¡Retirémonos un rato!

21. abril 2020 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Estamos hechos a llamar convertidos a esos hombres y mujeres que han vivido siempre alejadísimos de Dios con una vida desordenada, y pocas veces pensamos en la conversión de los buenos, es decir, de esos que, siendo ya buenos —como nos creemos nosotros—, dan un vuelco tal en su vida que se vuelven unos santos. Lo digo a propósito del caso que leo en una revista.

Se trata de un ingeniero francés, que en París estaba siempre enfrascado en sus máquinas. A la computadora la llamaba la novia, porque no se desprendía nunca de ella, ya que le facilitaba mucho el trabajo y le proporcionaba juegos interesantes. Era buen católico y muy amante de su familia, pero se había enfriado bastante en sus prácticas religiosas, por un afán excesivo de producir más y más, y de hacer su trabajo mejor y mejor…
Muy bien todo, hasta que un día, al abrir la Biblia, se encuentra con esta palabra el Evangelio sobre Jesús:
– Se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración.
Fue un rayo de luz intenso el que iluminó su mente:
– ¿No es esto lo que yo necesito?…
Y sin más, fingiendo un malestar inexistente, se marcha al templo de Nuestra Señora de las Victorias, y allí se le van las horas en quietud, silencio, paz, mucha paz interior, y en trato íntimo con Dios… Al llegar al día siguiente a su taller, escribe en la agenda:
– Ayer, el día de más rendimiento en mi vida. Nunca he llegado a descubrir y realizar cosas tan precisas y eficaces.

¿Qué había descubierto este mecánico parisién?… Pues, lo que le había dicho un gran compatriota suyo:  Una ciudad en la que hubiera solamente chimeneas de fábricas y de la que hubiesen desaparecido los campanarios de las iglesias sería un infierno (Cardenal Danielou)
En otras palabras: había descubierto lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
– El Dios vivo llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración (25067)
Y él lo estaba comprobando por sí mismo. La oficina era su mundo. El negocio, su ilusión. El dinero se iba apoderando de todas sus aspiraciones, sin darse cuenta del vacío enorme que le invadía el alma…
Afortunadamente, llegó a tiempo. Como era un hombre de fe, se dio cuenta de que Dios es mucho más que todas esas cosas que pasan…
La reflexión de aquel día, estampada en su agenda, fue decisiva en adelante. Y volvió a ser, como había sido antes, el cristiano cabal que Dios quería.

Nosotros pensamos igual. No somos pesimistas, ni mucho menos. Sino que queremos ver las cosas tal como son realmente.
¿La salud? Se me puede resquebrajar en cualquier momento…
¿El dinero? No hay cosa menos estable. Aquel campesino con humor simpático, y con más sabiduría que un profesor, decía que la moneda es redonda para que corra, y el billete es de papel para que se deshaga pronto…
¿Los amigos? Ojalá fueran columnas inamovibles. Pero las experiencias son a veces muy dolorosas…
¿El amor? Debería ser lo más firme. Con todo, las desilusiones y los fracasos hacen sangrar a chorros el corazón…

Son éstas unas realidades de la vida que nos hacen pensar. Queremos, necesitamos y buscamos todo eso ―—salud, dinero, amistades, amor—, pero estamos convencidos de que la salud que no se desmorona nunca está en la vida eterna, la riqueza mayor en el banco del Cielo, la amistad y el amor irrompibles en la Patria futura. Por eso, a la par que nos procuramos todos esos bienes, en medio de nuestro trabajo elevamos mil veces el corazón a Dios, para no sufrir esos fracasos ni desilusiones. Vivimos en la tierra sin perder de vista el Cielo. Y entonces nos damos cuenta, como nuestro ingeniero después de su conversión, de que el trabajo ni resulta pesado ni es un estorbo para el logro de nuestros ideales más altos.

Nunca las cosas buenas de la vida, y mucho menos el trabajo o los cuidados de la familia, estarán reñidos con Dios.
Pensamos en Dios, y entonces notamos que el trabajo es llevadero, y vemos que los niños no son tan enredones ni desesperantes cuando juegan y nos vuelven locos en el hogar. Y si los animadores de una discoteca metieran en ella a Dios —aunque todos dudamos mucho de que lo metan allí—, las discotecas no nos darían miedo, porque la juventud sabría divertirse sanamente en ellas; se divertirían en el baile lo mismo que rezarían con devoción en una iglesia…

¡Señor Dios!
El mecánico creyente atinó cuando empezó a darte a ti más cuidados de los que daba al taller, a la computadora y al negocio.
¿Aprenderé yo algún día que el negocio del alma es el más importante de los negocios, y que Tú eres también el alma de todo negocio?…

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