La crisis de la Fe
21. mayo 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEs una queja tan demasiado común esa de que hay crisis de fe en el mundo, que ya no nos llama nada la atención. Es algo que ven nuestros ojos, algo que palpan nuestras manos, algo que se respira en el ambiente… Hoy no interesa Dios tanto como interesaba antes. Por lo menos, si miramos esto socialmente.
En el plano individual no es tan serio el diagnóstico. La conciencia de cada uno en particular no puede morir tan fácilmente, y por eso el individuo, aunque se aleje de Dios, al fin regresa a Dios. A muchos les pasa como a esos cometas más famosos, que se alejan, se alejan del sol… pero al fin regresan al que es su dueño. El último gran cometa que nos tocó ver se marchó muy lejos, pero retornará dentro de tres mil años… Igual que muchos indiferentes: se alejan, se alejan de Dios. Pero tienen al fin el buen acuerdo de volver al que es el centro de sus vidas…
Sí; hay mucha crisis de fe. Aunque no hay que ser demasiado pesimistas. Porque, cuanto más abunda la incredulidad, más fe va suscitando Dios en muchos sectores privilegiados. Pero, en fin, vamos a mirar ahora ese mal terrible que es la crisis de fe.
La fe es un don grandísimo de Dios. La fe es la raíz de la salvación. No basta creer para salvarse.
La Biblia nos dice por el apóstol Santiago:
– Los demonios también creen, y, sin embargo, tiemblan ante Dios.
Y concluye:
– La fe sin obras es una fe muerta.
Por eso, hay que entender la fe rectamente. La fe que vale es la que lleva a darse a Dios, a cumplir su voluntad, a realizar el plan de salvación.
– Sin fe es imposible agradar a Dios, nos sigue diciendo la Palabra de Dios, mientras que añade, para gran consuelo nuestro:
– El justo, el santo, vive de la fe (Hebreos 11,6. Romanos 1,17)
Por lo mismo, nosotros miramos la fe como el don primero y fundamental que Dios nos otorga. Entonces, que se pierda todo, pero que no se pierda la fe… Muchas veces empleamos esta expresión:
– Que me arranquen la piel, pero mi fe católica no me la arrancan.
Con este dicho aludimos al apóstol San Bartolomé, del que se dice que lo martirizaron arrancándole la piel de todo el cuerpo en vivo…
No toleramos que nos arranquen la fe. Sin embargo, hemos de reconocer que la fe está hoy en mucho peligro.
Muchos no creen por insatisfacción. Sufren, sufren injustamente.
¿Cómo van a creer si les falta lo más esencial de la vida? ¿Cómo les vamos a pedir que tengan lúcido el cerebro y sano el corazón, cuando tienen el estómago vacío?…
Con dolor decimos que la injusticia social es una de las causas de la pérdida de la fe en gran parte de las masas. A las víctimas de la injusticia les cuesta reconocer a un Dios bueno en medio de tanta falta de amor…
Otros, al revés, no creen por demasiada satisfacción. Los grandes privilegiados de la vida, a los que no falta nada, caen en el extremo contrario. ¿Qué falta les hace Dios, si ya lo tienen todo?… Abundar en dinero es un peligro grave. O se está al tanto, o se pierde la noción de lo eterno…
Y la crisis se extiende hoy a todos por ese afán moderno de querer los bienes tangibles, lo que se tiene entre manos, lo que se disfruta ya…. Lo otro que se nos promete, ¡uff!…, está muy lejos.
Un célebre dirigente socialista de tiempos idos les echaba en cara a los sacerdotes:
– Ustedes predican sobre Cielo desde hace veinte siglos, y tienen las iglesias vacías. Yo salgo a la calle, y en un momento me rodean y escuchan masas imponentes (Lerroux)
¡Vaya gran razón! Les prometía para aquí el oro y el moro, como decimos familiarmente, y es natural que le siguieran embobados los obreros más pobres. Mientras que para aceptar lo que Dios ofrece, promete y da, se necesita fe, y fe es creer en lo que no se ve…
Los que no tienen fe viven en el mundo como aquel niño oriental. Cuando llegaron los primeros evangelizadores a Filipinas enseñaron el catecismo de la doctrina cristiana. Y se ha hecho célebre, y aún se sigue contando después de siglos, la respuesta del niño a quien le preguntó el misionero: ¿Para qué estás en este mundo? A lo que el pequeño contestó con desparpajo: Pues, para comer arroz… Nos reímos hoy, pero por la boca del pequeño hablaba la sabiduría puramente humana: si no se tiene a Dios ni se espera nada de Él, ¿para qué se está en este mundo sino para pasarla bien?…
Nosotros, ante el peligro de la pérdida de la fe en tantos hermanos nuestros, le pedimos a Jesús, por ellos y por nosotros, con el canto tan sentido:
Quédate con nosotros tus hijos, ¡oh divino Jesús!,
te decimos lo mismo que un día los dos de Emaús.
No te vayas, Jesús, que anochece y se apaga la fe;
que las sombras avanzan, Dios mío, y el mundo no ve.
Es esto, dicho en poesía por nosotros, lo mismo que aquel buen hombre, lleno de angustia, le dijo a Jesús, y hoy repetimos nosotros: -¡Creo, Señor, pero ayuda a mi fe!…