María de Nazaret
25. octubre 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaQueremos mirar hoy a la Virgen María en Nazaret, y empezamos por recordar lo que le pasó a un Santo muy simpático.
Bernardino Realino era un abogado brillante, magistrado, alcalde y gobernador. Se le había muerto su excelente novia cuando ya estaban para casarse, y el pobre quedó deshecho. Veía lo que Dios quería de él, pero se resistía siempre. La vida feliz en sociedad le atraía. Hasta que un día se le aparece la Virgen con el Niño en los brazos, y le dice con decisión: ¡Haz pronto lo que tienes que hacer! Entra cuanto antes en la Compañía de Jesús.
Bernardino obedece. A sus treinta y cinco años, se esconde en el noviciado de la casa religiosa, y el profesor y el político aprende a ser humilde, a jugar con los muchachos más jóvenes, a rezar, a llevar una vida escondida del todo. Después, brillará como un sol en los colegios y en las iglesias donde realice su ministerio sacerdotal.
¿Qué ha hecho María? Ha querido que este su hijo repitiera la vida que el otro Hijo, Jesús, llevó en Nazaret hasta que le llegó el día de manifestarse al mundo. Y con ello, nos repite a todos lo que a Ella le tocó vivir en Nazaret. Lo que le tocó vivir, y lo que ahora quiere de nosotros sus hijos.
María vio a su Jesús como un niño igual que los demás. Vio a Dios, hecho hombre, crecer en edad, en estatura, en conocimientos, en simpatía, en gracia, hasta llegar a su desarrollo perfecto.
Y Ella pensaba, meditaba, no perdía un detalle de lo que veían sus ojos. Era la Madre de aquel Niño tan precioso, y a fuerza de mirarlo y de discurrir, se convertía en la primera discípula de Cristo.
Ve a su Jesús obediente y sumiso —porque Ella y José mandan como padres a Jesús—, y ve cómo su Hijo se les somete a ellos igual que a Dios su Padre del Cielo.
María y José se aman con amor esponsal y virginal a la vez, y observa cómo su Jesús, cuando madura como muchacho, les admira, les ama y les respeta con delicadeza suma.
La vida de cada día se desarrolla normal en el trabajo, pues Jesús, aprendido de José el oficio de carpintero, se encallece las manos como el obrero y menestral más aplicado.
Fiel a la sinagoga el sábado, Jesús, con su memoria excepcional, se aprende la Palabra de la Sagrada Escritura, la asimila, y trata con su Madre familiarmente los misterios insondables de Dios.
Todo esto lo vive María en medio del mayor silencio, es decir, en medio de una vida sin apariencias, como la de cualquier mujer que no sale del hogar, como la de cualquier trabajadora en un taller de costura, como la de cualquier campesino…
Entre María y Jesús se establece una corriente de amor, de confianza, de cariño, que para María no hay nada como su Hijo, y para Jesús no hay nada como su Madre. Así ha preparado la Virgen a ese mismo Santo con cuya historia hemos comenzado nuestro tema de hoy. Durante sus estudios universitarios, un compañero le pregunta una vez: Si te dieran a escoger el verte privado de tu padre o de tu madre, ¿tú qué escogerías? Bernardino quería mucho a su padre, pero la respuesta le salió como un disparo: ¿Verme privado de mi mamá? ¡Eso, jamás!
Sin embargo, Dios se llevó a su madre. El hijo la lloró amargamente. Pero tomó la resolución: ¿Ha muerto mamá? Pues yo, ¡no me quedo sin madre! Mi Madre mejor será la Virgen María. Así, la Madre que formó a Jesús en Nazaret, formará también en su alma privilegiada a este hijo suyo tan querido. Bernardino saldrá una copia perfecta de Jesús.
Como lo saldremos nosotros si nos ponemos a las órdenes de María de Nazaret, porque Ella nos enseñará las lecciones que allí aprendió Ella misma de su Hijo Jesús.
¿Queremos aprender humildad? Vayamos a Nazaret. ¿Queremos aprender a ser diligentes en el trabajo? Vayamos a Nazaret. ¿Queremos aprender a orar? Vayamos a Nazaret. ¿Queremos aprender a valorar la vida sencilla? Vayamos a Nazaret. ¿Queremos aprender a ser felices con una felicidad que el mundo se empeña en no querer disfrutar? Vayamos a Nazaret. En Nazaret había respeto a Dios y había amor de familia. Por eso, ¿a que nadie se atreve a presentarnos un hogar más bendecido y más feliz que el de María de Nazaret?…
Con una historia de Bernardino hemos comenzado a hablar de María, y con una historia del mismo Santo vamos a acabar también ¿Qué nos ocurrirá si miramos a María de Nazaret y si permanecemos siempre a su lado, como hijos amantes de semejante Mamá?…
Era un día de invierno muy frío. El Padre estaba en el confesonario atendiendo a los penitentes, y una señora, mientras se confesaba, observa que el Padre tiembla de pies a cabeza. Avisa al Padre Superior, y éste manda al Padre Bernardino que salga y se vaya inmediatamente a su habitación.
Se le aparece la Virgen con el Niño en los brazos, y le pregunta: ¿Qué te pasa, hijo mío? Y él, con sencillez encantadora: Madre mía, ¿qué quieres que me pase? Que estoy temblando de frío. La Virgen le alarga entonces el Niño, se lo pone en sus brazos, y comienza casi a arder. Llega entre tanto un Hermano que ha mandado el Padre Superior con un brasero, y le oye repetir al Santo: ¡Señora, Señora, un ratito más!… El Jesús que la Virgen le puso en las manos le quitó a Bernardino el frío durante todo aquel invierno riguroso…
Será nuestra historia, si sabemos estar al lado de María de Nazaret. Ella se encargará de calentarnos con calor de cielo en medio de un mundo que se muere de frío. La vida cristiana en el hogar tiene su mejor escuela en Nazaret. Si es la vida que se escogió Jesús, no nos equivocamos nosotros haciendo lo que Él hizo.
En esa escuela singular aprenderemos sobre todo el amor a Jesús, ese amor que la Virgen María se encargará de prender y avivar continuamente en nuestros corazones…