Ni oro ni espadas

18. julio 2024 | Por | Categoria: Oración

Todos los cristianos, por vocación de Dios, venimos al mundo con la misión especial de llegar a la perfección humana y cristiana. No podemos contentarnos con ser unos vulgares. Decepcionaríamos a Jesucristo si nos quedáramos a mitad del camino en la ascensión a la montaña. Hay que llegar hasta la cumbre.

Cambiamos la idea, y decimos que venimos al mundo con la misión de vencer al mundo y de rendirlo ante Jesucristo. Hemos de conseguir un Mundo Mejor, hemos de llegar a hacer un Mundo Nuevo.
Esta es la doble misión del cristiano: hacerse un santo a sí mismo con la gracia de Dios y cambiar el mundo con las obras de su apostolado.

Pero, viene la pregunta: Y medios? ¿Con qué medios cuento?… La respuesta será siempre la de los humildes: Nada, no tengo nada. Pero con Dios, lo puedo todo.

El mundo moderno nos ha metido a todos en la cabeza, como una obsesión casi, el buscar la eficacia como ideal de vida. Para ello, es necesario el dinero y la fuerza. En ellos se basa el poder del mundo actual.
Por eso, ante los Bancos del Primer Mundo y ante los arsenales nucleares, todos debemos callar, envidiar, someternos humilditos y pacientes…
Frente a ellos, se presenta un Jesús pobre, sencillo, sin más armas que su palabra convincente, su ejemplo avasallador, su Cruz que desmonta todas las estructuras de la prudencia humana…

Y como Él, nosotros, los que queremos seguirle. Es lo que le decimos con nuestra canción:
– Tú, sabes bien lo que tengo. En mi barca no hay oro ni espadas. Tan sólo redes y mi trabajo…  
Pero tenemos una fuera mayor, la cantada por el salmo de la Biblia:
– Ellos confían en sus carros de combate y en sus caballos, nosotros en el nombre del Señor (Salmo 19,8)
Esto lo decimos tanto a nivel de Iglesia como a nivel personal.

La Iglesia no se apoya en fuerza humana alguna, sino en el poder del Señor.
Hace ya muchos años que el gran dictador rojo, frío y calculador, preguntó con desdén:
– ¿Dónde tiene el Papa sus cañones y con cuántas divisiones cuenta?
Muchos años más tarde, el Papa —otro Papa, pero es igual— era herido de muerte por un agente de Moscú.
La sangre de un Papa, salido de un país comunista, pudo más que la fuerza inmensa del Partido.
Nadie niega hoy que al Papa Juan Pablo II —que no contaba ni con oro ni con espadas, ni menos con los cañones ni las divisiones requeridos por Stalin—―debe el mundo el derrumbe del comunismo, que parecía invencible.
El Papa se entregó a sí mismo, dio su sangre, y venció…
El Papa hizo igual, igual que Jesucristo cuando le dijo a Pedro:
– ¡Mete tu espada en la funda!
El Señor se entregó a la pasión y muerte, y venció al mundo… Si Jesucristo hubiera escogido como fundamento de su Iglesia a gente del poder económico y de la política, o hubiera contado con las legiones romanas de su tiempo, ¿quién hubiera creído en su misión divina? ¿quién diría hoy que la Iglesia viene de Dios?

A nivel personal nos pasa lo mismo. Cuando nos esforzamos para ser buenos católicos y para y hacer algo por el Reino de Dios, ¿en qué confiamos? Estaríamos perdidos si contáramos con lo que somos o con lo que tenemos.
Confiamos únicamente en nuestro esfuerzo, bien pequeño, porque tenemos tan sólo redes y nuestro trabajo. Y confiamos sobre todo en la gracia de Dios, inmensa a más no poder.
Así podemos hacer maravillas, pues sigue valiendo la palabra de Dios expresada por María:
– Dios derriba del trono a los poderosos, y ensalza siempre a los humildes.

Esto no quiere decir que nosotros seamos gente apocada, tímida, miedosa. Todo lo contrario. El bueno del Papa Juan XXIII decía que había pasado ese tiempo en que se creía que el cristiano era un ser sin columna dorsal o poco menos. No hay nadie más arriesgado que el cristiano cuando quiere sobresalir como santo y como apóstol.

Una Santa Teresa del Niño Jesús se propuso amar a Jesucristo como nadie lo había amado. Amarlo hasta la locura, fue frase suya. Muere tan jovencita, y es considerada como la gran Santa de los tiempos modernos.

San Juan Bosco quiere emprender la construcción de la gran basílica de María Auxiliadora. Le preguntan los más sensatos:
– Pero, ¿con qué dinero cuenta?
– Con cuarenta y cinco centavos.
Solamente un loco podía lanzarse a semejante aventura. El caso es que el gran templo se inauguró en la fecha determinada por Don Bosco…

Total, que al decirle a Cristo que no tenemos ni oro ni espadas para seguirle y para hacer muchas cosas por Él, hemos de confesar como San Pablo:
– No tenemos nada, y lo posemos todo…

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