María en la fe del pueblo
2. agosto 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaAl contemplar la figura de la Virgen María en la historia del cristianismo nos encontramos con este hecho indiscutible: María aparece siempre como una presencia materna: Madre, primero, de Jesús; Madre, después, de la Iglesia. Convencido de ello, el pueblo cristiano se ha vuelto siempre a María como una esperanza segura que no le puede fallar, porque la Madre no falla jamás en el amor, en la ayuda, en la protección.
Y, si no, miremos las manifestaciones de esa confianza en María.
¿A quién encomiendan las madres cristianas la guarda de sus hijos?… A la Virgen María.
¿A quién acuden las naciones católicas cuando ven amenazada su paz?… A la Virgen María.
¿A quién se dirige el enfermo en sus angustias?… A la Virgen María.
¿A quién se encomienda el pecador en su angustia?… A la Virgen María.
¿A quién confía el joven o la muchacha sus inquietudes?… A la Virgen María.
Con su actitud, todos los pobres de espíritu van repitiendo la plegaria que no se les cae de los labios:
– ¡Salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra!
Y lo hacen en oración silenciosa dentro de su corazón, en el seno de la familia o en la iglesia, en la que nunca falta la imagen de María. Lo manifiestan igualmente en esas peregrinaciones continuas e interminables al santuario o ermita de la Virgen, esparcidos por dondequiera se halla establecida la Iglesia.
Con esta actitud y esta oración, no restan nada al amor y a la confianza en Jesús el Salvador, ya que invocan a María precisamente para ir con más seguridad a Jesucristo, en quien confían, a quien aman y por el que suspiran sin cesar, pues acaban suplicando:
– ¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tus entrañas!
Así aclaman a María y la confiesan Madre de Jesús y Madre nuestra amantísima.
Una actitud semejante no puede atribuirse sino a la acción del Espíritu Santo que guía a la Iglesia y suscita la oración de los fieles. Dios ha querido, sin más, que en la Iglesia contemos con una Madre, y esta Madre no es otra que María.
En la Iglesia Oriental de Rusia existe una imagen célebre de María, que con su manto cubre y protege la ciudad de Moscú contra todos sus enemigos. Bella representación de lo que ha sido y es María para todos los pueblos cristianos y para con todos nosotros. Con su manto cubre y defiende nuestras casas, nuestros pueblos, nuestras calles, nuestros campos, nuestro trabajo, todo… Es la sombra de la madre, que en la casa y en la familia lo llena todo con su calor, sus cuidados, su solicitud, su ayuda y su consuelo. Este, y no otro, es el papel de María en la Iglesia.
Es curioso observar cómo en todas las naciones católicas —las más tradicionales de Europa y las más recientes de nuestra América—, en todas se le invoca a la Virgen como salvadora de la patria. Todas tienen una u otra historia dolorosa que contar, para decirnos después que la Virgen María fue su salvación. Y no se equivocan en esta su interpretación de los hechos. A esos pueblos cristianos, Dios les ha concedido siempre su benevolencia y su salvación por medio de la Virgen María, invocada con tanta fe.
Al llegar el Tercer Milenio, el Papa Juan Pablo II dijo de María, haciéndose eco de esta tradición de la Iglesia, que María iba a estar en su preparación de un modo transversal, es decir, llenando toda la preparación del Milenio para seguir después, durante los mil años que vienen, llenándolos todos con su presencia maternal. Y el Papa, al señalarnos así a María, no se dejaba llevar de impulsos devotos solamente, sino que recurría a la doctrina más pura del Evangelio. Porque María es el modelo de la fe vivida por todos los creyentes. Si queremos salvar al mundo, si queremos un Tercer Milenio esplendoroso, miremos de que se extienda y arraigue la fe en Jesucristo. Sólo esta fe guiará al mundo hacia su salvación y su esplendor.
Una tradición de la Iglesia en Rusia expresa de manera muy bella la salvación traída por Jesucristo.
La fiesta de la Anunciación el 25 de Marzo se celebra con mucha devoción en el pueblo ruso.
Antiguamente, con toda la asamblea cristiana reunida delante del templo, se escuchaba el diálogo del Angel con la Virgen. María pronunciaba aquella su aceptación de la Palabra de Dios:
– Sí, hágase en mí según tu palabra.
Se abría entonces una jaula y se dejaba salir libre al pájaro encerrado, que se lanzaba gozoso hacia el cielo disfrutando de la libertad recuperada.
Esto es la Humanidad. Un pájaro encerrado dentro de su propia culpa. Si recibe al Hijo de Dios, que nos viene por medio de María, se ve libre de Satanás que lo esclavizaba y ya no le queda sino la paz y el gozo de Jesucristo.
A la Virgen nos dirigimos con plegarias de los primeros siglos de la Iglesia;
María, Madre de Dios, Tú has traído entre tus brazos la esperanza a nuestras almas. Tú eres la mayor esperanza del mundo. Por eso nosotros suplicamos tu protección poderosa. Compadécete del pueblo que se desvía. Pide a Dios misericordioso que libre nuestras almas de toda adversidad, ¡oh Virgen bendita!… Madre de Dios, esperanza de todos los cristianos, defiende y guarda al que confía en ti.