La Iglesia y el Mundo
30. abril 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaSi abrimos cualquier libro sobre la historia del Concilio Vaticano Segundo, que es el acontecimiento religioso moderno más grande, nos quedamos asombrados de la expectación que suscitó en todo el mundo uno de sus documentos: católicos y no católicos, todos hablaban del famoso esquema trece, que trataba sobre la Iglesia en el mundo moderno.
Todos se preguntaban: ¿Qué va a decir la Iglesia sobre el mundo de hoy? ¿Qué va a hacer en el mundo moderno? ¿Cómo va a orientar sus relaciones con los gobiernos? ¿Cómo va a enjuiciar los adelantos de la técnica? ¿Qué va a mandar, qué va a prohibir, qué va a aceptar entre tanto cambio como estamos sufriendo?…
Cuando al fin salió el documento tan esperado, todos se quedaron admirados de la sabiduría de la Iglesia, que, con veinte siglos de experiencia, sabe lo que se dice y por dónde va. Ya en las primeras líneas manifestaba todo lo que iba a decir y a hacer, pues comienza así:
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay de verdad humano que no encuentre eco en el corazón de los fieles. La Iglesia se siente íntima y eficientemente solidaria del género humano y de su historia”.
Todo quedaba despejado. Todos sabrían a qué atenerse en adelante sobre la posición de la Iglesia ante un mundo que estaba sufriendo cambios tan profundos.
Lo bueno del mundo, es aceptado sin más por la Iglesia.
Las ilusiones del hombre moderno, son ilusiones de la Iglesia.
Las conquistas de la ciencia y de la técnica, son alabadas y favorecidas por la Iglesia.
Los dolores del mundo, le llegan a la Iglesia hasta el corazón.
Los problemas de la sociedad los asumirá la Iglesia, que tratará de arreglarlos en cuanto pueda.
Los males del mundo, creados por la malicia de los hombres, serán valientemente señalados con el dedo por la Iglesia, y advertirá a los hombres sobre los peligros que entrañan, los abismos a los que conducen, las ruinas irremediables que podrían causar.
La Iglesia ofrecía al mundo el primer servicio, cumpliendo el mandato que le diera Jesús al irse al Cielo, y que repite sin cesar como algo que lleva metido en el alma:
– Id, por todo el mundo, y amaestrad a todas las gentes enseñándoles todo cuanto yo os he mandado.
La Iglesia sabía que no era una entrometida en el mundo para fastidiarlo en sus legítimas aspiraciones, sino una servidora que llevaba al mundo la salvación por la que tanto suspira.
La Iglesia tiene muy presentes las palabras de Jesús: – Están en el mundo, pero no son del mundo… Vosotros no sois del mundo… Yo os envío al mundo… Mi reino no es de este mundo…
Son dichos del Señor que expresan claro su pensamiento: la Iglesia está en el mundo, y, aunque no es del mundo, está para el mundo.
La Iglesia está en el mundo. Por lo mismo, abraza todas las realidades del mundo, porque son también realidades suyas.
La política, el trabajo, la familia, el progreso, el bienestar… Todo esto le interesa a la Iglesia y todo esto lo va a promover con todas sus energías.
Por recordar un caso. Cuando en Julio de 19069 el hombre conquistó la Luna, todos los Estados del mundo mandaron sus felicitaciones al Presidente de Estados Unidos, nación que realizó la formidable aventura. Entre todas las felicitaciones, no hubo una tan ardorosa, tan elocuente, tan agradecida a Dios y a los hombres que consiguieron aquella hazaña, como la entonada por el Papa Pablo VI.
Y si a la Iglesia le alegran los éxitos del hombre, le afectan igualmente y más que a nadie las angustias del mundo: las catástrofes naturales, las guerras, la injusticia, la pobreza, las enfermedades… Todo lo que le duele al mundo le duele a la Iglesia.
Por otra parte, la Iglesia no es del mundo. Es decir, tiene un destino diferente de este mundo. Jamás la Iglesia —podemos poner un ejemplo— podría admitir la doctrina marxista, según la cual todo es un desenvolverse las cosas en este mundo y para este mundo, que al fin logrará una estabilidad en la que ya no habrá desigualdades sociales… Puras fantasías. Puros cuentos. Por la palabra del Señor, la Iglesia sabe que el mundo acabará, y que ese reino soñado de libertad y de felicidad plena se nos dará precisamente cuando este mundo acabe. Por eso la Iglesia no busca intereses temporales, sino eternos.
Sin embargo, la Iglesia está para el mundo. Jesucristo la manda al mundo para salvar al mundo. Por eso —con amor, y como un acto de servicio, aunque haya de ser incomprendida—, señala los males del mundo: la incredulidad, la inmoralidad, la injusticia, la opresión… Y le invita a seguir las enseñanzas de Jesucristo: la ley del amor, la libertad, la búsqueda de los bienes duraderos en el seno de Dios.
El mundo entonces no tiene que tener ningún miedo de la Iglesia. ¿Por qué entonces la persigue? ¿Por qué no se llegan a comprender nunca el uno con la otra? Por algo muy sencillo. Porque las costumbres del mundo son, ¡tantas veces!, contrarias a las enseñanzas de Jesucristo.
Pero la Iglesia no cede: servirá al mundo hasta el fin, hasta salvar al mundo.
Jesucristo salvó al mundo cuando el mundo mataba a Jesucristo.
Esta fue la victoria de Jesucristo. Esta es también la victoria de la Iglesia…