María, estrella
22. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaNuestra imaginación se desborda cuando se trata de dar nombres bellos a María. Y uno de los más bellos que le damos es el de Estrella. ¡Hay que ver lo que dice una estrella en la noche callada!…
María es llamada en nuestra América la Estrella de la Evangelización. Es decir, que el Evangelio de Jesucristo lo recibimos guiados por María, la cual estuvo desde un principio en labios de los anunciadores del Evangelio en nuestra tierras. Aquellos Misioneros traían un corazón lleno de amor a la Virgen María y, caldeados por Ella, anunciaron con vigor irresistible el Evangelio de Jesucristo, que llenó de luz nuestras tierras benditas. Sí, María es la Estrella de la Evangelización.
Pero, al hablar de una estrella singular como es María, se nos va el pensamiento sin más a la estrella más significativa del firmamento. Pensamos en la estrella Polar, que, fija sin moverse en el mismo punto sobre el Polo Norte, ha guiado siempre a los hombres en la oscuridad de la noche, de modo especial a los marineros, cuando aún no se tenía la brújula y ni tan siquiera cabía soñar en el radar…
Esto es María en la vida cristiana: la estrella que nos señala dónde está nuestro Norte fijo, seguro, el punto de referencia obligado, el cual no es otro que Jesucristo. Porque éste es el papel que Dios ha confiado a su Madre bendita: indicarnos dónde está Jesucristo, guiarnos y llevarnos hasta Él.
Ella puso a su Hijo en manos de los pastores y lo mostró a los Magos, que lo hallaron en brazos de María. Y Ella nos dirá siempre a nosotros, de manera inequívoca, dónde encontraremos al Señor. Muchos confundirán el camino al decir que buscan a Jesucristo. Quien no se equivocará jamás es quien sigue las indicaciones de María, la cual continúa repitiendo como en la boda de Caná:
– Haced lo que Jesús os diga.
Una canción preciosa le canta a la Virgen:
Estrella del mar
y guía del alma
que espera en ti.
Madre mía, Madre mía,
vuelve tus ojos a mi.
Eso que le pedimos nosotros a Ella, lo realizó antes Ella con nosotros. Fue María quien miró con ojos cariñosos a nuestra América, y dejó sembradas nuestras tierras con iglesias, ermitas e imágenes suyas, que nos recordarán siempre aquella su mirada amorosa.
Nosotros hacemos bien ahora al poner nuestras esperanzas en la Virgen María, sabedores de que nos llevará sin titubeos a Jesucristo.
Cuando Dios nos dio a María como Madre especial de nuestra América —¡la Virgen de Guadalupe en la cima del Tepeyac!—, Dios ensanchó los senos maternales de María para que en su Corazón cupiéramos tantos hijos nuevos como Él mismo le confiaba.
Pero a nosotros nos infundía Dios también un amor especial a su Madre y Madre nuestra. No se explicaría tanto amor a la Virgen en nosotros, si este amor no viniese infundido por el mismo Dios.
Nosotros vivimos este amor a la Virgen sin fanatismos, pero también sin cobardías. Hoy se nos ataca diciendo que somos unos mariólatras. Jamás admitiremos semejante acusación.
Aunque sabemos responder como aquel valiente, a quien se le acerca uno diciéndole que un su amigo quiere discutir con él sobre Dios, porque no cree. Y recibe esta respuesta: – Pues, lo lamento. Dígale que yo no discuto con uno que no cree en Dios. Yo a Dios lo amo con todo el corazón, y yo no discuto de Él.
El emisario rectifica: – ¡Oh, no! Es que en quien no cree es en la Virgen.
El otro ahora, furioso: – ¡Menos aún! ¿Cómo quieres que yo hable con quien no ama a la Madre de Cristo? ¡No pierdo el tiempo!…
La cosa, sin embargo, acabó bien. El triunfo fue de la Virgen. A los pocos días, el incrédulo se presentaba mansito buscando la verdad sobre María.
Así somos los católicos de América. Por eso nosotros amamos a María. Por eso la invocamos. Por eso su rosario no se nos cae de las manos. Por eso su cuadro o su imagen tienen un puesto de honor en nuestros hogares…
Nosotros conservamos todas estas manifestaciones de amor a María como uno de los legados mejores y más felices que la primera evangelización de América dejó entre nuestras gentes.
Y nadie puede enumerar los frutos de vida cristiana que la devoción a la Virgen ha producido en todas las naciones del Continente. Guadalupe en Méjico…, El Cobre el Cuba…, El Rosario y la Asunción en Guatemala…, La Inmaculada en Nicaragua…, Los Angeles en Costa Rica…, Chiquinquirá en Colombia…, Luján en Argentina…, El Carmen en Chile…, La Aparecida en Brasil…, Coromoto en Venezuela… (¡por favor!, que cada uno añada la de su tierra, porque no queremos hacer una lista interminable…)
De una cosa estamos seguros: mientras se mantenga en nuestros pueblos el amor, la devoción y la invocación a María, la fe católica no desaparecerá de nuestra América. Y los que se alejaron de nosotros…, ¡volverán, no lo dudemos, volverán por María!…
María, Estrella de la Evangelización de nuestra América, dinos dónde está tu Jesús.
María, Estrella Polar en medio de la noche, guía a la Iglesia de tu Jesús hacia la victoria.
María, Estrella de los corazones angustiados, dirige a todos al puerto de la salvación. María, Estrella de luz dulce y amorosa, ilumina y robustece nuestra fe…