Un hogar sano para el niño

16. julio 2024 | Por | Categoria: Familia

¡Cuántas, pero cuántas veces, habremos oído y dicho nosotros mismos que lo primero que necesita el niño para desarrollarse y formarse es un buen hogar!… Lo repetimos ahora, y no nos sabe a nada nuevo, al revés, parece un tópico o un lugar común del que ya no hay que hacer mucho caso. Sin embargo, ésta es la realidad con que nos encontramos a cada paso: niños magníficos porque cuentan con muy buen hogar, y niños con problemas muy serios porque les falta lo primero con que deben contar como es un hogar sano.

Si cultivamos algunas plantas, sabemos lo que significa exponerlas inadecuadamente al sol o al aire, regarlas o dejar de regarlas oportunamente, tener cuidado de ellas o dejarlas abandonadas por algunos días. Porque o languidecen y hasta se secan, o son, por el contrario, un adorno bello de la casa. ¿Y los hijos? ¿Esas plantas tiernas que Dios nos ha confiado?… ¿Merecen menos cariño y menos cuidados que las plantas y flores? Esta comparación podría resultar hasta ofensiva, si no supiéramos que no es más que esto: una comparación. Porque nuestros niños no se comparan con nada…

Hace ya algún tiempo que se dio el caso de una sentencia famosa, dictada por un tribunal norteamericano y que nos dejó helados a todos. La noticia era muy simple a primera vista, pero, aparecida en todos los periódicos del mundo, hizo casi estremecerse a toda la sociedad. Aquel fallo del juez podía tener para el futuro consecuencias impredecibles.

El caso es que un niño de doce años apeló a los tribunales porque, según su propia expresión, quiso divorciarse de sus padres. Y con esta palabra, y entre comillas, apareció en los periódicos: “divorciarse”. El niño denunció que, en los últimos nueve años, había pasado sólo siete meses con su madre, una camarera de treinta años, drogadicta y que abusaba de las bebidas alcohólicas. El niño —un corazón de oro— declaró en el juicio:
– No hago esto contra mi madre. Lo hago por mí, porque quiero ser feliz.
El juez falló a su favor, lo entregó en adopción a un matrimonio que ya tenía ocho hijos, y que daba todas las garantías de que el noveno, que ahora llegaba al hogar, iba a ser feliz como los ocho anteriores. Oída la sentencia, a Rachel, la mamá, se le escaparon unas lágrimas tardías… (Sept. 1992. Niño Gregory. Orlando, Florida)

Esta sentencia sentó en Estados Unidos un precedente muy grave, con la posibilidad de que otras y otras naciones acepten esa realidad, tan dura y tan trágica, de quitar a los papás unos hijos que quieren ser felices, y que, para alcanzar la felicidad, se puedan acoger a leyes dictadas expresamente para ellos.

Cuando hablamos contra las drogas y el alcoholismo, casos como éste se convierten en armas mucho más fuertes que los discursos elocuentes, gastados como pólvora sin metralla… Ahora volvemos la mirada con cariño a los hogares de nuestra tierra. Los queremos felices de verdad. Los queremos bendecidos por Dios. Y por eso los queremos sin problemas que les turben la paz.
¿Cuál es la causa principal de los divorcios, especialmente en nuestros países americanos?…
¿Por qué los niños lloran inconsolables muchas veces?…
¿Por qué la economía, importantísima para el hogar, está en tantas ocasiones por los suelos?…
La respuesta a tales preguntas nos la sabemos de memoria. El licor se ha casado hoy muchas veces con la droga —en un maridaje fatídico—, y ha traído malestares sin cuento. La bebida ha privado a la mesa familiar de una alimentación abundante y necesaria. Hubiera sido mejor no sustituir con ella las bebidas sanas, como son las hechas con nuestras envidiables frutas tropicales…

Los niños, entonces, se convierten en las víctimas inocentes y doloridas, forzadas a ir a centros de prevención o de beneficencia. O bien pueden tomar un doble camino. Primero, el que estamos acostumbrados a ver: lanzarse prematuramente a la aventura, para que sus vidas sean después tan lamentables como las que vieron en sus progenitores. Segundo, que aprenderán, si son chicos listos, a salir por sus derechos humanos. Los papás no podrían quejarse si un día se ven abandonados y con una ancianidad amargada, recogiendo la cosecha que ellos mismos sembraron tan alegre e irresponsablemente…

¡La familia! Siempre lo mismo: la familia ante todo. Y en la familia, para cuidados, los niños primeramente. Un gran educador, reconocido hoy por la Iglesia como santo, se propuso este lema:
– Por los niños a los hombres,
Y el principio de su pedagogía era tener alegres a los niños. Con niños sanos espiritualmente, tendremos mañana hombres igualmente sanos. Ahora nosotros vamos a decir al revés:
– Por los hombres a los niños (San Enrique Ossó)
Por los papás a los hijos. Con papás sanos espiritualmente, tendremos niños igualmente sanos.  

Un hogar vivía con problemas graves por causa de la bebida, como siempre. El esposo y padre hizo el Cursillo de Cristiandad, se volvió resueltamente a Cristo, dejó de tomar, y perseveró fielmente en su propósito. Al llegar cada año el aniversario del Cursillo, uno de los niños brindaba en la mesa, diciendo:
– ¡Por la felicidad que un año más hemos disfrutado en esta casa!.
Con papás alegres porque viven sin problemas, ¿a que a ningún niño se le ocurre ir a los tribunales para que lo saquen legalmente del hogar?…

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