Un Papa de tres amores
4. junio 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesTodos los hombres han necesitado siempre un ideal en sus vidas. Porque la vida carecería de sentido sin un objetivo que conseguir, sin metas que conquistar.
Hoy necesitamos más que nunca de ideales altos. De lo contrario, vivimos masificados, como unos seres anónimos sin rumbo cierto. Y Dios se encarga de darnos hombres de verdadero ideal. Por ejemplo, en nuestros días, el Papa Pablo VI, del que un alto personaje, cuando supo que el Papa había muerto, hizo este elogio sobrio pero magnífico:
– Pablo VI se gobernó en todas sus acciones por tres aspectos de la fe: fe en Jesucristo, fe en la Iglesia, fe en el hombre (Mons. Jean Dadot, Delegado Apostólico en Washington)
Fue un diagnóstico certero sobre un Papa tan insigne de nuestro tiempo. Porque ése fue el programa de su vida, ¡y ojalá lo fuera para todos nosotros también!
Cada uno de sus tres puntos abre unos horizontes inmensos ante los ojos de nuestra fe. Su programa, bien puede ser el programa de cada uno de nosotros, hijos fieles de la Iglesia.
Porque, como cristianos, estamos comprometidos, ciertamente, con Jesucristo en persona. Jesucristo lo es todo para nosotros.
Y quien dice Jesucristo dice su Iglesia, como es natural.
Pero no olvidamos otro aspecto muy importante de nuestras miras cristianas: el mundo, que Jesucristo nos lo entrega para que lo salvemos, prestándole a Él mismo nuestros brazos con todo nuestro esfuerzo.
JESUCRISTO, ante todo. Y aquí, hemos de decir con el apóstol San Pablo que no podemos poner otro fundamento para nuestros ideales fuera del que ya está puesto: Cristo Jesús.
Jesucristo es el ideal de Dios en la creación, y sería absurdo pensar nosotros en otro fin que no sea Jesucristo.
Todo ha sido creado por Jesucristo, que era la Sabiduría de Dios, y todo fue hecho en vistas a Jesucristo, destinado en los planes de Dios a ser el centro del Universo creado. Si Jesucristo es el centro de todo lo creado, no podemos nosotros tener otra mira en nuestra aspiraciones fuera de Jesucristo. Jesucristo queremos que llene toda nuestra existencia.
Una vez resucitado Jesucristo de entre los muertos, acabada la obra de nuestra redención, fue elevado a lo más alto de los cielos para ser allí el Mediador de todos ante Dios; el Juez de vivos y muertos; el Rey inmortal de todos los siglos, porque a sus pies ha colocado Dios todas las cosas, dándoselas como herencia eterna.
Este es el pensamiento de San Pablo en todos sus escritos.
* Ante esto, decía muy bien un santo de la antigüedad cristiana que Jesucristo era el aire que respiraba; era la comida de que se nutría; era la bebida que le refrescaba y le apagaba toda su sed. ¿Será también esto Jesucristo para todos nosotros?…
LA IGLESIA es otra ilusión muy grande para todos nosotros. Porque la Iglesia es la prolongación de Jesucristo, el cual ha hecho de todos los renacidos en el Bautismo su propio Cuerpo: un Cuerpo místico, misterioso, pero real, del que Él ha querido ser la Cabeza y del que a todos nosotros nos ha constituido miembros vivientes.
Jesucristo siente por su Iglesia un amor apasionado. Después de Dios su Padre, Jesucristo no tiene más amor que su Iglesia, su Esposa adorada, por la cual murió y de la cual está apasionadamente enamorado.
* Esta Iglesia, de la que dichosamente formamos parte —¡Iglesia soy yo!, cantamos— constituye también para nosotros un gran ideal: para amarla, para trabajar por ella, para ilusionarnos con sus empresas, para estar orgullosos de nuestra Iglesia Católica, para permanecerle fieles hasta el fin.
EL HOMBRE, finalmente, es el tercer miembro de nuestros ideales y de nuestras preocupaciones.
¿Por qué? Porque el hombre, todo hombre, está dotado de la dignidad de una persona, dignidad que ni puede perder, ni transferir a otro, ni de la cual nadie le puede privar.
Además, ese hombre es tal vez hermano nuestro en la fe, y, por lo mismo, hijo de Dios y miembro de Jesucristo.
Y aunque se trate de un pagano, de un ateo, de un criminal, no deja, a pesar de todo eso, de ser un llamado por Dios a participar de la vida eterna.
* De aquí se seguirá que nuestro amor no debe tener fronteras. Porque estamos dispuestos a dar al hombre, a cualquier hombre, todo lo que necesita para conseguir una existencia acorde con su dignidad de persona y de su vocación de hijo de Dios.
Este ideal de trabajar por los demás tendrá un día su premio especial. Habremos de esperar un poco. Pero cuando veamos en la vida futura lo que es verdaderamente el hombre, metido como estará en la gloria de Dios, entonces, y sólo entonces, nos daremos cuenta de lo que habrá significado para nosotros el haberles ayudado a muchos a conseguir su salvación.
Jesucristo, la Iglesia y el hombre.
Tres aspectos de una misma fe sobrenatural que admiramos en un gran Papa. Y tres ilusiones también para nuestra vida cristiana. Porque uno se pregunta casi con pasión:
– ¿Vale la pena Jesucristo?…
– ¿Merece algo la Iglesia?…
– ¿No dice nada la palabra Hombre?…