Bautismo, ¿y cómo más?

5. enero 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

¿Queremos conocer la riqueza inmensa de nuestro Bautismo? El Catecismo de la Iglesia Católica (1213-1216) nos invita a hacerlo de una manera muy sencilla. Basta recorrer los nombres con que se le ha llamado a lo largo de los siglos. Y nos trae el párrafo famoso de San Gregorio Nacianceno, Obispo y Doctor de la Iglesia en el siglo cuarto, y que dice así:

El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios. Lo llamamos don, gracia, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay.
Don, porque es conferido a los que no aportan nada;
Gracia, porque es dado incluso a culpables;
Bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua;
Unción, porque es sagrado y real;
Iluminación, porque es luz resplandeciente;
Vestidura, porque cubre nuestra vergüenza;
Baño, porque lava;
Sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios.

La verdad es que el Santo Doctor tenía sobrada razón para multiplicar los nombres del Bautismo, al mirar los efectos sorprendentes que realiza en todo nuestro ser cuando tenemos la dicha de recibirlo. Bautismo, ¿y cómo más?… Haríamos una lista muy larga, pero, para nuestra reflexión de hoy, nos basta escoger estos tres o cuatro que señala especialmente el gran Catecismo.

El Bautismo es una purificación total, porque es un meterse en el agua muy sucios para salir de ella con blancura deslumbrante, como no la puede producir el detergente más poderoso. Es entrar en el agua cubiertos con la inmundicia del pecado y salir de ella con la inocencia de un ser del todo celestial. Es entrar en el agua un pecador y salir de ella un santo.

Afra era una joven pedida, consagrada por su madre pagana al servido de la diosa Venus, la diosa del amor y de la lujuria. ¡Qué vida llevaba la pobrecita!… Pero recibe el Bautismo de manos de San Narciso, y queda blanca con pureza celestial. Se desata la persecución contra los cristianos, y Afra comparece ante el juez, que le dice burlón: ¿Cómo puedes tú ser cristiana con la vida que has llevado?… Afra, humilde: Sí, eso era antes. Pero he sido bautizada y ha desaparecido toda la suciedad de mis pecados. ¡Soy cristiana!… Y Afra, antes una mujer perdida, ahora moría mártir en la hoguera por su fe en Cristo.

El Bautismo es una regeneración, un nacer de nuevo. Porque es entrar en el agua una criatura muerta y salir de ella una nueva criatura, conforme en todo a Jesucristo el Resucitado. Todo bautizado puede aplicarse las palabras de Jesucristo en el Apocalipsis: Estaba muerto, pero ahora estoy vivo. El cristiano se apropia estas palabras con toda verdad: Dios ha hecho de nosotros unos seres vivientes para toda la eternidad. No seremos nosotros los suicidas que queramos volver a la muerte, y una muerte eterna, al cometer de nuevo el pecado. Jesús mismo dio este nombre al Bautismo, cuando le dijo a Nicodemo: El que no nace de nuevo, no puede entrar en el Reino de Dios (Juan 3,3)

¿Conocemos la curiosa leyenda de San Renato? Era un niño que murió sin haber sido bautizado, por descuido del Obispo Cirilo, que, capturado en la guerra, hubo de marchar desterrado. Al regresar después de siete años, va a la tumba del niño aquel. Llora, reza, suplica a Dios, y el niño que resucita ante el pasmo de todos. Lo bautiza Cirilo, y le pone un nombre que entusiasma a toda la ciudad: ¡Renato, Renato! Se llamará Renato, porque ha vuelto a nacer, como hombre y como cristiano. Cirilo cuida del niño, que le sucederá como Obispo de esa ilustre ciudad francesa…

Este cuento bonito expresa lo que la Iglesia ha creído siempre acerca de lo que es el Bautismo: un nacer de nuevo, un tener una nueva vida. Renato, Renata… Un nombre que nos caería bien a todos los bautizados, porque, de unos muertos, Dios hizo de nosotros unos seres vivientes.

El Bautismo es una iluminación, porque el bautizado, antes ciego del todo para ver a Dios, ahora, después de haber sido iluminado, se convierte en hijo de la luz y él mismo es luz en el Señor. Ha sido trasladado del reino de las tinieblas al Reino del Hijo querido de Dios.

¿Hemos pensado en la naturalidad con que recitamos el Credo? No nos damos cuenta de que nos sería un imposible el decirlo creyendo todo lo que expresa si no lo viéramos todo claro, muy claro, con los ojos de la fe. Creemos lo que decimos porque estamos llenos de la luz de Dios para ver. El Credo sólo es capaz de recitarlo con convicción un bautizado.

Como hacía el gran apóstol de nuestras tierras americanas San Francisco Solano. Sacerdote franciscano de treinta años, va a visitar su pueblo natal y se dirige directamente a la iglesia parroquial, se hinca en el baptisterio, apoya la frente en la pila y, ante la admiración de todos, comienza en voz alta: ¡Creo en Dios Padre todopoderoso!… ¡Creo en Jesucristo!… ¡Creo en la vida eterna!… Fue un Credo vibrante, nacido de una fe profunda, y que sólo es capaz de profesar quien tiene toda la luz de Dios.

Dentro de la renovación cristiana de nuestros días, ¡qué bien que nos hace el empezar por revalorizar nuestro Bautismo!
Estar bautizados es ser inmensamente ricos.
Ni sabemos qué nombre escoger de tantos como tiene, cada uno de ellos expresión de riquezas incontables.
Al darnos Dios con el Bautismo su propia vida, no le queda nada más que darnos… Porque la misma Gloria no será más que la Vida que ya llevamos ahora dentro, transformada en dicha que no se podrá perder…


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