Entre nosotros y Dios

18. abril 2024 | Por | Categoria: Oración

En nuestros mensajes hablamos muchas veces del mundo. Porque somos conscientes de que Dios nos quiere comprometidos con ese mundo al que tenemos que llevar la salvación que nos encomendó nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, más de una vez nos hemos formulado esta pregunta:
– ¿Somos sensibles o permanecemos indiferentes ante los males que aquejan y amenazan cada vez más al mundo?…
Si fuéramos insensibles y nos dejaran tranquilos, habríamos renegado de nuestro ser de hombres, habríamos paralizado nuestro corazón, pero, sobre todo, habríamos matado nuestra fe.

Desaparecida, gracias a Dios, la tensión entre el Este y el Oeste, que nos atenazó durante tantos años con el miedo a una tercera guerra mundial de proporciones apocalípticas, hoy nos espantan muchos cataclismos naturales, como terremotos y ciclones; nos preocupan enfermedades terribles antes desconocidas; nos descorazona el terrorismo que nos roba toda paz…

Los hombres de buena voluntad buscan remedios. Y así, vemos cómo los responsables de los Gobiernos siguen con sus discursos en las Naciones Unidas; cómo los sabios se queman las cejas en sus investigaciones; cómo las organizaciones internacionales se movilizan con todos los medios a su alcance…

Bien, todo está muy bien. Pero, vienen las preguntas a nivel personal:
– Nosotros, ¿hacemos algo por nuestra parte para ayudar al mundo en su lucha por desterrar el mal y por implantar el bienestar anhelado para todos los hombres?… Si nuestra sensibilidad se afina y nos decidimos a hacer algo por el mundo, ¿cómo actuaremos?…

Empezamos por descubrir el origen de los males que caen bajo nuestra responsabilidad. De esos males de los cuales somos culpables los hombres. Y estos males son: por una parte, la falta de amor y el egoísmo; y por otra, el alejamiento de Dios. Entonces, vamos a empezar por volver a Dios y por amarnos todos cada vez más. Y esto es algo que podemos hacer todos. ¿Quién no puede amar? ¿Quién no puede rezar?…

Tenemos conciencia de que el mundo debe volver a Dios. ¿Cómo?… Hay muchas maneras. Pero todas las podríamos resumir en una: empecemos por la oración. Si acudimos a Dios rogando por la paz, habremos empezado a contar con Él; a darnos cuenta de que Dios es algo importante en nuestra vida; a que con Dios lo vamos a poder todo y que sin Dios no vamos a parar en ninguna parte. El autor de la paz es Dios, y cuando manda al mundo a su Hijo Jesucristo, lo manda y lo manifiesta como El Príncipe de la paz.

Fue famosa la reunión de los líderes de todas las Religiones reunidos en Asís, invitados por el Papa Juan Pablo II, para rezar juntos por la paz, sin distinción de credos. El día primero de Enero de cada año lo dedica la Iglesia entera a rogar por la paz. Se hacen peregrinaciones a los santuarios más famosos de la Iglesia para rogar por la paz. Y a cada uno de nosotros se nos invita a rezar por la paz, unidos a la primera intención que el Papa, Vicario de Jesucristo, intención que figura muy expresa en sus oraciones. Las manos en alto son un signo inequívoco de fe y de oración. Con ellas expresamos, aunque no digamos una sola palabra, que Dios es lo primero con que hay que contar para la paz y el bienestar del mundo. Aparte de que esas manos, así juntas y alzadas, confiesan también que Dios está en el centro de la vida de cada uno como debe estarlo en el centro de la Humanidad entera.  

No hay persona de responsabilidad en el gobierno del mundo que no esté acorde con esto: necesitamos más oraciones de todos los creyentes para eliminar los males que azotan a la sociedad y para conseguir los bienes que sólo de Dios pueden venirnos. No es infrecuente ver a gobernantes de fe que acuden a conventos de clausura pidiendo a monjes y monjas contemplativos que les ayuden con sus oraciones.

Después de orar, habrá que volver al amor. Amarnos todos. Amarnos en las cosas grandes y en las cosas pequeñas. Lo expresó, con su modo inimitable, la Madre Teresa de Calcuta:
– Nadie rehuya las maneras más menudas. Cualquier tarea de amor es una tarea de paz, por muy insignificante que parezca.
Hay en el mundo demasiado odio, demasiada lucha. Y no lograremos alejarlos con fusiles, ni con bombas, ni con arma alguna que hiere. Lo lograremos exclusivamente con gestos de amor, de alegría y de paz.

Si el mundo necesita reajustes, ¡y los necesita de verdad!, éstos no vienen con la revolución destructiva, sino con una vuelta de todos nosotros al amor. Cuando nos despojamos del egoísta YO y del vengativo TU, para terminar abrazados en el fraternal NOSOTROS…, y cuando colocamos a Dios en medio de todos, entonces, sólo entonces, estamos haciendo algo grande por el mundo…

Entre nosotros y Dios podemos dar la paz al mundo. Y no cometemos una indelicadeza con el Señor cuando decimos primero nosotros y Dios después. Porque Dios ya está empeñado y Él no falla. La cuestión seremos siempre nosotros, los colaboradores voluntarios de Dios. ¿Queremos, sí o no? ¿Hacemos algo o no hacemos nada? ¿Rezamos o no rezamos? ¿Nos amamos o no nos amamos?…

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