¿Al tronco o a la raíz?
19. marzo 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaUna vez más que viene a nuestro Programa la cuestión familiar, y vamos a decir que no será la última, ni mucho menos. No será la última porque nos encontramos ante una de las opciones preferenciales de la Iglesia en nuestra América Latina.
Un grupo de católicos, muy comprometidos en el apostolado seglar, se reunieron para coordinar sus trabajos con la ilusión de hacer algo serio, efectivo y duradero en la comunidad.
Y el Presidente, con aparente naturalidad, pero con muy estudiada intención, lanzó una pregunta inesperada:
– ¿Por dónde comenzamos, por las ramas o por la raíz?…
La cuestión parecía simple, pero todos adivinaron en seguida adónde iba.
En la comunidad se habían dado recientemente muchos casos de matrimonios deshechos, y la primera que pagaba las consecuencias era la Parroquia, con evidente repercusión en los Sacramentos, en la formación cristiana de los niños, y otros y otros problemas.
Además, el sacerdote, muy ejemplar, no disimulaba su grave preocupación. Y dijo unas palabras atinadas.
– En todos esos matrimonios rotos o con graves problemas, suele haber una parte inocente. Y es justo que nos preocupe su dolorosa situación. La parte culpable, o las dos cuando son ambos los responsables, me dan miedo cara a Dios. Es verdad que Dios está sobre todo; pero no se puede jugar con el problema que cada persona tiene planteado cara a su fin último.
Todos los de la reunión estuvieron acordes en dirigir el apostolado de aquel año hacia la Familia, hacia el Matrimonio en especial. Porque la comunidad depende del Matrimonio como el árbol de la raíz, y no de unas cuantas ramas aisladas. Por eso, ante tantos peligros que acechaban a la comunidad, fijaron la atención en la raíz de la misma, que es la Familia.
Y, más aún, en el Matrimonio, primera célula del núcleo familiar. Matrimonio sano: familia robusta. Matrimonio enfermo: familia, comunidad y sociedad entera perjudicadas. Por lo tanto, para aquellos católicos celosos, trabajar aquel año por los matrimonios, era prestar a la Parroquia y a la comunidad entera el mayor de los servicios.
Lo primero en que pensamos todos es en la unidad del matrimonio, cuya fórmula, a la luz de la Palabra de Dios en la Biblia, podría ser esta tan sencilla, tan escueta, tan expresiva: Uno, con una, y para siempre.
Es algo establecido por Dios, no por los hombres. Fue algo que Jesucristo sancionó de una manera irrevocable.
Así fue en los orígenes del paraíso.
Así ha sido desde el principio de la Iglesia.
Así, por la Palabra de Jesucristo, será hasta el fin.
Todas las correcciones que nosotros quisiéramos introducir a la página escrita por Dios, todas resultarían un error y un fracaso.
Hoy los medios de comunicación social airean de continuo escándalos y más escándalos de las estrellas —muy estrelladas— de artistas, cantantes, top models, tipos populares… ¿Qué hacen con ello? Que, insensiblemente, nos van metiendo criterios errados.
Cuando en películas, revistas, periódicos…, vemos todas esas cosas, llegamos a asimilarlas como la cosa más natural del mundo. Y entonces, lo que hemos visto en otras vidas, también puede tener cabida en las vidas nuestras.
Cuando una de esas artistas, cuyo nombre estaba en labios de todos, estrenaba su quinto matrimonio, una revista americana de gran tiraje comentaba así la noticia:
– Y colorín colorado, este cuento no ha acabado…
¡Y, claro que no acabó! Aunque el idilio duró, ¡prodigiosamente!, una década, hubo de dar paso a otro romance nuevo…, quizá a otros más después, y que yo no sé, pues no le he seguido en esos pasos tan divertidos… (L. T. con R. B., Life)
Los católicos de la reunión se pusieron a discurrir medios o antídotos contra éste mal. Y pensaron sin más en fomentar el amor sincero, leal, fiel entre las parejas, y en educar en el amor a los novios, tan encantadores mientras se mantienen sanos.
Uno de los presentes contó con simpatía un caso muy viejo. Todos —decía él— deberíamos tener, en la boda y después, el amor de aquel gran poeta judío alemán, que, al salir de la iglesia o la sinagoga, le dijo a la esposa en presencia de varios amigos:
– Me caso con cuarenta grados de calor canicular. Que Dios Todopoderoso se digne mantenerme siempre a esa temperatura (Heine. Anecdotario Judío, Bs. Ar.)
Naturalmente, con dos corazones —raíces del Matrimonio—, siempre a cuarenta grados de amor, los problemas matrimoniales desaparecen como por encanto. Con raíz tan sana, ¡qué poco miedo tenemos de que se sequen las ramas y de que las hojas se las lleve el viento!…