Espíritu Santo, ¡ven!

11. abril 2024 | Por | Categoria: Oración

Hoy quiero acercarme a tantos grupos de oración que se reúnen bajo el impulso del Espíritu Santo. Los carismáticos han sido muy actuales durante mucho tiempo. Pero lo de menos es el nombre del Espíritu Santo que ellos asumen como algo característico suyo. Lo importante es la realidad que nos han enseñado, o sea, que hay que contar en la Iglesia con el Espíritu Santo para todo.
Porque es el Él quien tiene la misión de llevar a feliz término la obra de la salvación,
– iniciada por el Padre,
– realizada por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre
– y llevada hasta el fin por el Espíritu Santo.

Un Obispo muy conocido nos decía al grupo, cuando tuvimos la dicha de tener una visita suya:
No sé cómo explicarles la obra de Dios para salvarnos. Yo me atrevo a decir que es como lo que hace la mujer con la masa cuando quiere hacer una torta. Esa mujer está toda ella metida trayendo harina, manteca, azúcar…, y con las dos manos va revolviendo todo, metiéndolo en el horno, mirando, probando…Es decir, la salvación es toda de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo. La iniciativa ha partido del Padre, pero ha encargado al Hijo el dar el gran paso de hacerse Hombre, y ahora, sin dejar los dos la tarea, empeñan al Espíritu Santo en la culminación de toda la obra.
El Padre, con sus dos brazos que son a la vez el Hijo y el Espíritu Santo, nos está salvando de continuo. La comparación ―terminaba diciendo el Obispo― es muy casera, pero así entiendo yo la obra de la salvación realizada por las Tres Divinas Personas.

No me toca meterme a juzgar una explicación tan familiar. A mí me encantó, desde luego. Y saqué esta conclusión: de las Tres Personas, al Espíritu Santo es al que más tarea le corresponde ahora. De esos dos brazos que usa el Padre, es el Espíritu Santo quien más tiene que moverse actualmente, porque ésta es su misión.

Sin embargo, a nosotros nos resulta difícil hablar del Espíritu Santo dentro de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Entendemos con relativa facilidad lo que es el Padre: Dios que engendra un Hijo, aunque espiritualmente, sin la idea de un cuerpo que nosotros vemos en cada generación. Entendemos también lo que es El Hijo, nacido del Padre desde antes de la creación del mundo y hecho después Hombre en el seno de María. ¡A Jesucristo lo conocemos bien!…

Pero, ¿el Espíritu Santo? ¿Qué podemos decir de Él? ¿Cómo lo podemos imaginar? Todo lo que nos dice Dios es esto: que es espíritu, soplo, aire, viento que lo mueve todo… Y el Espíritu Santo hace tanto en la Iglesia, que nos es imposible detenernos a examinarlo todo. Por eso, puestos a escoger algunos aspectos de su obra, nos fijaremos sólo en tres puntos.

Primero, el Espíritu Santo nos hace santos como Él. Ha sido derramado en nuestros corazones, nos convierte en templos suyos, es el amor de nuestro amor, y por Él tenemos la misma vida de Dios. Ante esto, ya se ve cuál es la primera preocupación del cristiano: mantener siempre dentro de sí a ese Huésped divino, sin dejarle salir nunca, mejor dicho, sin despedirlo nunca, ya que Él, por su propia iniciativa, no se saldrá de la casa que ha tomado como suya propia. Un amigo, muy querido en nuestro grupo, nos contaba cómo se le fueron los ojos detrás de una mujer vestida de modo muy provocativo. Sintió fuerte la tentación, pero la superó diciéndose:  
– ¡Cuidado, que puedes echar fuera al Espíritu Santo!…

Segundo, miramos al Espíritu Santo como el repartidor de sus dones en la Iglesia. Es decir, que Él nos coloca a cada uno en el puesto, en el estado de vida, o en la profesión que más le conviene a cada uno, y en la que más y mejor puede rendir cada cual para toda la Iglesia. Esto es formidable. Saber que estoy en donde Dios mismo me ha colocado, donde Dios me quiere, donde mejor puedo realizarme, donde más bien puedo hacer… Esto nos lleva a otra consideración. En la Iglesia no hay superioridad de unos sobre otros. Todos estamos en el mismo plano. Dentro de sí, cada uno lleva el mismo don de Dios, el mismo Espíritu Santo. Fuera de sí, y para la Iglesia, cada uno está en el puesto designado por el Espíritu Santo. Y será el más grande el que mejor responda al llamado que le hizo el Espíritu. San Agustín se lo decía a sus fieles con aquella genialidad suya: Para vosotros soy el obispo; con vosotros soy un cristiano más.

Y tercero, que es el Espíritu Santo quien mueve nuestra oración. Nos hace a todos almas de oración. Quien no ora es porque le ata las manos al Espíritu Santo y no le deja actuar. Quien ora es porque le deja libre al Espíritu Santo para que realice su obra principal en nosotros: levantar nuestros ojos a Dios y gritarle de continuo:
-¡Padre nuestro!… ¡Ven, Señor Jesús!…

El Espíritu Santo ha estado y aún está de moda felizmente entre nosotros. Las modas son modas porque pasan.
¡Que no pase la moda del Espíritu Santo! Porque si esta moda no pasa, tampoco pasará en nosotros la moda de crecer cada día más en Dios…

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