La mesa familiar

17. diciembre 2024 | Por | Categoria: Familia

Cuando hablamos de la vida de familia, ¿cuál es el cuadro primero que se forma nuestra imaginación? Estoy seguro que a todos ustedes les pasa lo mismo que a mí: lo primero que nos imaginamos es ver a todos —papás, hijos, nietos—―en torno a la mesa, compartiendo el mismo pan, el arroz, los frijoles, y animado todo con una conversación que no tiene semejante en la vida social.

Esto es lo que acontece en cualquier familia bien constituida. Esto es lo que debiera ser y lo que queremos que sea. Pero nuestra ilusión se ve enturbiada cuando nos preguntamos: ¿es siempre así? ¿no hemos de corregir nada? ¿no podemos conseguir que ese ideal sea una realidad diaria en nuestro hogar?…

Es toda una bendición de Dios el encontrarse todos los de la familia juntos a la hora de comer. Nunca, como en ese momento, se dan a conocer los miembros de la familia. Nunca como en la conversación de la mesa se recuerdan los hechos de los seres queridos que ya nos dejaron para ir al seno de Dios. Nunca se comparten las alegrías y las preocupaciones como sentados todos, sin prisas, en torno a la mesa. El mismo Jesús, cuando quiso más intimidad que nunca antes de ir a la muerte, preparó con esmero para los Doce una cena que pasa como la escena más emotiva y sublime de todo el Evangelio.

Las condiciones laborales nos han impuesto hoy unos horarios fatales, de modo que privan a la familia de ese bien inmenso como es encontrarse todos juntos en la mesa, pues cada uno ha de comer a su hora, aprisa, sin cordialidad alguna. Sin embargo, un pequeño esfuerzo debe remediar este mal. Si no se observa la asistencia de todos a las tres comidas tradicionales del día, al menos una de ellas debería ser intangible. A la hora de la cena, por ejemplo, no habría de faltar nadie.

Lo malo es que se falta tantas veces a la mesa en el hogar no por razones de trabajo, sino por salir a comer fuera de casa en plan de amistad o de distracción, con perjuicio de la billetera y con perjuicio, sobre todo, de ese amor familiar que ahora nos ocupa. Porque el bien de la familia está sobre todas las demás preocupaciones, y ese bien no se debe sacrificar a ningún otro interés o gusto, por legítimo que parezca y que sea.

Si miramos la conversación que sostenemos en la mesa, adivinamos que debe mantenerse a la altura que requiere el bien familiar. Se habla de todo lo que une los corazones, y se evita el mencionar todo lo que los puede dividir.
¿Qué se saca con hablar acaloradamente de política para arreglar la Nación —cuando hay tendencias diversas—, si por ella se echa a perder la unión del hogar querido?
¿Qué importa que gane o que pierda el equipo favorito —cuando uno es de unos colores y otro de otros—, si por la pasión del deporte perdemos el cariño que nos debe unir a todos?
¿Qué se saca con comer y estar mirando al televisor, si nos aparta —porque ni estamos escuchando— de los problemas o de las ilusiones que nos quiere comunicar un miembro de la familia?…
Cuando se mira de modo especial la formación de los niños, esa conversación de la familia en la mesa reviste una importancia singular. El niño recordará el día de mañana todo lo que ahora escucha. Se le habrá quedado todo en la mente de una manera imborrable. Por eso, si miramos el bien de los niños, la conversación familiar requiere mucha prudencia en las personas mayores.

Recogiendo —para bien de la familia— tantos aspectos como entraña este convivir alrededor de la mesa, pensamos ahora en dos elementos muy importantes, uno material y el otro espiritual.
El elemento material: ¿está la mesa bien preparada, abundante y con gusto?
El elemento espiritual: ¿se ha santificado con la oración este momento tan acogedor e importante?

Eso de que la mesa sea abundante no es un capricho ni mucho menos. Es una necesidad. Nos preocupa a todos el que haya tantos hogares en los que hay que racionar demasiado los alimentos. Cuando eso es debido a la pobreza injusta, merece toda nuestra protesta e indignación. Pero no nos referimos ahora a esto.

Nuestro pensamiento va por otro camino. En la mesa debe campear la generosidad, de modo que todos se sientan felices. Mesa suficiente dentro de lo que se pueda, y preparada con gusto a la vez que con amor, sirve mucho, muchísimo, para la convivencia y la paz familiar.

Y tampoco ha pasado de moda —mejor dicho, de ningún modo debe pasar— la costumbre tan cristiana y tan judía de bendecir la mesa. Decimos tan judía para remontarnos al mismo Evangelio. La Iglesia heredó esta tradición tan bella del mismo Jesús y de los Apóstoles, pues no había un solo hogar en todo Israel en el que la bendición de la mesa no se realizara siempre y con devoción edificante antes de cualquier comida.

Aparte de las gracias de Dios que pueda traer esa bendición, quizá lo más importante de todo es que con esta costumbre, bien conservada, se mantiene en la familia el espíritu de oración. Cuando una familia empieza a perder la fe, la primera señal que da de su frialdad religiosa es omitir la bendición de la mesa. Por el contrario, familia que reza en la mesa, reza también antes de dormir, reza especialmente el domingo en la Misa, reza en cualquier situación difícil, reza siempre…, y si reza siempre no hay que tener mucho miedo por ella.

En nuestros días de grabadoras y de vídeos nos hubiera resultado interesante por demás tener captadas las escenas de la Familia de Nazaret en torno a su mesita. No tenemos esa suerte, pues la cámara indiscreta no llegó a tanto… Pero, por lo que dice el Evangelio, nuestra imaginación llega a adivinarlo todo. ¿Y negaríamos que nosotros podemos hacer lo que se hacía en aquella casa bendita? Pues, si podemos hacerlo, a empezar hoy mismo por nuestro propio hogar…

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