Don Renán y Doña Rita

9. julio 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Muchas veces en nuestros mensajes sale a relucir una virtud humana que es también una virtud cristiana de calidad muy subida, como es la amabilidad. Y se lleva también muchos palos un defecto que desluce mucho a cualquiera, como es el mal genio, la irritación, el mal humor, la poca o ninguna educación que desluce la vida de muchas personas…

¿Por qué sale con frecuencia este tema, como un inciso intencionado en medio del mensaje? Es muy fácil de entender. La caridad, el amor, es la primera virtud cristiana, y así como la amabilidad es el barniz más delicado de la caridad, el mal genio es el desdoro del amor que debe distinguir a los cristianos. Hoy nos va decir esto la historia humorística de Don Renán y de Doña Rita. Empezamos con la de Renán, que después vendrá la buena de Doña Rita…

Renán Rolón era un hombre muy especial. Su carácter resultaba tan áspero y tan inaguantable como las dos erres de su nombre y apellido.
Todos le conocían con el apodo o sobrenombre de Don NO, porque era inútil pedirle un favor.
Cuando se le pedía algo, su respuesta infalible era siempre: ¡No!
Tacaño como el que más, no le daba a uno ni los buenos días ni la hora del reloj…
Eso sí; para pedir se las pintaba solo. Parecía la encarnación de aquel dicho: Que todo lo tuyo es mío, y lo mío tuyo, no.
Naturalmente, que todos le daban la espalda, y nunca recibía un favor de nadie, porque se le pagaba con la misma moneda que él usaba.

Es una pena que por las calles del mundo vayan deambulando tantas personas como Don NO. Han nacido, al parecer, sólo para el egoísmo más cerrado. Piensan ser felices queriéndolo todo para sí, pidiéndolo todo, exigiéndolo todo, no dando nunca nada, y no se dan cuenta esas pobres personas que, al no dar nada, tampoco reciben nada. Sobre todo, no reciben amor.

¿Y en qué se convierte una persona sin el amor de los otros?  En el ser más pobre del mundo. Vive siempre amargada, porque no conoce la dicha ni de amar ni de ser amada. En la escala de sus valores no entran ni la generosidad ni el amor; por eso no se da cuenta de que un amigo o una amiga valen más que todo el dinero del mundo.

En esto del amor que se da y se entrega, existen unas matemáticas muy curiosas.
El que nunca resta, quitándose de lo que tiene para dar, nunca recibe de los otros nada para aumentar su capital. El no saber restar le resulta calamitoso…
Por el contrario, el que más resta de lo suyo, más suma. Es  decir, el que más da, más tiene…
Y también, cuanto más divide, más multiplica. O sea, a cuantos más da, más va multiplicando los corazones que le quieren, y la división se va convirtiendo en una multiplicación prodigiosa…
Así son las matemáticas en la tabla del amor y de la generosidad, tan diferentes de las de aquella tabla que aprendimos cuando chiquillos en la escuela…
Jesucristo no dio una explicación tan enredada como la mía, pero dijo lo mismo cuando nos aconsejó:
– A quien te pide, dale. Haced el bien y prestad sin esperar nada. Os devolverán una medida generosa, colmada, rebosante. Seréis tratados como tratéis a los demás (Lucas. 6, 30-38)

¿Y a qué viene después de esto el nombre de Doña Rita? Obedece a un recuerdo de mi niñez. Me ha venido muchas veces a la memoria un poema ingenuo, que me aprendí no sé cuántos años hace, dirigido a Rita —a Rita, sin más—, y que decía así:

¿Quién eres tú?, preguntaban    
a Rita, toda bondad.        
Y Rita siempre decía    
con mirada angelical:        
– Yo no soy nada ni nadie,      
sólo soy quien sabe dar    
todo lo que ha recibido    
de ese Dios, que es caridad.
Mi sonrisa, mi dinero,
—todo el que yo puedo ahorrar—,
mi trabajo, mi persona,
mi tiempo con mi cantar,
pues todo cuanto yo tengo,
todo es para los demás.

Esto decía Rita, y esto era: la medalla, vuelta al revés, de Renán Rolón, el desdichado Don NO, que se murió sin sospechar el placer y la alegría que entrañan el amar y el ser amado, porque nunca supo darse ni dar…

Es posible que nadie llamase Doña SÍ a la buena de Rita; pero todos la colocaban en el propio pecho, como una medalla de oro sobre el corazón. Al decir Sí a todos y al darse con amor, con cariño, con espíritu de servicio, Rita era, sin darse cuenta, una imagen de aquella otra Mujer que dijo Sí al ángel en una casita de Nazaret, y con aquel Sí y aquel darse sin condición alguna llenó de bendiciones a todos con el Hijo de sus entrañas. Quien sabe dar y darse con generosidad, con cariño, con elegancia —como nos ha enseñado Rita y como lo hizo María— es una reproducción de Dios.

Dios es amor, dice de Sí mismo Dios. Ese Dios que en Cristo, su Hijo, y con su Espíritu, nos ha dado todo lo que es y todo lo que tiene. Siendo de riqueza inmensa, infinita, ya no le queda nada más que repartir.
Entonces, ¿quién se parece más a Dios? Sólo se le parece quien sabe dar y darse, igual que da el mismo Dios, que no se reserva ni su Cielo, porque lo da todo, todo…

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