La fórmula conyugal

17. septiembre 2024 | Por | Categoria: Familia

Se nos habla tanto modernamente del matrimonio que no sabemos casi ni por qué se hace así. ¿Es porque va mal esta institución divina y debemos poner pronto remedio? ¿Es porque el matrimonio es tan importante que hay que mantenerlo en pleno vigor? ¿Es por el cariño que le tenemos, y habla la boca de lo que está lleno el corazón?…

Hay un poco de todo esto cuando el matrimonio ocupa tanto espacio en el ámbito de nuestras preocupaciones.
Amamos el matrimonio, y por eso hablamos de él.
Vemos sus males, nos duelen, y queremos solucionarlos.
Nos ilusionan su belleza y su bien, y los queremos conservar.
Vemos la importancia que tiene en la vida de la sociedad y de la Iglesia, y queremos ver fuerte la institución que Dios soñó y realizó con amor tan especial.  

Sabemos que el matrimonio se fundamenta en el amor, y que cuando el matrimonio falla es porque ha fallado el amor. Entonces, nos preguntamos: ¿no existirá una fórmula que nos dé en síntesis lo que debe ser el amor en el matrimonio? Al mirar nosotros las cosas bajo el prisma de la fe, no creo que nos cueste mucho el aceptar estas palabras de un Obispo célebre:
– El amor conyugal debe bajar de las alturas de la inteligencia y de la voluntad; debe caldearlo el amor del corazón con las llamaradas de un santo apasionamiento, y ser llevado a las alturas de Dios para que con él se eleve toda la vida de los esposos (Cardenal Isidro Gomá)

Si examinamos esta proposición, distinguimos en seguida los elementos que deben concurrir para un matrimonio perfecto y seguro. Se trata, ante todo, de amor. Si en el matrimonio hay amor, todo está asegurado; si falla el amor, todo está perdido.

Mejor que con muchos discursos lo expresó con unos versos un joven que buscaba novia y encontró una muchacha pequeñita de estatura, pero llena de buenas cualidades. El papá le advirtió al hijo enamorado: -Mira bien las cosas. La mujer debe ser agradable y bien parecida para que después no te ilusione otra. Y me dicen que esa tu novia es muy pequeñita.

El muchacho, poeta en ciernes, gozaba en escribir las cartas a su padre en verso, y esta vez le contestó:

No quiero engañar a usted;
es tan chiquita Asunción,
que cuando estamos en pie
me llega hasta el corazón.
Y a mí me gusta la mar
el defecto que usté alega,
pues nadie podrá dudar
que es una mujer que llega
a donde debe llegar (Pedro Muñoz Seca)

Aquel joven llegó a ser gran dramaturgo y murió por su fe católica, fusilado por los rojos. A nosotros nos dio la gran fórmula del matrimonio: la mujer llegaba hasta llenar el corazón, y el hombre se inclinaba para acoger y defender ese amor con todas sus fuerzas.

Este amor debe ser inteligente, tan opuesto al amor ciego, encendido por una pasión tonta y pasajera. Debe nacer de la convicción. El hombre, como la mujer, se dan cuenta de que las flores del amor son para entregarlas conscientemente a la pareja, sabiendo que de este modo se convierten en frutos de bendición, de paz, de descanso del alma, de plenitud en la vida. Y se entregan mutuamente el uno al otro con voluntad decidida, sin deshojar ninguna de esas flores en otras manos, sabiendo que la felicidad la encuentran precisamente en la exclusividad de su amor y en la negación de todo egoísmo.

¿Debe estar ausente la pasión en esta entrega generosa? A nadie se le ocurre decir semejante disparate. En nuestra época de idolatría del sexo, el amor es quien paga las malas consecuencias. Mientras que si la idolatría fuera para el amor, el disfrute del sexo estaría más asegurado que nunca. Nunca el amor ha matado al sexo en el matrimonio, mientras que el sexo desviado ha destruido el amor montones de veces…

¿Y queremos ahora el seguro total del amor?… Que Dios esté metido dentro, invadiéndolo todo.
¿Por qué Jesucristo se haría presente en aquella boda de Caná? La lección del Evangelio es tan evidente que la entendemos todos sin que nadie nos la explique. Si hay fe, piedad y Sacramentos en los esposos, allí no se mete nunca el Maligno, allí siempre llamea el amor más puro y fuerte.

Matrimonio bello…, matrimonio querido…, matrimonio quizá preocupante… Todo eso es verdad. Y porque deseamos un matrimonio bello y querido y sin ninguna preocupación, queremos un matrimonio seguro, y lo tenemos cuando Dios, su ley y su amor son los baluartes que lo custodian.

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