La autoformación

24. diciembre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

La pedagogía y la sicología modernas dan una importancia muy grande a la autoformación, o sea, al hecho de empeñarse una persona en formarse a sí misma por medio de esas virtudes humanas tan recomendables por todos los educadores y exigidas hoy, de modo especial, por la Iglesia en el Concilio.

Al querer hablar en este nuestro mensaje sobre la autoformación, nos inspiramos en esta sentencia de la Biblia:
– Aplícate a la sabiduría como el que ara y siembra, y espera sus frutos. Porque te costará un poco de trabajo el cultivarla, pero luego comerás de sus frutos exquisitos (Eclesiástico 6,18)

La sabiduría es en la Biblia ese conocimiento práctico de las cosas, lo mismo de Dios que de la naturaleza, de la ciencia o de la educación. Para nosotros, ahora, es la autodisciplina, la autoeducación, la formación del carácter.

Se ha dicho, y con mucha razón, que el arte de las artes es saber gobernar a los demás. Cierto, pero no todos saben hacer esto de gobernar, de dirigir, de formar. ¡Con el orgullo que tenemos todos! ¡Con lo que amamos nuestra libertad!…
Encontrar un gobernante querido por todos y a gusto de todos, porque todos vemos que hace la cosa bien, es un verdadero prodigio. Papás, maestros, jefes, entrenadores, políticos…, todos quieren hacerlo bien. ¿Atinan en su empeño?…
Pero es mucho más difícil aún el arte de gobernarse uno a sí mismo. ¡Con lo que cuesta el vencerse! ¡Con lo poco que gusta el sacrificio! ¡Con lo dura que se resulta la perseverancia! ¡Con lo que halaga el confort y la vida de placer! ¡Con lo bien que se vive sin tener que dar cuenta a nadie!…

La autoformación cuesta mucho. Es difícil. Tiene muchas exigencias. Pero, quien no se forma a sí mismo, se verá con muchas dificultades en la vida. San Ambrosio, gran teólogo y gran orador, lo dijo de manera gráfica:
– Es más fácil decir a Dios: ¡Señor, gracias porque me formaste desde mi juventud!, que llorar después diciendo: ¡Señor, olvida los delitos y los desatinos de mi juventud!

Son muy diferentes la formación que nos viene de otros y la formación que nos imponemos a nosotros mismos.
Para entenderlo, se ha usado esta buena comparación. ¿Cómo forma un oficial a un pelotón de soldados cuando les enseña la instrucción? Pues, a base de órdenes incontestables, a fuerza de cansancio agotador, a fuerza de miedo, porque el calabozo está listo para recibir a los indisciplinados…
En la autoformación pasa todo lo contrario. El oficial y el aprendiz es uno mismo y sólo él. Nada de imposición, nada de miedo, nada de castigos… Es uno el que se dice a sí mismo:
– Hago lo que quiero, como quiero y porque lo quiero. Pues a mí no me manda nadie. Tengo sobre mí sólo a Dios, y Dios es quien más me respeta.

Si ahora nos preguntamos: ¿Y qué hay que hacer para formarse uno a sí mismo? Todos los educadores nos dan las mismas normas, las mismas reglas:
– Conócete a ti mismo: ¿cuáles son tus defectos principales?…
– Lucha ante todo contra estos defectos: ¿qué arma debes usar contra tu enemigo más peligroso?…
– Forma tu corazón: ¿sabes que pararás siempre allí donde te lleve tu amor?…
– Forma tu voluntad: ¿sabes que todo depende de tu propio esfuerzo?…
– Examina tu conciencia: ¿tienes valor para enfrentarte a ti mismo, sin que nadie te pida cuentas?…

La autoformación exige mucha fortaleza, y la fortaleza de alma es también el fruto mejor de la autoformación. La persona que se ha acostumbrado a vencerse a sí misma, consigue después todo lo que quiere y se propone.
Nada le resulta difícil, y no entra en sus cálculos la palabra imposibilidad, pues no hay obstáculo que se le ponga delante y no lo venza.

Creyentes y no creyentes están acordes con el valor de la autodisciplina o autoeducación.
Demóstenes, griego pagano, filósofo y orador, al ser interrogado sobre cómo puede ser uno maestro de sí mismo, respondió de modo categórico:  
– ¿Cómo? Corrigiéndose vigorosamente de los defectos que uno censura en los otros.
Tertuliano, fogoso escritor de la Iglesia en el siglo segundo, dice que la virtud se adquiere con la dureza, y se pierde con la blandura. Y viendo la energía de aquellos cristianos primeros, se dirige a los paganos, y les ensalza los resultados de la valiente autoformación cristiana:

¿Qué mayor placer, que haber conseguido fastidio del mismo placer?… ¿Os interesan los combates y las luchas del circo y del estadio? Los nuestros no son ni pocos ni pequeños. Mirad el vicio derrotado por la castidad, la perfidia noqueada por la fe, la crueldad aplastada por la misericordia y la bondad, la soberbia sustituida por la humildad. Estas son las luchas y estos los deportes con los que nosotros nos cubrimos de gloria (Tertuliano, De Spectaculis, 29)

Autoformación. Autodisciplina. Autoeducación. Todo significa lo mismo. Cuesta, pero es cosa de valientes. Cuesta, pero los frutos son abundantes y sabrosos. Cuesta, pero, sin oficiales que nos fuercen, nos hemos hecho personas de un gran valer…

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