Religión, sí; religión, no
19. noviembre 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¿Les gusta a ustedes hablar de religión? Porque de pocas cosas se discutirá tanto en el mundo como de la RELIGION. La religión preocupa a todos, a los creyentes y a los no creyentes.
A los creyentes, porque la aman sobre todas las cosas, es decir, aman al Dios en quien creen, al que adoran, al que siguen, en el que esperan…
A los no creyentes les preocupa la religión porque Dios les estorba. Entonces, esos no creyentes, al estorbarles Dios, se dedican a atacarlo descaradamente, o bien cierran los ojos como el avestruz para no ver, que es más cómodo y menos comprometido…
Pero nosotros, ¿de qué parte estamos?… Bueno, la pregunta hace casi reír. Por la gracia de Dios, nosotros tenemos la dicha de tener un alma profundamente religiosa, y hallamos el colmo de nuestra felicidad en nuestra fe en Dios, en el amor que le tenemos, en la confianza de recibir un día lo que nos promete y con toda seguridad nos dará.
Los que no creen o se desentienden de Dios nos causan verdadera compasión. Un musulmán de hace ya varios siglos, sin otra religión que la del Corán, era más duro que nosotros, y decía:
– No merece ser tratado como hombre el que no tiene religión. Habría que destrozarlo a palos.
(No nos metemos con el lenguaje de un musulmán antiguo…)
Pero no hace falta recurrir a los golpes.
Porque, ¿sabemos lo que es el que no tiene religión o no vive su fe? Es una persona que se destruye a sí misma, y destruye después a los demás. Al final se convertirá en un sepulturero de los derechos humanos, porque no respetará a nada ni a nadie.
Y es que, sin un Dios que nos oriente y nos rija, nos ayude y nos premie, ¿qué podemos esperar?…
Un escritor famoso se hacía la siguiente reflexión:
– ¿Qué es un hombre sin religión? ¿Qué es un hogar sin esa luz y sin ese calor?
Y se respondía a sí mismo:
“¡Cielo santo! ¡Yo me imagino una familia que jamás invoca el nombre de Dios! ¡Qué cárcel! ¡Qué lobreguez!
Aquellos dolores sin consuelo; aquellas contrariedades sin la resignación cristiana; aquellos hijos creciendo sin mirar jamás hacia arriba; aquellos niños sin el culto a la Virgen; aquellos labios de rosa, mudos para la oración al Angel de la Guarda, ¿en qué se emplean?…
Y mañana, esos niños crecen, y como en su corazón no había semilla alguna, nada fructifica en ellos, y vienen las pasiones y las luchas, y la razón sola no alcanza a sobreponerse a los conflictos.
Después llega el desaliento y el temor a los respetos humanos, que cada uno entiende a su manera, y, por último, la desesperación” (José Ma. Pereda)
Ante estas palabras del gran escritor, nosotros seguimos diciendo:
– ¡Dios mío, qué suerte tenemos los que creemos en ti!
No caminamos a ciegas por el mundo, porque sabemos bien hacia dónde nos dirigimos.
Porque la mirada de Dios, siempre fija en nosotros, nos estimula, nos avisa, nos premia.
Porque la conciencia nos dicta siempre lo que debemos hacer por los demás:
lo que debemos evitar para no causarles ningún mal,
lo que debemos hacer para proporcionarles todo el bien.
Un colonizador francés estaba preocupado por el materialismo que la civilización europea llevaba a aquellos territorios coloniales y de misión, y gritaba angustiado:
– Estos pueblos nos dan sus riquezas, y nosotros les damos a ellos nuestro materialismo. ¡Es una injusticia! Si ellos, en su sencillez y pobreza, nos dan sus bienes, nosotros tenemos que darles la verdadera riqueza nuestra, que es Cristo (Le Brun Keris)
Al hablar nosotros de la Religión, hablamos en general de la fe en Dios, que tenemos los cristianos como la pueden tener otros pueblos a los que aún no ha llegado el conocimiento de Jesucristo. Pero, ya se ve, nosotros la concretizamos en nuestra fe cristiana. Porque para nosotros, la religión se cifra en conocer a Jesucristo y toda la doctrina que nos reveló.
Nuestra religión se hace vida cuando la traducimos a todos los actos de la jornada, día tras día y año tras año hasta el fin.
Y esa Religión nuestra se consumará en una felicidad que esperamos ansiosos y que no nos dejará defraudados, porque cuando gocemos del Dios en quien creemos y al que servimos, entonces quedarán colmados todos los deseos del corazón.
Los que tenemos religión somos felices y hacemos felices a todos.
A Dios le pedimos que les dé a todos el gran regalo de la fe.
Y le insistimos al Señor que nos haga a nosotros testigos de su fe, portadores de fe.
Acabo, volviendo a la pregunta primera:
– ¿Les gusta a ustedes hablar de religión?….
Y sé que la respuesta de cada uno es, sin más:
– Me gusta hablar y me gusta que me hablen. Porque es hablarme los otros y es hablar yo de mi Dios. De ese mi Dios, que se me da en Cristo. De ese Cristo, que yo quiero dar a todos…