La alegría del vivir
19. marzo 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesCantando la alegría del vivir…, hemos oído entonar muchas veces a nuestros jóvenes. Y lo dicen bien. La vida tiene muchas cosas bellas que merecen ser cantadas. Por eso —y miramos ahora la cosa al revés—, resulta antipático sin más el título que, hace bastantes años ya, puso una joven escritora francesa a su libro: Buenos días, tristeza (Françoise Sagan)
No hablamos ni de la novela ni de la escritora, sino sólo del título. ¿Buenos días a la tristeza? ¿Un simple saludo de cortesía a la tristeza?… Ni en broma lo podemos hacer. Porque nosotros no queremos ni buscamos más que alegría para todos. Nosotros gritamos: ¡Viva la alegría! ¡Viva la ilusión!, y así damos el tiro de gracia a ese criminal asesino que corre libre por las calles, que corroe el corazón de muchos.
Hablar de la alegría es hablar de una importante virtud cristiana. Y atacar a la tristeza es combatir un vicio que se convierte en un enemigo terrible. El cristiano podrá sentir dolor, pesar y angustia ante muchas situaciones de la vida. Pero eso es muy distinto de la tristeza (Eclesiástico 30,20)
La tristeza no cabe sino en quien no tiene fe. Porque en medio del dolor se puede sentir, y se siente siempre, la paz del corazón, y, con esa paz del corazón, el cristiano sabe unirse a Jesucristo en la cruz y no desespera nunca.
Los creyentes oímos la invitación del salmo:
– Servid al Señor con alegría (Salmo 99,2)
La salvación traída por Jesucristo es anunciada por los ángeles como una gran alegría. Y Jesucristo empieza su carta magna del Reino, su programa —la Constitución, diríamos nosotros hoy—, proclamando: ¡dichosos, dichosos, dichosos! a quienes lo acepten a Él y vivan bajo su liderazgo.
La alegría viene de Dios, y quien tiene a Dios no puede vivir triste.
Esa alegría de Dios es seductora, se transparenta y arrebata.
Por eso, decimos que la alegría en un deber, una virtud y un apostolado.
Es un deber, primeramente. Un deber tanto o más que un derecho. Porque es un deber llevar a Dios dentro del alma. Y quien está con Dios no puede estar triste nunca. Es célebre el hecho de un humilde Santo franciscano, que, metido en la pobre celda de su convento, saltaba de alegría mientras se iba repitiendo:
– ¡A Dios no me lo quita nadie! (San Pascual Bailón)
Una expresión como ésta se convierte en un programa de vida. Si estoy con Dios y tengo a Dios conmigo, ¿qué me falta? Y si tengo todo con Dios, ¿qué motivo puede justificar el no estar alegre del todo?
Es una virtud, en segundo lugar. Porque exige valentía para vencer todos los amarres que nos atan al mal, causa de la tristeza. Caín —nos dice la Biblia— iba cabizbajo. Hasta que le dijo Dios:
– ¿No será porque has matado a tu hermano?…
Si hubiese vencido su envidia, otra cosa hubiera sido. David, por el contrario, y muy al revés de Caín, tiene en su mano a Saúl y lo podía haber matado. No lo hizo, venciéndose a sí mismo, y enseñaba triunfante y riendo a su enemigo el pedazo del manto que le había cortado:
– ¡Mira, mira, lo que podía haberte hecho!…
Es un apostolado, también. Porque es dar testimonio de la vida de Dios que llevamos dentro, y arrastramos así los otros a vivir siempre con Dios. Además, saber comunicar alegría es repartir el mayor de los bienes.
Son muchos los que temen al demonio cuando se posesiona de alguien. Los endemoniados y los exorcistas han estado muy de moda en los últimos tiempos, aunque se nos dice en la Iglesia que no debemos ser muy crédulos en estas cosas…
Pues bien, ¿queremos convertirnos en unos exorcistas de primera categoría? Nos basta que vivamos nosotros mismos alegres. Después, alegraremos sin más al que veamos triste, y habremos expulsado de su alma al demonio de la peor especie…
Es una experiencia muy sabida en la Iglesia que no hay santo que no viva alegre y no difunda alegría en su alrededor. Alegría que a lo mejor la está viviendo en medio de tribulaciones muy fuertes. Puede que aumenten las pruebas, pero todas ellas juntas no son capaces de quitar la paz del alma. Y el alma en paz vive feliz y esparce felicidad por doquier.
Se me ocurre hablar así porque he leído las palabras de uno de los más antiguos escritores de la Iglesia, que decía:
– La tristeza es el peor de los espíritus; ninguno como él expulsa de nosotros al Espíritu Santo (Pastor de Hermas)
Si así pensaban los antiguos cristianos, vamos nosotros a volver la frase al revés:
– La alegría es el mejor de los espíritus; ninguno como él mantiene y guarda dentro de nosotros al Espíritu Santo.
¿Entendemos así lo que significa ser apóstoles de la alegría, y la importancia que tiene un apostolado semejante?…
La vivimos nosotros, firmemente asentados en nuestra fe, y la esparcimos a todos los que esperan de nosotros esa caridad de una sonrisa feliz.
Nosotros queremos cambiar el conocido título de la novela, y proponemos saludar cada amanecer a la jornada que Dios nos regala, diciendo: ¡Buenos días, alegría!…