El campesino y su familia
24. septiembre 2024 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: FamiliaUn buen hombre del campo, metido siempre en su finca modesta, o con breves salidas a la ciudad para sus pequeños negocios, ofrecía la estampa de la felicidad más cumplida. Era clásico entre sus amigos y conocidos el buen temple de su carácter, la tenacidad que ponía en el trabajo, la paz que esparcía a su alrededor, igual que la buena acogida que encontraban en él cuantos iban en busca de un consejo oportuno. Venía a ser uno de esos hombres típicos en el pueblo, que hacen honor a los versos inmortales del poeta cuando canta la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido…
Preguntado una vez por su secreto, respondió con naturalidad al curioso reportero:
– ¡Con lo fácil que resulta ser feliz! Una palabra lo dice todo: la familia. En ella están todas mis ilusiones. Mi mujer tiene un esposo y mis hijos tienen un padre. Por estos mis seres queridos, el trabajo, por fatigante que sea, resulta casi un placer. Por la noche, el descanso en el hogar me deja nuevo para el día siguiente. El telediario me trae cada noche noticias de muchas cosas desagradables que pasan en el mundo. La única novedad que nunca veo en la tele es la felicidad de mi casa, que siempre sigue igual y no es noticia para nadie.
Dejemos ahora al buen hombre en su razonamiento y en su testimonio, pues tenemos bastante con lo que nos ha dicho, a saber: que en la familia está centrada la felicidad mayor que se da en la vida. Hogar sano, hogar feliz. ¿Qué más podemos decir, qué más podemos desear?…
Esto nos lleva a hablar de nuevo sobre la familia, la institución más bella de Dios, la preocupación más grande de la Iglesia, el quehacer más importante del Estado, la ilusión más apasionante del hombre y de la mujer. Dios pudo hacer en la creación las cosas de muchas maneras. Y pudo hacer que los hombres saliéramos de sus manos todos a la vez, en multitud inmensa, como salieron los ángeles de una vez para siempre. Pero Dios quiso que el hombre hiciera su entrada en la vida y en la sociedad por el puente de la familia. El amor fecundo de los esposos es la fuente insustituible de la vida. Y llegada la vida al hogar, el calor de la familia es el terreno abonado donde la planta germina y llega a su total desarrollo.
Las virtudes domésticas del amor, la honradez, el trabajo y la ayuda mutua son en todas partes y en todas las culturas la base insustituible de la felicidad familiar.
Sobre esta estructura humana vendrá Dios a asentar sus reales como dueño y como el sostén más firme de la vida del hogar, siempre rebosante de la bendición de Dios.
Los romanos del Imperio tenían sus dioses lares, los dioses del hogar, porque no concebían la familia desligada de la divinidad y de los altares.
El Cristianismo sublimó y centró esas ideas y costumbres paganas, de modo que la familia vino a ser desde el principio la iglesia doméstica en donde vive Dios y donde se tributa a Dios el culto de la oración, el servicio del trabajo y el amor de los corazones.
Cuando se desarraiga oficialmente de la sociedad a Dios, o la misma sociedad se va por caminos alejados de Dios, queda todavía el hogar como un refugio de la fe y de la piedad. El Crucifijo que pende de la pared en la casa indica que se busca en Dios el asilo más seguro, y la familia da testimonio de que Dios sabe construirse el mejor de los templos dentro de esa institución por Él fundada y defendida.
La Iglesia, que sabe esto muy bien, se preocupa de la familia de un modo muy especial.
La Iglesia, porque es fiel a Dios y a Jesucristo, luchará sin tregua y sin miedos contra todo lo que se opone a la santidad y salud de la familia.
Por más críticas que le hagan, jamás contemporizará ni con el divorcio, ni el aborto, ni con cualquier costumbre que destruya el amor o que ataque la vida.
El Estado, por su parte, tiene como su misión más importante el promover el bien de la institución familiar, que tiene derechos anteriores y superiores a cualesquiera otros del mismo Estado.
Los jóvenes suspirarán por fundar pronto una familia, y pueden reclamar a la sociedad el ambiente y los medios adecuados para lograr su propósito más legítimo.
Este derecho se convierte para ellos en el deber ineludible de evitar todo aquello que, antes de contraer el matrimonio, ya lo ha echado a perder. Esto puede ocurrir con el consumo de la droga o la desviación del amor y del sexo.
El marxismo comunista en sus principios atacó despiadadamente a la familia como institución burguesa. Un judío que después se haría famoso empezó por decirse:
– ¿Dos hijas de Marx suicidas y el filósofo sin descendencia? ¿Qué ocurrió ahí?
Hasta que un protestante célebre le dio la pista:
– Si busca la solución, vaya a la Iglesia Católica. Es la única que le dará la respuesta.
El judío estudió el matrimonio cristiano, se convirtió al catolicismo, y fue celoso apóstol seglar en los Estados Unidos (David Goldstein, convencido por Carrol Wrigth)
La familia era la clave de la felicidad de aquel campesino simpático, jefe espiritual del pueblo y que nos ha dado un testimonio precioso. ¡La familia! En su seno se disfruta de una dicha que no engaña, una dicha que Dios ha ligado a la obra más querida salida de sus manos creadoras.