Hijos de nuestros principios

21. noviembre 2024 | Por | Categoria: Oración

Se dan en el mundo muchas clases de almas: las almas grandes y las almas muy pobres. Y así, nos preguntamos: ¿Qué es lo que hace grande a un alma, a qué obedece que un alma sea pequeña?…

Se ha dicho muchas veces que el hombre es hijo de sus principios, es decir, que cada uno actúa en la vida según aquellos ideales y normas que le bullen en la cabeza, expresados con frecuencia con unos eslogans que son como cuñas y que se vuelven incontestables. Si una persona dice: ¡A divertirse!, toda su vida va dirigida a este fin. Le aburrirá todo lo que no sea diversión. Su vida será entonces todo lo pobre que queramos, pero la diversión mandará siempre en todas sus acciones.

Ya se ve que ponemos para empezar el ejemplo de un ideal muy triste. Con ello queremos decir que existen vidas muy ramplonas, las cuales dan mucha pena. Pero, en medio de esas almas vulgares, hay también muchas almas que son de lo mejor que tiene la humanidad. Son almas selectas, con unos ideales, unos principios, unas normas y unos eslogans que son una maravilla. Los aplican a su vida, y esas vidas son después las más grandes que existen.

Nosotros, cristianos, queremos ser almas selectas y volar siempre por las alturas, porque así nos lo pide nuestra vocación. Para ello, buscamos principios que nos fomenten este ideal y nos mantengan en esta ilusión. Así nuestra piedad será auténtica, y responderá a lo que propone San Pablo escribiendo a los de Éfeso: Crecer en Cristo porque realizamos con amor la verdad de nuestra fe. ¿Cuáles podrían ser esos principios que nos ilusionen? ¿No podríamos mirar al Evangelio, a los Apóstoles, a grandes Santos de la Iglesia?…

El Evangelio se abre con la anunciación del ángel a María. Y la Virgen, ante el saludo incomprensible, ante el hecho que se le propone de una ininteligible maternidad virginal, ante lo arriesgado de su misión, sólo dice una palabra: Aquí estoy como una esclava, ¡que se cumpla en mí la voluntad del Señor! María no retracta nunca su palabra y la lleva fielmente hasta el Calvario. En la vida más sencilla, María, la criatura más grande, no tiene otro norte que éste: hacer la voluntad de Dios…

María, Madre y educadora de Jesús, le enseñará a su Hijo desde niño a cumplir la voluntad de Dios. Y Jesús, con una conciencia muy superior a lo que imaginaba su misma Madre, dirá: Mi comida es hacer la voluntad de Dios, mi Padre. Y lo repetirá en el momento más dramático de su vida, en Getsemaní: ¡Que no se haga mi voluntad, sino la tuya!… Hacer la voluntad de Dios es toda la vida de Jesús.

Pedro —y miramos sólo un apóstol de tanto protagonismo en el Evangelio— le dice a Jesús: ¡Señor, Tú sabes que yo te quiero!… Toda la vida del primer apóstol será: ¡Amar a Jesús!… (Juan 21,15-17)

Pablo, tumbado por la gracia ante la puerta de Damasco, sólo atina a decir: ¡Señor! ¿Qué quieres que yo haga?… Y, al saber que Jesús le elige para llevar el Evangelio a todas partes, no se ahorrará sacrificio alguno, y dirá, con una conciencia cargada de responsabilidad: ¡Ay de mí, si no evangelizo!… (1Corintios 9,16)

Agustín, un Santo tan inmenso, dice: Dios me crió todo entero, luego todo entero soy de Dios. Y su corazón, uno de los más ricos que han existido, fue todo para Dios…

Benito, el gran patriarca, tiene un lema: Reza y trabaja. Y, orando y trabajando, se convierte en el Santo más influyente durante siglos y es con sus monjes el formador de Europa…

Francisco de Asís tiene su lema famoso: ¡Dios mío, y todas mis cosas! Se abraza con la mayor pobreza, y con solo Dios se convierte en el hombre más rico que ha podido existir…

Tomás de Aquino, el mayor de los teólogos, ni superado ni superable, cuando Jesús se le aparece y le pregunta qué quiere por tanto y tan bien como ha escrito, le responde: ¡Señor, a ti sólo!… Y con Jesús tenía de sobra, porque Jesús valía mucho más que toda su ciencia…

Teresa de Jesús decía: O padecer o morir. Y con ello significaba que Jesús Crucificado era toda su ilusión, tanto, que Jesús mandará un ángel, el cual, con flecha ardiente de oro, le traspasará el corazón…

Ignacio de Loyola se hace para siempre célebre con su eslogan: ¡A mayor gloria de Dios! Y con lema semejante, él y la Compañía de Jesús realizan empresas inauditas…

Luis Gonzaga se pregunta ante cualquier cosa que ha de hacer: ¿Qué me aprovecha esto para la eternidad?… Y haciendo todas las cosas cara a la eternidad, un joven tan admirable llega a tanta altura de santidad en tan pocos años…

Vicente de Paúl se hace esta otra pregunta ante todo lo que realiza: ¿Qué haría Cristo ahora? Y haciendo todo como lo haría Jesucristo, resultó una copia perfecta del Señor…

Juan Bosco, con su sueño de ¡Almas, almas, almas!, expresado con el lema: ¡Dame almas!, ¿qué no llegó a realizar por salvar a jóvenes innumerables?…

Podríamos seguir con una lista interminable de santos y santas que, siguiendo a Jesús, a María y a los Apóstoles, tan tenido un principio fundamental en su vida, lo han seguido con fidelidad inquebrantable y han llegado de este modo a ser los grandes modelos y maestros de la vida espiritual.

Hay muchas personas que llevan una vida muy pobre espiritualmente, porque sus ideales, sus principios, sus normas, no se elevan nunca de a ras de tierra. No queremos para nosotros esas vidas vulgares…

Queremos distinguirnos delante de Dios y ante nuestra propia conciencia. Y cada uno sabe trazarse un ideal, seguir normas concretas de conducta, y formularlo todo en un principio y un lema que resuma todas sus aspiraciones. ¡Hay que ver cómo nuestras vidas serán entonces dignas del Dios, que nos creó para su gloria, nos eligió para ser santos, y nos destina para mejorar el mundo!…

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