El cigarro de la vida

26. noviembre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Estamos acostumbrados a escuchar cosas muy divertidas. Pero Creo que el hecho más curioso que he oído en mi vida es el de aquel fumador empedernido. ¿Qué se figuran ustedes que hacía?… Pues, fíjense bien, después de ver la tele hasta el final, se iba a la cama, encendía el último cigarrillo del día, arrojaba la colilla por la ventana, y se dejaba caer sobre la almohada rendido. Pero un día invirtió los papeles. Distraído, colocó el cigarrillo entre las sábanas, con lo que provocó un incendio, y él se tiró por la ventana a la calle.

Bueno, ninguno de ustedes cree demasiado en la historicidad del hecho, como tampoco creo yo, naturalmente. Pero todos entendemos a la primera que, en otro orden de cosas, el cuento se convierte en una verísima historia.

Porque son muchos los que cambian sin más los valores de la vida, y por unas auténticas tonterías, por naderías que ni van ni vienen, se hacen daños irreparables. Y vienen así a dar razón a la Palabra de Dios, cuando nos dice:
– ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo? (Mateo 16,26)

Abundan demasiado los distraídos que no valoran las cosas y no miden las consecuencias de sus acciones, porque les falta la experiencia y el sentido de la vida, y les falta, sobre todo, el saber enjuiciar las cosas con el criterio de Dios.
¿Qué es lo que ven nuestros ojos cada día a nuestro alrededor?… Por ejemplo:
– baile, pasatiempo y diversión, en vez de estudio serio y preparación para el hogar…
– placer, en vez de amor fiel, abnegado y generoso…
– trabajo siempre a medias, en vez de sentido de responsabilidad…
Los resultados están a la vista: jóvenes sin valer, familias deshechas, ciudadanos frustrados, revolución o caos económico.
¿Qué ha faltado? Pues, eso que decimos: falta de criterio para valorar las acciones, que tienen muchas resonancias en la vida.

Las palabras más graves del Evangelio, como esa palabra tan repetida por el Señor: ¡Vigilad!, las podemos tomar muy en broma, como si en vez de Jesucristo nos las hubiera dicho un demagogo cualquiera.
Y esto me trae a la memoria el caso que narra un famoso filósofo.

Se trata de un circo que se ha instalado en las afueras de una población pequeña. Todos, chicos y grandes, gozan la mar y cuanto pueden con uno de los payasos más divertidos. Cuando éste vuelve a presentarse en escena, comienza a gritar desaforado:
– ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Corriendo todos afuera, que está ardiendo el pueblo!
El comediante no sabe qué hacer y gesticula cada vez más desesperado:
– ¡Fuego! ¡Fuego!
Habla en serio, pero el público cree que lo dice todo en broma.
Todos ríen y aplauden frenéticamente la gesta del magnífico actor. Hasta que éste se escapa del recinto del circo y todos le siguen tan contentos, para seguir en la calle con la comedia. Pero, ya afuera, se encuentran con que el grito de alarma del payaso era muy verdadero: efectivamente, el fuego estaba devorando sin remedio todas las casas del poblado…

Ésta puede ser nuestra historia, tanto colectiva como personal, si no vamos atentos por la vida. Hoy tenemos unos medios para disfrutar de la vida como nunca antes los había conocido el mundo.
Adelantos técnicos, que nos proporcionan distracciones y placeres antes no soñados…
Vacaciones, viajes, seguros, despreocupación…
Todo es bueno. Todo es magnífico. Todo es progreso del hombre y regalo de Dios.
Pero, ¿sabemos aprovechar tales adelantos sociales, de manera que el ocio contribuya a nuestro crecimiento humano y moral? ¿O lo empleamos todo para disfrutar sin razón, para pasarla bien sin más? Tantos medios útiles, ¿hacen subir o descender nuestro nivel espiritual? ¿Se nos convierten entonces en un bien o en un mal lamentable?…

Un libro escrito para niños, con mucha pedagogía, tenía ya en su primera página este lema o eslogan que el pequeño debía aprender de manera fácil y agradable:
– ¡La vida es seria! ¡La vida es dura!…
No se trataba de meter miedo al niño, pues un ministerio de educación no hubiera aprobado un libro semejante, sino de hacerle ver la realidad de la vida: que es deber, y no diversión alocada…

Como repetimos muchas veces en nuestros mensajes, nosotros los cristianos no miramos con pesimismo la vida.
La miramos con seriedad, que es algo muy distinto.
Por eso mismo, si vamos con cuidado para no estropear nuestra vida de aquí, nosotros decimos que, cuando se trata de nuestro futuro eterno, toda la prudencia nos resulta poca.
Porque al final, como el fumador del cuento, o nos lanzaremos en el descanso feliz de Dios o nos arrojaremos nosotros mismos en el despeñadero de una desgracia irremediable.
Por eso pedimos: ¡Señor, que sepa yo aprovechar el cigarrillo placentero de la vida! Pero que, por salvar el cigarrillo, no venga a suicidarme locamente.

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