María, Socorro Perpetuo

8. marzo 2021 | Por | Categoria: Maria

Una de las advocaciones más populares de María es la de La Virgen del Perpetuo Socorro. Esta advocación está llena de sentido mariano. Porque podemos preguntarnos desde un principio: ¿es cierto que la Virgen nos socorre siempre, en cualquier apuro, cuando recurrimos a Ella? Y la respuesta nos la da muy afirmativa la historia de tantas y muchas almas que lo han experimentado tantas veces y casi de continuo en su vida.   

Recuerdo haber leído u oído contar desde mi niñez, en el colegio, un caso muy bonito de protección de la Virgen sobre un soldado alemán.
Era en la guerra franco prusiana de 1870. Un muchacho rubio, con cara de bueno, se toma un descanso en el campo de batalla, y se sienta tranquilo sobre una piedra entre los árboles del bosque. Era ciertamente un chico de familia católica. Se quita el sudor de la frente, bebe un trago de agua en su cantimplora, y se acomoda como puede para reposar con más tranquilidad.
Al acecho, y sin que él lo advirtiera, un soldado francés dispone el arma para liquidarlo. Pero se le paralizan casi las manos de repente, y baja cautelosamente el fusil. ¿Qué ha visto?…
El joven alemán saca con grande paz el rosario que llevaba en el bolsillo, y empieza a desgranar las avemarías. Al francés, católico también, le late fuertemente el corazón, mientras se dice:
– ¡Qué muchacho tan magnífico! Creyente, como yo. Y amante de la Virgen, como yo también. A los dos nos enseñaron nuestras mamás a rezar, de modo especial a la Madre del Cielo. ¿Cómo voy a quitarle la vida, si no peligra la mía, porque puedo marchar sin peligro?…
Y sin hacer ruido, para no ser notado, se esconde entre la enramada, se aleja hacia el frente francés, y va con el gozo de haber salvado la vida a un hijo muy querido de la Virgen…

Un hecho tan conmovedor como éste nos lleva a pensar en el Socorro Perpetuo de la Virgen para con todos sus hijos.

Hemos de pensar, ante todo, que María es Madre. Y a una madre no se le van con razones cuando se trata de ayudar, proteger y salvar a un hijo. Desde el momento que Dios nos declaró y nos hizo hijos de María, Ella estará volcada sobre nosotros para dispensarnos toda su protección. María siempre estará velando por nosotros, aunque nosotros no nos demos cuenta, como el soldado alemán, que no percibía el peligro contra su vida. Ella no dejará nunca de cumplir con ese oficio maternal suyo.
Por poner una comparación familiar. Una madre tiene al niño pequeño a su lado, pero el chiquito travieso se escapa de la casa y se tira a la calle. La mamá se da cuenta, se asoma a la puerta, y ve abalanzarse un camión sobre el pequeño, porque el chofer, que ya estaba encima no ha tenido tiempo ni de verlo ni, menos, de reaccionar. La mamá lanza un grito horrible de dolor: ¡Hijo míoooo!… Pero, ¿se queda sólo en un grito inútil? No. La mamá no se mide, se lanza hasta las mismas ruedas del camión, con peligro de su propia vida, y logra agarrar todavía al chiquito, que se libra de la muerte por esa madre audaz.
Es el caso de María. Verdadera Madre nuestra, hará por nuestra salvación los imposibles.

María además, como Medianera, ha recibido de Dios el encargo de distribuirnos las gracias merecidas por Jesucristo, el Redentor. ¿También la gracia de la Providencia de Dios sobre nosotros? ¿Y por qué no? ¿Por qué Dios había de excluirla?…
Por eso mismo, nosotros confiamos en María de una manera total. Confiamos en Ella ante el problema de la salvación, y acudimos a Ella también en todas nuestras necesidades de la vida. Ante la madre no se hacen distinciones de unas necesidades u otras. A la madre se acude en todo. ¿Por qué había de ser diferente nuestro recurso a la Madre celestial? De lo contrario, ¿para qué nos la dio Jesús por Madre?…

Con ello, María se muestra Reina de Cielo y Tierra, de los Angeles y de los hombres. Tiene a su disposición la multitud de los Angeles, que se gozan en servir a su Reina y Señora. Y la Virgen los tiene a su disposición, para atender a todos sus hijos los hombres, cuando nos hallamos en cualquier necesidad perentoria.

– María nos socorrerá ante todo, y esto es evidente, en el orden de la Gracia, en el orden espiritual, dirigiendo todo hacia la meta insustituible de nuestra salvación. Aquí, lo del Evangelio: ¿de qué nos aprovecharía estar defendidos y pertrechados contra cualquier calamidad temporal, si al fin íbamos a parar en una ruina eterna? María, como Madre y Medianera, siempre nos estará socorriendo con el don de la gracia de Jesucristo, cuya depositaria es Ella.
– Velará, en especial, con su socorro nunca desmentido, sobre los hijos suyos más en peligro de perderse. Aquí las historias de los convertidos son interminables. Todas van a lo mismo: María ha sido el puerto de su salvación. Jesucristo, en la cruz, sabía a qué Corazón de Madre nos encomendaba…
– El último socorro, la última intervención de María en favor de todos nosotros, será la consumación de la gracia en el momento final. Entonces, sólo entonces, sabremos bien lo que habrá significado el haberle dicho a María miles de veces durante la vida: Ruega por nosotros en la hora de nuestra muerte. Acabar la vida en los brazos de la Madre, para que Ella nos conduzca al tribunal de Jesucristo, es algo soñado…

A este socorro de María en favor nuestro, lo llamamos perpetuo, porque es incesante, porque no se detiene un momento. Y hasta se lo hemos aplicado a María, como un nombre propio, cuando la llamamos: la Virgen del Perpetuo Socorro. Ella nos guarda, nos protege y nos salva, como al soldadito que saca el rosario del bolsillo, como a todos que la invocan de corazón…

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