Una Ciudad eterna
7. mayo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaSi miramos a la Iglesia metida en el mundo, nos podemos preguntar: – Y bien, ¿para qué sirve la Iglesia?
Porque su actitud nos resulta muchas veces desconcertante, ya que va a la contra de todo lo que buscan todas las otras instituciones. No busca dinero. No busca bienestar. No busca honores.
Más aún: nos predica que nada de todo esto tiene valor absoluto. Incluso nos dice que esos bienes son un peligro y que hay que abandonarlos cuando nos impiden otros bienes que no vemos, que no palpamos, sino que están escondidos para ser revelados un día que no llega nunca…
El Papa Pablo VI lo decía de manera categórica:
– La Iglesia, en sentido absoluto, no sirve para nada en cuanto al orden temporal, porque su reino no es de este mundo-
Con estas palabras nos venía a decir:
¿Buscan pasarla bien en la vida? No acudan a la Iglesia, que no les enseñará nada.
¿Buscan prosperar en los negocios? No acudan a la Iglesia, que no tiene ninguna fórmula mágica.
¿Buscan un progreso meramente humano? No acudan a la Iglesia, porque les dirá que a ella no le interesa nada de todo eso.
Entonces, ¿para qué está la Iglesia en este mundo? Y respondía el mismo Papa:
La Iglesia es la luz del mundo. Es decir, lleva consigo un mensaje de verdad y de sabiduría que da sentido a nuestra vida en la tierra (Pablo VI, 13-VII-1966)
Y esto sí que lo hace la Iglesia, porque ésta es la misión que le confió Jesucristo.
La Iglesia no se opondrá nunca ni al progreso económico, ni a la ciencia, ni al bienestar, ni a ninguna aspiración legítima de los hombres.
Al contrario, ella será la primera promotora de todos los bienes que puedan hacer volver al hombre a aquella felicidad con que Dios le colocara en el paraíso.
Pero la Iglesia, con las mismas palabras de Jesús, nos recordará a todos que el reino de Jesucristo, y, por lo mismo, el de la Iglesia y el de todos sus hijos, no está en este mundo. Sino que todos estamos en este mundo para conquistar ese reino que ya posee Jesucristo y por el que todos suspiramos.
Esta visión de futuro está muy entrañada en la doctrina de la Iglesia, y las palabras de la Biblia nos hacen mirar hacia adelante con ilusión creciente.
En el Nuevo Testamento se nos hace ver la vida futura y definitiva como una ciudad llena de encantos. Juan nos dice en el Apocalipsis:
– Y me mostró la ciudad santa, la Jerusalén celestial, la ciudad de Dios, radiante con la gloria de Dios (Apocalipsis 21,10)
La Carta a los Hebreos ya lo había asegurado antes:
– Nosotros no buscamos aquí una ciudad permanente, sino que vamos caminando en busca de la ciudad venidera… Una ciudad firmemente asentada, cuyo arquitecto y constructor es el mismo Dios (Hebreos 11,11 y 13,14)
Y San Pablo, pensando en esa patria futura, nos dice unas palabras bellas:
– Nosotros tenemos la nacionalidad del Cielo, de donde esperamos que nos venga como Salvador el Señor Jesucristo (Filipenses 3,20)
Nuestra cédula de identidad no pertenece a ninguna nación de la tierra, porque toda las naciones y todos los pueblos pasan, sino a aquella Ciudad futura, en la cual tenemos ya reservada la vivienda que no se derrumbará nunca.
Recordamos una anécdota interesante de la antigüedad griega.
El embajador de Atenas en Macedonia alabó mucho y con todo calor su ciudad natal, declarándola como la más bella del mundo. El rey Filipo pidió al embajador que le trazara el plano de la ciudad. Al verlo el rey, exclamó entusiasmado:
– Esta ciudad he de tenerla cueste lo que costare.
Jesucristo, el Embajador del Padre ante todo el mundo, nos ha insinuado en el Apocalipsis lo que será la Ciudad que vendrá… ¿Qué decimos? Pues, lo mismo que lo de aquel rey:
– Esa ciudad del Cielo, yo no me la pierdo. La conquisto sea como sea. Me costará la lucha más enconada. Pero yo me hago con ella a todo trance.
¡Esta es la esperanza cristiana!…
Esta es la verdadera misión de la Iglesia.
Con su doctrina sobre la justicia y la dignidad de la persona, promoverá siempre el bienestar humano.
Pero, a la vez, nos enseñará a pasar por este mundo sabiendo que estamos en camino de un mundo mejor. Lo que ahora vemos, pasa. Lo que nos muestra la Iglesia, señalando con el dedo un más allá, no pasará nunca, permanecerá para siempre.
Por algo cantamos con mucha fe:
– Somos un pueblo que camina, y, juntos caminando, podemos alcanzar otra Ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, Ciudad de eternidad…