Amor concreador
18. junio 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Familia¿Vamos ahora a meternos en la mente de Dios aquel día en que había completado la creación de todas las cosas?
Dios había sacado de sus manos todas las criaturas. ¡Se sentía feliz de veras! Contemplaba la multitud incontable de todos los seres, y se iba diciendo con satisfacción divina:
– ¡Qué bien! ¡Pero, qué bien que están esas estrellas, extendidas por todo el universo!… ¡Qué bien, pero qué bonito aspecto presenta la Tierra, con esos árboles, esas flores y esos frutos, y con esas bandadas de pájaros que cantan, y esos animales que pueblan las selvas, y esos monstruos marinos que juguetean por las aguas!… ¡Qué bien! ¡Pero, qué bien que está todo!…
Aunque se quedaba algo pensativo, porque no veía la cosa completa. Y siguió pensando:
– Pero, pero…, aquí falta algo. No hay nadie que vea todo esto. Nadie que lo aprecie. Nadie que me lo agradezca. Nadie que se aproveche de ello… A los Ángeles, que por millones de millones están en mi presencia, como son espíritus, esto material les dice poca cosa… ¿Por qué no hago al hombre? Que sea una inteligencia, como el ángel, pero metida en un cuerpo. Y que tenga corazón y sea capaz de amar. ¿Por qué no lo hago?…
Dios no se lo pensó más, y de su mano creadora que salió Adán… Adán estaba como un rey entre todas las criaturas,.
Sin embargo, Adán se encontraba solo, hasta un poco aburrido… Por eso, Dios se dijo de nuevo:
– Esto no puede ser. ¿Qué hace el pobre Adán, si da pena verlo tan solitario?… Voy a darle una compañera que le haga feliz. Que se amen. Y que su amor sea la fuente de la vida en el mundo. Hechos Adán y su compañera a mi imagen y semejanza, que sean ellos —como verdaderos artistas— quienes hagan a los otros hombres y mujeres, y todos salgan unos retratos míos bien hermosos y perfectos.
Y así fue. Dios le presenta Eva a Adán —¡qué mujer tan bella!—, y oyen los dos la palabra del Creador:
– ¡A amarse mucho los dos! ¡A no separarse nunca! ¡A crecer y a multiplicarse, hasta llenar la tierra!… *
Desde entonces —y así será hasta el fin—―el hombre y la mujer se siguen amando; y, al amarse, se dan el uno al otro; y, al darse, ven cómo su entrega se convierte en el don de una nueva vida, en un retrato suyo, y, más que nada, en un retrato de Dios…
De este modo, los esposos se convierten en los grandes colaboradores del Dios Creador.
Dios podría haber hecho las cosas de otra manera. Nadie le prohibía hacer a los hombres como hizo a los ángeles, todos de un golpe, y se acababa todo en un instante.
Pero quiso que la aparición del hombre en el mundo fuera obra del varón y de la mujer. Que amándose y siendo felices en su amor, fueran también los colaboradores de Dios para traer nuevos hombres y nuevas mujeres al mundo.
De esta escena bíblica —un poco dramatizada aquí—, el Papa Juan Pablo II, en la exhortación sinodal sobre la familia (FC, 28), sacaba las grandes lecciones que entraña.
* Dios deposita en los esposos un acto de confianza sin igual. Les dice:
-¿Queréis darme hijos a mí? Yo os los voy a dar a vosotros. Vosotros, después, me los devolvéis a mí. Serán hijos míos y serán hijos vuestros. Yo los engendro con amor. Engendradlos también con amor vosotros. El hijo, en mí como en vosotros, es un don y es un fruto del amor.
* Pero Dios no va a forzar. Quiere que la procreación sea un acto libre y responsable. No la deja confiada al instinto, sino que la pide a la consciente libertad de la pareja, a la que anima el mismo Dios::
– Sed generosos. Los hijos son un regalo mío, y, aunque cuesten sacrificios, van a constituir vuestra mayor riqueza. Y mi mayor riqueza también. Porque de esta manera vais acrecentando mi familia, la Iglesia, y vais llenando mi Cielo, donde ellos serán mis hijos para siempre, a la vez que las joyas más valiosas de vuestra corona.
* Dios les señala así a los esposos unas metas muy altas:
– Medid vuestra grandeza humana, moral, espiritual y hasta divina. Quiero que vuestro amor sea concreador conmigo. Para crear las estrellas, no quise vuestra colaboración. Para crear al hombre, sí; para esto, os quiero a vosotros.
¿Qué ponemos mucha poesía en todo esto? Poesía precisamente, no.
El Papa, cuando sacaba estas conclusiones, no hacía ninguna obra de literatura bonita y barata, sino que apuntaba a la mayor grandeza de la pareja humana, como es ser la fuente de la vida y el instrumento de que Dios se quiere valer para poblar la Tierra ahora y para que después el Cielo cuente con bienaventurados incontables.
Lo que sí hay es mucha grandeza conferida por Dios a los esposos…, y expresada bellamente por un delicado poeta:
Quiero dejar de mí en pos – robusta y santa semilla – de esto que tengo de arcilla, – de esto que tengo de Dios (Gabriel y Galán)
En efecto, lo mejor que dejan los esposos en el mundo al marchase para la Gloria, son esos retoños de su propio ser. Su descendencia sigue en la tierra, y se va prolongando, prolongando cada vez más, porque sus hijos, con lo que tienen de Dios, viven siempre y tienen destino inmortal.