La Virgen del Carmen
23. agosto 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaUnos muchachos estudiantes habían aprendido un cantar a la Titular de su Colegio y lo iban entonando por las calles con cariño muy grande:
– Virgen del Carmen, dulce Patrona, de los que tanto te aman sé fiel Pastora, sé fiel Pastora…
Y añadían la copla famosa:
Es la Virgen del Carmelo
la que más altares tiene;
su sagrado Escapulario
no hay pecho que no lo lleve.
Al oírlo —digo la verdad— sentí envidia por el entusiasmo de aquellos muchachos.
Y es que la advocación del Carmen se ha entrañado de tal modo en el pueblo cristiano, sobre todo en nuestras tierras americanas, que las capillas, las iglesias, los santuarios del Carmen llenan toda nuestra geografía. Las Carmen y Carmencitas abundan de tal modo entre nuestras mujeres, que su nombre es uno de los más familiares y queridos que escuchamos y decimos a todas horas…
El nombre del Carmen, tomado del Monte Carmelo, tan clásico en la Biblia, lo ha asociado la piedad cristiana al nombre de María.
Todos sabemos la historia del profeta Elías. El cielo estaba cerrado hacía más de tres años, no llovía ni una gota, y la tierra reseca no producía ni un grano con que matar el hambre del pueblo. Hasta que el profeta manda a su criado:
– Sube al monte, y mira si ves algo en el mar…
El criado, después de varias veces, baja a decir a Elías:
– Sí, allí aparece una nubecilla muy pequeña, pero nada más…
Y manda el profeta decir al rey:
– Prepara tus carros y escápate, pues viene un aguacero imponente.
La nubecilla creció, creció hasta ennegrecer todo el cielo, y desató una lluvia sin precedentes que trajo la fecundidad a la tierra.
Esta es la historia bíblica. La intuición certera del pueblo cristiano la tomó como una imagen de lo que es María. Pequeñita, pequeñita a sus propios ojos, como la nube del Carmelo, nos trajo a Jesucristo, el Salvador, que llenó de la gracia de Dios toda la tierra y fue la salvación del mundo.
Los monjes que habitaban aquel monte idílico, se lanzaron por Europa a principios del siglo trece. En medio de las persecuciones de que fueron objeto, la Virgen se aparece al general de la Orden, San Simón Stock, y le entrega el escapulario del Carmen con estas palabras:
– Éste será privilegio para ti y para todos los carmelitas. Quien muera con este escapulario no se perderá.
Desde entonces, el escapulario del Carmen, sustituido también con la medalla supletoria, no se cae de millones de pechos cristianos.
Ese escapulario bendito es signo de protección de la Virgen María para todos los que lo llevan y lo besan con amor.
Es signo de nuestra entrega al amor de la Virgen, a la que nos confiamos con amor de hijos.
Es signo de nuestra consagración al Corazón de nuestra Madre celestial
Es signo de la vida cristiana que queremos llevar para ser dignos hijos de la celestial Señora.
La Virgen del Carmen resume como pocas devociones lo que es la religiosidad popular en nuestra América. Pocos años antes de caer bajo las balas asesinas, nuestro Arzobispo mártir Monseñor Romero presidió la fiesta del Carmen en una parroquia salvadoreña. Al día siguiente, declaraba:
– ¡Qué fiesta tan hermosa! Todos rodeando la imagen de la Virgen en la procesión, rezando y cantando. Era gente sencilla, muy alejada de esas preocupaciones políticas y revolucionarias que a tantos preocupan. Yo me decía: ¡Este es el verdadero Pueblo de Dios! (Monseñor Romero, personalmente al autor, P.G. Cmf)
Este hecho que comprobaba el Arzobispo mártir en torno a la Virgen del Carmen es el mejor comentario de lo que hace María en la Iglesia.
Medianera de la gracia que nos mereció Jesús, y portadora Ella de ese Jesús que nos trajo la salvación, es María la que crea en torno a sí Iglesia, forma Iglesia, hace crecer la Iglesia, porque nos lleva siempre a Cristo.
Entregarse a María es darse a la oración, es recibir los Sacramentos, es vivir limpiamente, protegidos siempre por su Escapulario bendito.
Vivir así con María es vivir con aquel Jesucristo que se escondía en la nubecilla del Carmelo…
Ha empezado hoy nuestro mensaje con los versos de unos colegiales, y quiere acabar con otros versos, los de aquel cantar tan sentido a la Virgen del Carmen, la Virgen Marinera:
Tu Escapulario, ¡oh Madre de amor!,
es signo cierto de salvación.
Siempre en mi pecho lo llevaré;
con él al Cielo yo volaré…