de siempre, sino que será el día del descanso que no acabará…

El Domingo es un ensayo del descanso que nos espera después del caminar por el desierto. Y hacer bien el ensayo es asegurarse una representación perfecta, que cosechará muchos aplausos…

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