Los Derechos Humanos
12. marzo 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesNo resulta nada fácil el querer poner remedio a los males del mundo cuando no se cuenta con Dios expresamente. Es la consecuencia que vamos a sacar al final de este mensaje. A ver si tendremos o no tendremos razón… En la Edad Moderna hemos tenido que lamentar muchos males. Las tragedias que ha padecido la Humanidad en nuestros días no tienen cuento. Sin embargo, tanta desgracia ha ido despertando en los hombres unas ansias incontenibles de paz, de justicia, de respeto mutuo, de bienestar para todos y no solamente para unos pocos privilegiados.
Para que esos bienes sean de todos, y para que nadie en adelante padezca injustamente, los hombres de buena voluntad no cesan de excogitar medios y más medios que estén a su alcance.
Son hombres y mujeres que merecen un respeto grande, sean de la creencia que sean, porque se esfuerzan generosa y desinteresadamente en traer paz y bienestar a todos los hombres, denunciando injusticias y procurando por todos los medios a su alcance que la Humanidad sea más buena y haya más grande bienestar en todos los pueblos de la tierra.
Pero entre todos esos medios excogitados para colmar los anhelos de la sociedad, ocupa el primer lugar la formulación de los llamados Derechos Humanos. Las Naciones Unidas los han proclamado y los siguen pregonando siempre. Sin embargo, ¿cuáles son los resultados?… ¿Y a qué se debe que, ante la buena voluntad de muchos, sigan avanzando tantos males en la Humanidad?… Como ejemplo, vamos a traer ahora a cuento cinco derechos humanos elementales, tal como los proclamaron las Naciones Unidas y que siguen en todo su vigor.
Primero. Toda persona tiene derecho al trabajo.
– ¿Estupendo, verdad? Entonces, ¿cómo hay tantos millones de parados en el mundo, por culpa de unos y de otros? ¿Calculamos la tragedia de tantos hogares en los que no entra un centavo, porque nadie da ocupación a quien la está buscando con desespero?…
Segundo. Toda persona tiene derecho a una alimentación suficiente.
– Estamos todos de acuerdo, ¡no faltaba más! ¿Por qué, entonces, dos terceras partes de la humanidad padece hambre verdadera, la cual desaparecería con sólo asignar muchos gastos de armamento inútil al desarrollo de la tierra, lo mismo que regulando con más generosidad el comercio de las naciones?…
Tercero. Todo el mundo tiene derecho a la educación.
– Sin embargo, ¿estamos enterados de que pasan, y con mucho, de mil millones los analfabetos? Esto es un mal enorme, porque el que no sabe ni leer ni escribir alcanza sólo un desarrollo ínfimo, y se queda para siempre con una personalidad totalmente disminuida.
Cuarto. Toda persona tiene derecho a una vivienda decente.
– ¡Pues, vaya con qué nos encontramos cuando levantamos la vista a nuestro alrededor en nuestras tierras latinoamericanas!… Y podríamos erradicar tantos de esos tugurios, donde se hacinan millones de personas en condiciones infrahumanas, con sólo que los Gobiernos aplicasen una planificación adecuada.
Quinto. Todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos.
– ¿Vivimos esta verdad? ¿Vive lo mismo un pobre que un rico, uno de un color y otro de otro color en la piel?… Las distinciones raciales, las divergencias nacidas de la religión —naturalmente, que ahora hacemos alusión nada más que los integristas musulmanes— no hay manera de superarlas en muchas naciones. Y, hasta que esto se supere, avanzaremos muy poco en la paz de los pueblos.
Podríamos seguir enumerando derechos humanos, proclamados y admitidos tan solemnemente por todos, porque todos estamos acordes con ellos. Pero bastan estos cinco que hemos citado para darnos cuenta de la mentira en que vive nuestra sociedad.
¿Dónde estará el fallo principal de estos Derechos en que tanto hemos confiado y seguimos confiando? Desde un principio, cuando se proclamaron estos Derechos Humanos, se les señaló un mal: ¿dónde aparecía Dios? En ninguna parte. ¿Se omitió por respeto a las creencias de todos? No; porque bastaba no expresar una religión determinada y aceptar la fe de cada pueblo. ¿Se calló porque allí estaba la Rusia de entonces, dominada por el comunismo, por el ateísmo militante? Quizá. Pero no justifica una omisión tan grave.
¡Contemos ante todo con Dios, fundamento de todo derecho! Es la única manera de no equivocarse. Es la única manera de caminar seguros, los pueblos igual que los individuos. Nosotros, creyentes —y creyentes católicos sobre todo— aportamos a la Humanidad el testimonio de nuestra fe. Una Humanidad creyente, necesitaría menos programas internacionales para alcanzar lo que tantos esfuerzos humanos no acaban de conseguir, a pesar de tanta buena voluntad de muchos.
¿Dónde radica, en definitiva, tanto mal como lamentamos, y tanto quebrantamiento de esos derechos humanos elementales, por los que suspiran tantos hermanos nuestros?…
Todo se debe a que nos hemos empeñado en no cumplir el gran precepto de Jesucristo: Amaos los unos a los otros (Juan 13,14)
Es cierto que hay muchos hombres de buena voluntad y organismos internacionales que trabajan con tesón por remediar tanto mal.
Y todos podemos aportar nuestro granito de arena.
Todos podemos remediar, al menos en parte, algún mal de esos que vemos alrededor nuestro.
Todo dependerá de que tengamos o no amor cristiano en nuestros corazones…