Con Ella en el Cenáculo

15. febrero 2021 | Por | Categoria: Maria

Cuando hablamos modernamente de la Virgen María hemos dejado atrás muchas imágenes y muchas expresiones que antes estaban bastante de moda. Hubo tiempo en que la poesía llenaba muchas páginas en libros y devocionarios, igual que inspiraba a los oradores para decir cosas bonitas sobre la celestial Señora. Hoy hemos cambiado en la manera de pensar y contemplamos a María de modo muy distinto. No abandonamos la poesía y el arte, pero vamos mucho más a la doctrina que el Señor nos ha revelado y la Iglesia nos propone.

El Papa Pío XI tenía su dormitorio cubierto con estampas de la Virgen por todas las paredes. Se entretenía él mismo en ordenarlas, distribuirlas, y, cuando ya no cupieron más, el pasillo adyacente hubo de acoger los nuevos cuadritos.
Y comentaba el gran Pontífice: – ¡Es hermoso contemplar siempre a la Señora!

¡Bien por el Papa! Ahora nos preguntamos nosotros: ¿De cuántas maneras nos gusta mirar a María? ¿Cuáles son nuestros cuadros preferidos o las estampas que más nos llenan? ¿Qué escenas de su vida nos entran más adentro del corazón?…
Nuestras estampas devotas nos la presentan joven y bellísima ante el ángel que la saluda…
Encantadora con el Niño en los brazos, o dándole el beso maternal más encendido…
Transida de dolor ante la cruz del Calvario…
O bien coronada de oro y joyas en los esplendores de la Gloria…

Todo eso está muy bien. Pero…, pero…, yo no sé por qué no la miramos más veces en el Cenáculo, rodeada de los Apóstoles y los primeros discípulos, como Madre, animadora y modelo de la Iglesia naciente.
Y así es como la vamos a contemplar hoy nosotros. María, Madre de la Iglesia, tal como se manifestaba en los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1,14)

Ante todo, no nos inventamos nada. Es palabra clarísima de la Biblia, la cual nos dice en la primera página de los Hechos:
– Los discípulos se dedicaban a la oración en común, junto con María, la Madre de Jesús.
Desde el principio, María va a quedar en la penumbra.
No va a aparecer nunca en público, aunque sabemos que estaba allí.
María dejará que los Apóstoles sean los predicadores del Evangelio y los que lleven el peso de la autoridad en la Iglesia.
Pero Ella va a ser el corazón de esa misma Iglesia.
Y la Iglesia se va a ver a sí misma como María: llena de gracia, favorecida de Dios, cantadora de las maravillas del Altísimo, elegida para llevar Cristo a todos los pueblos…
María era en la Iglesia naciente un lazo de unión entre todos creyentes. Un canto moderno muy bello se lo dice así:
– Cuando se fue Jesús – Tú te quedaste al frente de la fe – y de la oración, – alentando la unión de los discípulos – y esperando al Espíritu – que es vida y es amor.
Esto es María también en la Iglesia de hoy. Donde está María —en un templo, en una ermita, en un altar, en el cuadro que pende de la pared en el hogar, donde sea—, allí, allí está viva la Iglesia; allí no falla nunca la fe católica; allí está Jesucristo, que nos lo sigue dando siempre su Madre bendita.

Hoy se ha metido en el seno de la Iglesia, como una renovada bendición, la devoción tierna y entusiasta al Espíritu Santo. Nuestros hermanos de la Renovación Carismática son un ejemplo edificante.
En este punto es María el modelo que más apasiona.
Apenas Jesús se sube al Cielo, Ella se queda con el grupo de los apóstoles en el Cenáculo esperando ver cumplida la gran promesa de Jesús:
– Vais a ser bautizados con Espíritu Santo.
Allí está María implorando como nadie al Espíritu divino, tanto que el Concilio nos llegará a decir con todo el peso de su autoridad:  
– La Virgen atrajo con sus oraciones el don del Espíritu (LG.59)

Lo atrajo sobre sí misma. Pero, ¿lo sigue atrayendo ahora sobre nosotros? No lo dudamos. Estar pendientes de María es tener asegurado el don del Espíritu siempre en nuestras almas.
En el Cenáculo significó el Señor la gran misión que María tenía encomendada: atraer continuamente sobre nosotros el Espíritu, como lo atrajo en Pentecostés sobre los apóstoles.

Finalmente, María nos entusiasma cuando la vemos metida en medio de los primeros creyentes, como una más, siempre a la escucha de la Palabra y siempre participando en la Fracción del Pan.

La Palabra y la Eucaristía fueron su vida, hasta que su vida se extinguió con una muerte dulcísima, modelo de la muerte feliz que nos espera a nosotros, los hijos de la Iglesia, si perseveramos fieles en la doctrina del Señor.
Porque María, Madre y Modelo de la Iglesia en la peregrinación de la fe, es también el ejemplar de la muerte dichosa del cristiano.

¿Cómo queremos ver a María? ¿Cómo la contemplan nuestros ojos? ¿En qué actitud nos gusta más?…
Dicen que de gustos no hay nada escrito. ¡Pero, qué buen gusto tienen los que miran a María formando siempre parte en los grupos de la Iglesia naciente!…

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