Iglesia y Mundo Nuevo
26. marzo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaPara hablar de la función de la Iglesia en la formación de un Mundo Nuevo, empezamos por las palabras de Concilio, repetidas por el Catecismo de la Iglesia Católica:
– La Iglesia avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios (GS 40. Cat.854)
Hace ya bastantes años que quedó acuñada la expresión de un Mundo Nuevo. Después de las catástrofes de las dos guerras mundiales, todos suspiraban por eso, por un mundo nuevo en el que reinaran la justicia y la paz, la fraternidad y el amor entre todos los hombres.
Esta expresión de la Iglesia tenía un sentido muy diferente del conocido lema Libertad, igualdad, fraternidad, surgido en una revolución que llevó a esos fracasos de guerras tan espantosas.
El Mundo Nuevo, proclamado por la Iglesia, debía configurarse conforme al designio de Dios.
Jesucristo tenía que estar en medio llenándolo e impulsándolo todo.
Los hombres debían amarse mirando a una vida futura, que debía prepararse ya aquí, en la Tierra.
Y así, este mundo tenía que ser el camino para un mundo mejor y definitivo.
Las Naciones Unidas pretendían lo mismo, pero por caminos muy diferentes. Por ciertos respetos ―—muy prudentes políticamente, pero que casi llamaríamos cobardes—, se suprimía hasta la mención del nombre de Dios al proclamar los Derechos Humanos. Y, al no mirar al hombre con un destino futuro, la moral del mundo se resquebrajaría a cada momento. ¿No es esto lo que vemos cada día con nuestros propios ojos?…
La Iglesia, guiada siempre por el Espíritu, no sólo no se desentendía de las aspiraciones legítimas de los pueblos, sino que se ponía al frente de todo para ser la primera en construir el Mundo Nuevo.
Todos los hijos de la Iglesia estamos acordes con este ideal, y hemos sabido orientar nuestra espiritualidad apostólica en esta dirección. Hasta en una cosa tan tierna y tan personal como la devoción a la Virgen María, vemos el compromiso que se nos echa encima, según lo expresa el canto tan repetido:
“Aunque te digan algunos – que nada puede cambiar,
lucha por un mundo nuevo, – lucha por la verdad”.
Y comprometemos en nuestro empeño a la celestial Señora:
“Ven con nosotros a caminar, – Santa María, ven”.
Pero, llevando ya este ideal a la vida práctica, ¿quiénes son los encargados de construir este Mundo Nuevo? ¿La Jerarquía solamente? ¿El Papa y los Obispos con sus orientaciones? ¿Los gobernantes que se sienten cristianos?… No. Los constructores del Mundo Nuevo somos todos. Cada uno en su entorno. Cada uno a su alrededor. Cada uno conforme a sus fuerzas y sus posibilidades. Cada uno según su generosidad.
Así lo respondió a unos jóvenes idealistas, muchachos y muchachas, un conferenciante a quien le hicieron esta pregunta: Concretice su pensamiento. ¿Cómo puede trabajar cada uno de nosotros en la construcción de ese mundo mejor?
Y contestó con unas palabras que después publicaron tantas revistas:
Si crees que tu sonrisa es más fuerte que las armas.
Si crees en el poder de una mano abierta y generosa.
Si crees que lo que une a los hombres es más poderoso que aquello que los divide.
Si crees que ser diferente es una riqueza, y no precisamente un peligro.
Si sabes confiar en los demás en vez de sospechar de todos.
Si sabes unirte a la felicidad de los otros y cantar y participar de su alegría.
Si sabes escuchar al triste, que te hace perder el tiempo, y le regalas además una sonrisa.
Si sabes aceptar la crítica, no la retuerces y sacas provecho de ella.
Si sabes aceptar un parecer diferente del tuyo.
Si aceptas que te toca a ti, y no a tu prójimo, dar el primer paso.
Si la mirada de un niño logra todavía desarmar tu corazón.
Si gozas todavía con la alegría de tu vecino.
Si sabes compartir tu pan con los otros y darles un poco de tu amor.
Si sabes que el perdón llega mucho más lejos que una venganza.
Si te niegas a echar tus culpas sobre el pecho de los otros…
Si sabes hacer todo esto, si lo haces, si das ejemplo para que otros lo hagan también, entonces, y sólo entonces, trabajarás eficazmente en la construcción de un Mundo Nuevo.
Hijos de la Iglesia, nosotros sentimos como nadie la responsabilidad de hacer un mundo mejor, un Mundo Nuevo. Sabemos —porque Dios nos lo ha dicho—―que el Mundo Nuevo y perfecto, libre de todo mal y colmado de todo bien, no se dará hasta el final y por acción directa de Dios. Pero la Iglesia va llevando adelante la construcción y expansión del Reino. La misión de la Iglesia es misión de cada uno. Es la misma misión de Jesús, que dice en el Apocalipsis (21,5): ¡Mirad, que hago nuevas todas las cosas!…